Segunda guerra en el Pac¨ªfico
MENOS DE dos meses despu¨¦s de concluida la Ronda Uruguay de negociaciones en el seno del GATT emergen renovadas amenazas sobre la estabilidad de las relaciones comerciales internacionales. Las sanciones anunciadas por la Administraci¨®n norteamericana contra Jap¨®n, una vez que Clinton fracas¨® en su intento de convencer a Hosokawa de fijar mecanismos pata reducir el super¨¢vit comercial nip¨®n, pueden ser el preludio de una guerra comercial cuya trascendencia superar¨ªa ampliamente el ¨¢mbito de las relaciones entre esos dos colosos.El pretexto de las autoridades de Washington para concretar esa amenaza son las dificultades de la empresa Motorola para penetrar en el mercado japon¨¦s, que supondr¨ªa la violaci¨®n del acuerdo entre ambas administraciones alcanzado en 1989, por el que las autoridades japonesas se compromet¨ªan a abrir su mercado de telefon¨ªa celular. La Administraci¨®n estadounidense pretende elaborar durante los pr¨®ximos 30 d¨ªas una lista de productos japoneses que ser¨ªan objeto de penalizaciones a la entrada en su territorio.
M¨¢s all¨¢ de este episodio, la actitud norteamericana est¨¢ determinada por su manifiesta incapacidad para reducir su d¨¦ficit comercial frente a Jap¨®n. Es ¨¦ste un desequilibrio cr¨®nico. Pero, a pesar de su reciente crecimiento hasta los 50.000 millones de d¨®lares, es proporcionalmente menor que el que exist¨ªa a mediados de la pasada d¨¦cada. El presidente Clinton acudi¨® a la reuni¨®n con el primer ministro japon¨¦s con la pretensi¨®n de fijar unos cupos obligatorios de importaci¨®n de componentes de autom¨®vil y otros productos americanos. Parece un remedio tan poco ajustado a los principios del libre comercio como cuestionable su eficacia en satisfacer los prop¨®sitos norteamericanos. Sin menoscabo de las manifiestas dificultades a la entrada de bienes y servicios extranjeros en los mercados japoneses, la explicaci¨®n esencial a este desequilibrio es el diferente comportamiento del p¨²blico, y en particular la mayor capacidad de ahorro de aquella econom¨ªa frente a la de EE UU.
Mientras ello sea as¨ª, cualquier medida de condicionamiento de las decisiones de exportaci¨®n e importaci¨®n, independientemente de sus adversas consecuencias sobre el propio sistema de relaciones comerciales, carecer¨ªa de efectos significativos y permanentes sobre ese desequilibrio que obsesiona desde hace a?os, a todas las administraciones norteamericanas.
El juego limpio en las relaciones comerciales ha de ser compatible. con la contribuci¨®n de Jap¨®n a la estabilidad de la econom¨ªa mundial, con su necesaria coordinaci¨®n con el resto de las grandes econom¨ªas industrializadas. En las circunstancias actuales, m¨¢s importante que las represalias comerciales o que las presiones en favor de la apreciaci¨®n del yen es procurar que sean efectivos los intentos del Gobierno nip¨®n en conseguir estimular la demanda interna, aprovechando ese amplio margen de maniobra que permite la saneada posici¨®n de las finanzas p¨²blicas en aquel pa¨ªs. El primer ministro Hosokawa ha propuesto un nuevo plan -el cuarto desde agosto de 1992- de est¨ªmulo de la demanda interna, y en consecuencia de las importaciones, cifrado en 140.000 millones de d¨®lares; posibilitar su aplicaci¨®n, incluida la reducci¨®n prevista en el impuesto sobre la renta, puede ser m¨¢s eficaz y de efectos m¨¢s permanentes que las represalias anunciadas.
Todo ello no ha de impedir el estrecho control de algunas pr¨¢cticas japonesas que, sin constituir formalmente violaciones del libre comercio, contribuyen a la impermeabilidad de sus mercados frente a los productos extranjeros. Siguen siendo significativas a este respecto las dificultades de empresas extranjeras para acceder a las contrataciones p¨²blicas o la apertura efectiva de los mercados de servicios, financieros.
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