A la escuela bosnia se va en zig-zag
Los ni?os de Celic, cerca de Tuzla, acuden a clase mirando casi a los ojos de los francotiradores serbios
ENVIADO ESPECIALLa escuela de la aldea de Celic, en el frente nororiental de Bosnia, es muy especial. Est¨¢ a tan s¨®lo 150, metros de la l¨ªnea del frente. A ella acuden, zigzagueando, doscientos ni?os. Musulmanes y croatas. Pero ning¨²n serbio. Los ni?os serbios est¨¢n al otro lado. En Celic hay clase todos los d¨ªas, menos s¨¢bado y domingo, como en todo el mundo. Aunque s¨®lo durante cuatro horas. Todas de un tir¨®n, sin recreos. Para entrar en las aulas hay que caminar un buen trecho pegadito a una valla en ruinas. Exponiendo lo m¨ªnimo a los francotiradores que miran, invisibles, de cara. Y despu¨¦s correr r¨¢pido 25 metros. Algunos disparos sueltos, tal vez en otra direcci¨®n, recuerdan siempre la existencia de un enemigo implacable. El colegio fue reabierto en enero. Antes, cuando se libraban los peores combates, los ni?os se ve¨ªan obligados a estudiar en peque?os grupos. Amontonados en casas particulares, a las que acud¨ªan por turnos los siete profesores. Ahora, que la situaci¨®n militar es relativamente mejor, ha sido posible reagruparlos de nuevo. Las descoloridas paredes exteriores del colegio guardan en su tama?o parte de su viejo esplendor: antes de la guerra ¨¦ste era el mayor centro de la zona, con casi mil alumnos de las tres etnias y cien profesores venidos de la vecina Serbia. Celic est¨¢, en l¨ªnea recta, a 35 kil¨®metros al norte de Tuzla, en pleno frente nororiental, y a poco m¨¢s de 20 del r¨ªo Sava, que separa el norte de Bosnia-Herzegovina de la Serbia de Slobodan Milosevic.
El patio del colegio est¨¢ repleto de cristales rotos y de yeso pintado de color crema, arrancado a balazos. En un estrecho corredor hay, abandonadas, unas paralelas de gimnasia. Las aulas est¨¢n orientadas a una de las calles con francotiradores, pero no de cara. En el exterior, los cristales est¨¢n protegidos hasta media altura, para que entre la luz, con unos ladrillos grises. Por dentro, las ventanas han sido reforzadas con unas l¨¢minas de. caucho negro. En el lado del profesor hay dos agujeros.
Los pupitres, amarillos, alineados en filas de ocho, se asemejan a los de la Espa?a de la posguerra. Las tablas que sirven de escritorio est¨¢n fijas; no se pueden levantar. No hay cajonera ni tinteros. En cada dos pupitres se encuentran, api?adas, tres sillas de juguete, muchas con el asiento desdentado. Son sillas peque?as, para ni?os de diez o 12 a?os. La pizarra, torpemente borrada con una esponja, ocupa lugar de honor junto a un cartel ro¨ªdo que ense?a a declinar.
En Celic viven 3.000 personas, un 40% menos que antes de guerra. "Se han ido porque la l¨ªnea del frente est¨¢ demasiado cerca", asegura Sead Foric, un soldado de 34 a?os. "Es muy duro vivir sin electricidad ni agua y con el enemigo a 150 metros", a?ade.
Al oeste, sin perder de cara el frente, pero un poco m¨¢s alejado, est¨¢ Maoca. En esta localidad trabaja el doctor Ivan Hudolin, un croata, veterano de la defensa de Vukovar (Eslavonia Oriental). "La guerra entre musulmanes y croatas en Bosnia central y en la Herzegovina es el final de Croacia", asegura con voz firme. Desprecia al presidente Franjo Tudjman, al que tilda de "dictador", pero no quiere hablar demasiado, pues teme por su familia que vive en Croacia.
El doctor Hudolin dispone hoy de una verdadera cl¨ªnica para 120 pacientes. La despensa de medicinas est¨¢ llena y posee un moderno instrumental quir¨²rgico. Todo gracias a los ecus humanitarios recibidos de la Uni¨®n Europea. Hace tan s¨®lo un a?o, recuerda, se operaba en una peque?a casona, que a¨²n funciona como quir¨®fano, y se trasladaban despu¨¦s los enfermos a casas particulares para el postoperatorio. "En los peores momentos realiz¨¢bamos 50 y 60 operaciones diarias", dice acompa?¨¢ndose de unas manos grandes y venosas. "En una ocasi¨®n tuvimos que acondicionar un restaurante para colocar en ¨¦l a los heridos una vez operados".
En una esquina de la localidad de Brka, situada a 9 kil¨®metros de Brcko, en pleno corredor de Posavina, disputado entre musulmanes y serbios, hay un curioso cartel con dos flechas dibujadas a mano. Debajo de la flecha de la izquierda dice: A Tuzla. En la otra, acompa?ado por una reproducci¨®n de un stop se lee: Ratna zona (zona de guerra). Desde Brka a Bjela, en la carretera de Srebrenik, median diez kil¨®metros de desolaci¨®n. Todas las casas est¨¢n destruidas. Algunas, incluso, llevan su fecha de defunci¨®n pintada: 15-9-92. En dos o tres postes se distinguen s¨ªmbolos chetniks (radicales serbios). Han sido torpemente borrados. Varias personas tratan de regresar desesperadamente a sus casas. S¨®lo para reconocer su estado. Para poder so?ar la paz sobre unas ruinas. Las de su vida.
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