Descr¨¦dito del 'guru'
Hombre de mi tiempo, aprovecho una tarde soleada y desierta de lunes para asistir a la preceptiva exposici¨®n de Joseph Beuys en el Reina Sof¨ªa, edificio que nunca perteneci¨® m¨¢s a la imaginaci¨®n visual del siglo XX que cuando era un hospital abandonado. Convalecer de una enfermedad en las salas heladas de aquel hospital provincial debi¨® de ser una experiencia digna de los tuberculosos existenciales de Thomas Mann: el edificio a¨²n tiene algo de monta?a m¨¢gica y de Escorial sanitario, de una severidad monacal y quir¨²rgica tan abrumadora que suele conspirar contra las obras colgadas en sus muros, empeque?eci¨¦ndolas por la comparaci¨®n con su escala tit¨¢nica, con el dramatismo futurista de sus perspectivas.En un lugar as¨ª, las nader¨ªas m¨¢s obvias del arte moderno tienden a mostrar su vacuidad con una eficacia que mueve al agradecimiento. Bajo una gran b¨®veda, en una sala con el pavimento de granito gris, hay, por ejemplo, una mesa de madera sobre la que cuelga una bombilla, y tambi¨¦n varias hileras de ropa tendida. Espectador avisado, s¨¦ que la mesa, la bombilla y la ropa tendida constituyen una obra de arte, pero no alcanzo a distinguir su significado, y entonces repito lo mismo que he visto hacer a otros, y es buscar por las paredes inmensas una de las cartulinas con p¨¢rrafos mecanografiados que me lo explicar¨¢n amablemente todo.
En la exposici¨®n de Josep Beuys, artista cuyo m¨¦rito res de al parecer en romper las fronteras entre el arte y la vida volvi¨¦ndolos solubles y equivalentes entre s¨ª, el espectador pasa la mayor parte del tiempo leyendo los p¨¢rrafos benevolentes pero indescifrables que hay escritos en las cartulinas, y sin los cuales no ser¨ªa capaz de discernir las profundidades pr¨¢cticamente insondables de significados que tiene delante de los ojos. Un altavoz al que yo no atribu¨ªa mucha importancia, y del que he llegado a pensar que hab¨ªa sido olvidado junto a otros objetos por los organizadores, resulta poseer un valor de reliquia, dado que por dicho altavoz, y al final de una rueda de prensa, Beuys dijo a los periodistas estas palabras recogidas y comentadas con reverencia por los ex¨¦getas:
-A ver si terminamos cuanto antes esta mierda-.
En una vitrina que estar¨¢ sin duda blindada veo, entre otros objetos, unas latas de pel¨ªcula, y habr¨ªa pasado de largo junto a ellas si la oportuna tarjeta no me explicase lo que simbolizan: resulta que las latas contienen las bobinas de la pel¨ªcula de Ingmar Bergman El silencio, y que mi culpable ignorancia jam¨¢s me habr¨ªa permitido discernir lo que explica tan bondadosamente y con tan perfecta claridad el autor an¨®nimo del comentario mecanografiado: "La relaci¨®n muerte-vida es aclarada por Beuys en los t¨ªtulos dobles que estamp¨® sobre las cinco bobinas y que expresan analog¨ªas a trav¨¦s de las propias palabras y contrastes de un grupo a otro:
1. Ataque de tos-glaciar+ 2. Enanos-animalizaci¨®n. 3. Pasado vegetalizaci¨®n. 4. Tanquesmecanizaci¨®n. 5. Somos libresg¨¦iser+... ".
Tal vez por culpa del silencio, o del espacio vac¨ªo, noto que empiezo a moverme por los corredores y las salas de la exposici¨®n como los tres o cuatro espectadores a los que veo siempre de lejos, con una lentitud respetuosa, con un sigilo eclesi¨¢stico, no como el turista descre¨ªdo y erudito que examina los frescos de una catedral, sino como el creyente que no repara en las virtudes est¨¦ticas porque s¨®lo lo conmueve la veracidad de las reliquias. En una sala en la que hay varias pizarras alineadas, una se?orita p¨¢lida y vestida de negro copia devotamente en un cuaderno la traducci¨®n de una vaga frase alemana que al parecer el propio Beuys escribi¨® con tiza en una de esas pizarras, y cuyo sentido es impenetrable no s¨®lo para la se?orita que la copia y para m¨ª, sino tambi¨¦n para el sabio que la transcribi¨®, porque la tiza se borr¨® parcialmente antes de que se le aplicaran procedimientos de conservaci¨®n: a lo que estoy asistiendo, empiezo a comprender, no es a una exposici¨®n, sino a una ceremonia religiosa, con sus objetos de culto, sus palabras sagradas, su santo o guru y sus evangelistas y fieles, todos los cuales obtienen mediante el acto de fe y la participaci¨®n en la liturgia la salvaci¨®n de sus almas, no en el anticuado reino de los cielos, sino en el de la degustaci¨®n irrefutable y sublime de la m¨¢s pura esencia de la modernidad.
La fe exige certidumbres: a los ni?os antiguos nos aseguraban que no morir¨ªamos en pecado si comulg¨¢bamos durante nueve primeros viernes de mes consecutivos. A los modernos de ahora el culto a Beuys les garantiza una tranquilidad semejante, no muy distinta a la que deb¨ªa de sentir un rico de medio pelo de los a?os cincuenta admirando a Salvador Dal¨ª. Beuys, igual que Dal¨ª, es al mismo tiempo una encarnaci¨®n y una parodia, la consecuencia ¨²ltima de la adoraci¨®n embobada por todas las extravagancias, del genio, la parodia terminal de todos los atrevimientos y las negaciones y los juegos de manos de las vanguardias. Estos mismos d¨ªas, en este peri¨®dico, Jos¨¦ Antonio Marina hace un elogio severo y clarividente de la inteligencia creadora y la contrapone a las r¨¢pidas banalidades del ingenio: el lavabo de Marcel Duchamp, como la lata de sopa de Andy Warhol, fue una broma ingeniosa, pero a estas alturas del siglo ya va perdiendo gracia. La voz de Jos¨¦ Antonio Marina, que tiene la misma audacia solitaria y combativa que las voces de George Steiner en Presencias reales y de Robert Hugues en A toda cr¨ªtica y en La cultura de la queja, es un indicio de que tal vez se acaba el predominio de los gurus, de los tah¨²res y de los intermerdiarios en el arte moderno: en tal caso, y dentro de no mucho tiempo, Joseph Beuys, en lugar de un fraude, ser¨¢ tan s¨®lo una antigualla.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.