Como el aire que respiramos
No hay nada m¨¢s invisible que lo que tenemos enfrente de nosotros. Por ejemplo, no notamos el aire que respiramos porque es omnipresente. Si el aire est¨¢ un poco polucionado, nadie se percatar¨¢ de ello de inmediato, aunque a la larga las estad¨ªsticas de salud nos lo descubran.Algo parecido ocurre con el clientelismo: es tan consustancial a nuestras vidas en Espa?a que no reparamos en ¨¦l. Reflexionar sobre este gran fen¨®meno, el clientelismo, tiene el peligro evidente, tal vez inevitable, del regeneracionismo. Pues lo cierto es que uno de los rasgos distintivos de la cultura espa?ola, por ser una cultura que de modo militante se apart¨® de la Reforma y de la ¨¦tica protestante, ha sido y es el clientelismo.
Muchos antrop¨®logos conceden al clientelismo un rango m¨¢s supranacional, mediterr¨¢neo. Y no les falta raz¨®n: fen¨®menos como el sottogoverno y la Mafia en Italia son se?ales conclusivas del clientelismo vecino; y ¨¦se es el pa¨ªs de origen desde donde se puede trazar la procedencia de los fen¨®menos clientelares en Estados Unidos. Sin embargo, Francia, debido al esp¨ªritu ilustrado, supo poner coto a este fen¨®meno y confinarlo casi exclusivamente en la torre de marfil del sistema universitario. El clientelismo existe en Grecia y en Italia, en Sicilia y Cerde?a; existe en Marruecos y en Argelia. Existe en Portugal y en Espai¨ªa: en Valencia, Catalufia y las dos Castillas; existe, de modo abundante, en Galicia, Extremadura y Andaluc¨ªa. Pero choca con la cultura igualitaria de Euskadi, que, casualmente, ha dado a luz el ¨²nico nacionalismo irredento de nuestro pa¨ªs.
El clientelismo es un modo informal, opaco y efectivo de acceder a los bienes p¨²blicos, y entre ellos, como el bien m¨¢s preciado, al poder pol¨ªtico puro. El clientelismo es una pauta cultural que legitima ese acceso oculto al poder, de modo que todos la aceptan. Para que haya clientelismo es necesario que haya, por un lado, clientes, y por otro, padrinos. El padrino posee el poder, y lo consolida gracias a la infinita fidelidad de sus clientes, que constantemente le apuntalan. Los clientes, a su vez, como pago diferido por su fidelidad, est¨¢n protegidos por el padrino, quien los coopta a posiciones de poder subordinadas a la propia. Las cadenas clientelares se crean en todos los lugares donde existe poder: en la pol¨ªtica, en la Universidad, en las corporaciones profesionales, en los cuerpos de funcionarios. Exista donde exista un poder que administrar, por peque?o que sea, surge el padrino y surgen los clientes.
El clientelismo es m¨¢s que mediterr¨¢neo: se da con abundancia en Jap¨®n, donde el concepto extenso de familia, a la que se debe la persona por completo, no es sino la versi¨®n oriental de lo ya dicho. Ha anidado y corrompido el Este europeo, desde Rusia hasta Bulgaria, donde bajo las dictaduras comunistas benefici¨® a las castas de bur¨®cratas, siguiendo as¨ª la pauta establecida durante siglos. Y es que, y aqu¨ª est¨¢ el quid de la cuesti¨®n, el clientelismo es un sistema cultural predemocr¨¢tico.
El r¨¦gimen democr¨¢tico, en su coraz¨®n, en su meollo m¨¢s interno, preconiza un acceso al poder diametralmente opuesto: los que lo administran son electos y, por ello, controlables por la ciudadan¨ªa; la promoci¨®n administrativa se realiza por m¨¦todos objetivables, y no por cooptaciones opacas; los bienes administrados son accesibles a todos los ciudadanos en virtud de circunstancias reguladas con rango universal, de modo transparente, sin trampa ni cart¨®n.
Entonces, cabe preguntarse: ?por qu¨¦ en pa¨ªses democr¨¢ticos como Espa?a existe a¨²n clientelismo? En mi opini¨®n, ¨¦ste es uno de los problemas m¨¢s fascinantes de la antropolog¨ªa social: las culturas, a diferencia de otros aspectos de la organizaci¨®n humana, tienen una gran inercia hist¨®rica. Del mismo modo que las culturas nacionalistas que nacieron con la industrializaci¨®n pueden pervivir hasta la era posindustrial, del mismo modo el clientelismo puede adaptarse y coexistir con un r¨¦gimen democr¨¢tico durante decenas y decenas de a?os. Sin embargo, como son sistemas contradictorios, en la medida en que se consolidan los controles democr¨¢ticos terminan por irse descubriendo, con frecuencia a trav¨¦s de esc¨¢ndalos, las irregularidades del clientelismo. El proceso se ha visto acelerado con la universalizaci¨®n de la informaci¨®n y con el papel a?adido de control que ejercen en nuestros d¨ªas los medios de comunicaci¨®n.
