Marx, Anguita y Derrida
Ahora que Zhirinovski ha vuelto a poner de moda la cartograf¨ªa, conviene recordar que las ideolog¨ªas pol¨ªticas han sido descritas alguna vez como los mapas de que nos servimos para orientarnos en la pol¨ªtica. Otro tanto cabe decir de los paradigmas filos¨®ficos en su relaci¨®n con el pensamiento. El problema estriba en que la mayor¨ªa de esos mapas -tanto en uno como en otro ¨¢mbito fueron trazados sobre la realidad de hace ya m¨¢s de un siglo o, como mucho, la de hace varias d¨¦cadas. Y la tozudez de las transformaciones sociales ha acabado por poner en evidencia su falta de engarce. ?sta y no otra es la explicaci¨®n del deconstruccionismo que se percibe hoy en el discurso filos¨®fico, pero tambi¨¦n en el ideol¨®gico-pol¨ªtico.Por empezar por la pol¨ªtica, ha hecho falta que el socialismo de Estado cayera con todo su equipo para que esta verdad largamente intuida se proyectara con toda su nitidez. Lo que ya no es tan comprensible es por qu¨¦ los grupos a la izquierda de la socialdemocracia se empe?an en seguir cegados por el polvo provocado por los escombros del derrumbe sovi¨¦tico. Puede que el problema resida en una cierta sensaci¨®n de orfandad. No ya s¨®lo por quedarnos sin el contrapunto del capitalismo ah¨ª resid¨ªa quiz¨¢s ¨²nico su m¨¦rito aparente-, sino por lo que tiene de p¨¦rdida de los referentes que han marcado a la pol¨ªtica desde la modernidad. A saber: la visi¨®n del Estado como una obra de ingenier¨ªa susceptible de ser armada y desarmada y vuelta a armar a golpe de filosof¨ªas globalizadoras. O, en otras palabras, un concepto de pol¨ªtica como instancia central conformadora del resto de la sociedad. Esto es lo que se nos ha ca¨ªdo, y la poderosa alternativa que emerge es su contrario: la pol¨ªtica como mera instancia gestora del sistema.
En un alarde de sabidur¨ªa estrat¨¦gica, los socialistas nos recordaron antes de las ¨²ltimas elecciones que, ello no obstante, cab¨ªa distinguir entre una gesti¨®n de izquierdas y una de derechas. Pero mucho m¨¢s inteligente me parece la salida de Anguita. Sin negar la premisa mayor, nos viene a decir que ya no es necesario recomponer el mapa, porque la realidad -por esos misteriosos saltos dial¨¦cticos de la historia- se ha vuelto a plegar a ¨¦l (al suyo, se entiende). As¨ª, y no de otra forma, cabe interpretar sus referencias a que "volvemos al paisaje social de Marx". Si con ello se refiere a que perviven las mismas "contradicciones" o 'Tracturas", como dicen los polit¨®logos, habr¨¢ que darle la raz¨®n. Pero si el legado de Marx que reivindica abarca tambi¨¦n sus propuestas de redise?o institucional, entonces me temo que va a ser dif¨ªcil orientarnos en ese mapa. A estas alturas ya nadie piensa que la emancipaci¨®n puede alcanzarse por la v¨ªa de pol¨ªticas administrativas.
Es probable que Anguita ignore que no es el ¨²nico que reivindica a Marx. En el ¨¢mbito del pensamiento ha tenido que ser un no marxista de toda la vida quien nos sorprenda con esta revitalizaci¨®n del te¨®rico renano. Lo extraordinario es que se trata del m¨¢s conspicuo devorador de mapas epistemol¨®gicos, cuyas propuestas deconstruccionistas han ejercido de aut¨¦nticas termitas en las vigas del discurso filos¨®fico. La implacable reflexividad de nuestra sociedad, que acaba engullendo hasta a los m¨¢s voraces devoradores, puede que haya sido la causa de este inesperado giro de Derrida. No debi¨® quedar satisfecho de su sospechoso ¨¦xito americano. Aun as¨ª, su Marx me gusta, ya que es un Marx desprovisto de cartograf¨ªa y de propuestas nomol¨®gicas. Alguien a quien es posible seguir exorcizando para que su espectro ahuyente la complacencia con un sistema que se presenta inalterable. Es portador de una disciplina e inquietud contestataria cuyo territorio no se deja medir con latitudes y longitudes.
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