Id¨¦olog¨ªa
Nos cont¨® que cuando los fascistas tomaron la ciudad (una capital de provincia; ¨¦l no quiso decimos cu¨¢l porque hab¨ªa nacido en ella y a¨²n ten¨ªa miedo) unos pistoleros de paisano detuvieron al hijo y al yerno de un arquitecto simpatizante del Gobiemo republicano. En la casa viv¨ªan cuatro personas: el arquitecto, su hijo, al que detuvieron, y su hija con su marido, al que detuvieron. La detenci¨®n se produjo al anochecer de un d¨ªa jueves de agosto de 1936. Al d¨ªa siguiente regresaron los pistoleros y propusieron al arquitecto y a su hija que deliberasen sobre cu¨¢l de los detenidos deb¨ªa ser fusilado; prometieron liberar al otro detenido y permitirle regresar inmediatamente con su familia, ya que en realidad no ten¨ªan cargos penales ni pol¨ªticos contra ninguno de los dos, contra ninguno de los cuatro.Pero como todos eran votantes de la Rep¨²blica y personas sobresalientes, ten¨ªan que conocer el escarmiento, por lo que uno de los dos j¨®venes detenidos hab¨ªa de morir fusilado contra una tapia. El otro regresar¨ªa sano y salvo, seg¨²n palabras textuales de los emisarios fascistas. ?Dijeron sano y salvo?, preguntamos a nuestro informante. Nuestro informante, hombre de unos ochenta a?os, vagabundo y alcoholizado, bebi¨® de una botella unos tragos de vino y afirm¨®: sano y salvo. Nuestro informante hab¨ªa pertenecido a las Juventudes Socialistas Unificadas, combati¨® en frentes castellanos y mediterr¨¢neos, cay¨® prisionero y pudo escapar tras degollar a un soldado nacionalista, cruz¨® en 1939 la frontera francesa, regres¨¦ muy pronto para integrarse a la guerrilla antifranquista, y finalmente con documentaci¨®n falsificada, huy¨® por la frontera de Portugal y viaj¨® a Venezuela, de donde regres¨® a Espa?a despu¨¦s de la muerte de Francisco Franco. Ahora volvi¨® a beber a morro y mmir¨® al vac¨ªo, con la cara colorada y quieta, antes de proseguir. Los pistoleros fascistas, bien vestidos, dijo, les dieron al arquitecto y a su hija cuarenta y ocho horas para que se pusieran de acuerdo acerca de sobre a cu¨¢l de los dos detenidos quer¨ªan finalmente salvar la vida y a cu¨¢l enviaban al pared¨®n. Presumiendo de generosos se fueron. Era un viernes, de ma?ana, recordaba de nuevo nuestro informante, los dos j¨®venes hab¨ªan sido detenidos a punta de pistola unas horas antes, recordaba nuestro informante. El condenado que eligieran el arquitecto y su hija ser¨ªa fusilado, al amanecer del domingo, y durante ese mismo domingo el detenido al que sus familiares eligieran salvar ser¨ªa puesto en libertad, seg¨²n la promesa de los emisarios de los recientes amos policiales de la ciudad. Nuestro informante nos cont¨® que durante el d¨ªa viernes, la noche del s¨¢bado, el s¨¢bado y parte de la noche del domingo los vecinos oyeron c¨®mo el arquitecto republicano y su hija republicana lloraron y gritaron, se gritaban uno a otro con odio, enumerando cada uno sus razones. El padre pretend¨ªa que su hija cediese, le dec¨ªa que ya encontrar¨ªa otro marido cuando teminase la guerra, le dec¨ªa que si no ten¨ªa piedad de su propio hermano. La hija gritaba como una loca diciendo que adoraba a su hermano, pero que necesitaba a su marido y que por qu¨¦ su propio padre no ten¨ªa piedad de ella. Cada vez m¨¢s fren¨¦ticos y llenos de c¨®lera y de horror, lleg¨® la noche del domingo, y entonces los vecinos, arrimados a sus ventanas, sintieron extra?eza ante el silencio s¨²bito de la casa. Los asesinos, como hab¨ªan prometido, llamaron de nuevo a la puerta de la casa esa noche para conocerla decisi¨®n. El arquitecto ya hab¨ªa conseguido, llorando y gritando, amarrar y amordazar a su hija en el interior de la casa; sali¨® a abrir y en la misma puerta les comunic¨® a los fascistas que hab¨ªa tomado la decisi¨®n de que le devolvieran a su hijo y que fusilaran a su yerno. A la ma?ana siguiente, un funcionario de la tropas de ocupaci¨®n vino a la casa y entreg¨® al padre y a la hija las pertenencias de su hijo y hermano y las pertenencias de su yerno y marido, ya que los hab¨ªan fusilado a los dos al amanecer.
Dos semanas despu¨¦s, la hija se ahorc¨® en una viga de la casa. El arquitecto, tras el entierro de su hija, al que casi no asisti¨® nadie, comenz¨® a caminar por el paseo del cementerio, arriba y abajo, y por las calles de la ciudad, sin descanso y sin destino e incluso sin itinerario. Empez¨® a hablar solo. Poco despu¨¦s comenz¨® a gemir todo el tiempo, con un llanto seco. M¨¢s tarde correteaba por la ciudad, resollando, inexpresivo, y no reaccionaba cuando le tiraban piedras los ni?os. Para entonces ya se hab¨ªa vuelto loco y no sent¨ªa ni padec¨ªa, seg¨²n expresi¨®n de nuestro informante, el cual continuaba neg¨¢ndose a confiarnos ni el nombre de la ciudad ni su propio nombre. Cuando le dijimos que su prudencia nos parec¨ªa excesiva nos mir¨® con una mezcla de compasi¨®n y de desprecio y aclar¨®: ?y si alg¨²n d¨ªa vuelven los fascistas y me fusilan? Aquel anciano, medio siglo antes, hab¨ªa combatido como soldado y como guerrillero, hab¨ªa degollado a un enemigo. Ahora, medio siglo despu¨¦s, ten¨ªa miedo. D¨ªganos por lo menos el nombre de la ciudad. Nuestro informante, receloso, sali¨® de la taberna y ya no volvimos a verlo. Tampoco sabemos si el arquitecto muri¨® loco y viejo, o recuper¨® la raz¨®n y se suicid¨®, o si lo mat¨® accidentalmente alg¨²n ni?o con una pedrada en la sien.
es escritor.
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