Apliquemos lo dicho a un campo concreto, al de la pol¨ªtica espa?ola: muchos pol¨ªticos c¨ªnicos no tienen la menor duda de que el instrumento m¨¢s eficaz para conquistar y conservar el poder es el clientelismo. Pero se equivocan. El clientelismo es una enfermedad que tiende a ser erradicada. La medicina que se precisa tiene un nombre muy preciso: cultura pol¨ªtica democr¨¢tica.
Es verdad, como antes se dec¨ªa, que por debajo del r¨¦gimen democr¨¢tico puede operar el clientelismo pol¨ªtico por largos periodos de tiempo, pero, al fin y a la postre, los valores democr¨¢ticos triunfan: tarde o temprano, la democracia descubre la corrupci¨®n y la erradica; tarde o temprano se establece la cultura de la rotaci¨®n y la renovaci¨®n de las ¨¦lites por procedimientos democr¨¢ticos; m¨¢s pronto o m¨¢s tarde los cortesanos se quedan sin oficio, porque los valores democr¨¢ticos promocionan el ascenso en justa competici¨®n por m¨¦ritos y cualidades comprobadas.
Lo que aqu¨ª se se?ala es una predicci¨®n, y no un deseo: la maduraci¨®n de nuestro r¨¦gimen de libertades, como indica la realidad de pa¨ªses con m¨¢s vieja democracia, nos ir¨¢ librando de los aspectos groseros y menos funcionales del clientelismo. Por eso hay un espacio para la esperanza en una renovaci¨®n sincera de la pol¨ªtica.
Desde un punto de vista pr¨¢ctico, existen soluciones contra el clientelismo pol¨ªtico: medidas tales como la transparencia y el control en el uso de los recursos p¨²blicos y de los ingresos y los gastos partidistas, regulaciones aparentemente tan internas a la vida de los partidos como el voto individual y secreto, el sufragio universal por afiliados para la confecci¨®n de las listas electorales, sistemas m¨¢s justos de representaci¨®n de las minor¨ªas y otros avances que se impondr¨¢n en el futuro, como las listas abiertas para elegir responsables pol¨ªticos, dar¨¢n al traste con los vicios clientelistas m¨¢s evidentes de los partidos pol¨ªticos en Espana.
Cuando esto se logre, se configurar¨¢n partidos en los que abunde la gente mayor de edad democr¨¢ticamente hablando, gente que se guiar¨¢ m¨¢s por sus propias convicciones y no tanto por fidelidades y juramentos personales, aunque esto, en un principio, alborote el patio del debate y pulverice las mayor¨ªas previstas.
Esa mayor¨ªa de edad dif¨ªcilmente se alcanzar¨¢ sin turbulencias. No faltar¨¢, por ello, quien nos prevenga contra tales sobresaltos. Sin embargo, poner patas arriba todo el sistema clientelar establecido y sus normas no escritas de conducta es el umbral indispensable para que en Espa?a la pol¨ªtica y los pol¨ªticos recuperen, en parte, su dignidad perdida. Eso no ocurrir¨¢ de la noche a la manana. Pero cuando ocurra todos entenderemos, sin mayores explicaciones te¨®ricas, por pura qu¨ªmica, qu¨¦ quiere decir eso de la cultura pol¨ªtica democr¨¢tica.
La regeneraci¨®n de la vida pol¨ªtica en Espa?a no consiste solamente en dotarse de caras nuevas, m¨¢s j¨®venes y laicas: significa, sobre todo, algo tan sencillo de entender y tan dif¨ªcil de aplicar como aprender a librarnos de la perversidad del clientelismo y de los padrinos (que no de los l¨ªderes), a trav¨¦s de las medidas oportunas.
Lo dicho aqu¨ª es una verdad tan grande como un pu?o. Pero existe un cierto empe?o en ocultarla y mirar para otro lado ante este tema, porque para algunos no es interesante, y porque para otros, que han nacido y crecido respirando esta atm¨®sfera, el clientelismo no es un mal: es, sencillamente, la regla l¨®gica y natural de buscarse con ¨¦xito la vida.
Manuel Escudero es profesor de Entorno P¨²blico del Instituto de Empresa.
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