Zapatillas caras por pistolas baratas
Los Knicks de Nueva York regalan art¨ªculos de la NBA a los j¨®venes que entregan sus armas
La oferta es dif¨ªcil de rechazar: un par de botas de baloncesto con el nombre de Pat Ewing -el l¨ªder de los Knicks de Nueva York- a cambio de una pistola. El procedimiento es sencillo: se coge la pistola del caj¨®n de la mesilla -en Nueva York circulan dos millones de armas, legales e ilegales- y se lleva a la comisar¨ªa de la calle 35 de Manhattan, entre la Octava y la Novena avenidas. All¨ª nadie pregunta nada, y adem¨¢s de las botas se puede salir con una cazadora deportiva. Todo ello forma parte del programa Primera l¨ªnea contra el crimen, por el que el equipo de baloncesto de los Knicks, uno de los punteros de la NBA y pasi¨®n de los aficionados de Nueva York, se une a la corriente que desde hace meses trata de retirar armas de las manos de la gente, especialmente los j¨®venes.
Nadie pone en duda la buena voluntad de los dirigentes del equipo, preocupados, como casi todo el mundo, por las 38.000 vidas que se pierden cada a?o en Estados Unidos -la mitad por accidentes o suicidios- debido a las armas de fuego. Pero recientes experiencias de picaresca en otras iniciativas de trueque de armas por dinero, calzado, juguetes y diversas mercanc¨ªas han despertado la prevenci¨®n y la desconfianza. Cualquier chaval del Bronx o de Harlem puede echar cuentas: un par de botas del ¨ªdolo Pat Ewing, que cuestan casi 100 d¨®lares (14.000 pesetas) en las tiendas, a cambio de una Saturday Night Special, la pistola m¨¢s barata del mercado, que se puede conseguir en oferta hasta por 59 d¨®lares. El que tenga la pistola en casa, puede cambiarla por las botas y conseguirse otra en el mercado negro. Y si no se tiene la pistola -que todo es posible-, el cebo del supercalzado es suficientemente atractivo como para conseguir una, aunque est¨¦ estropeada, siempre que su precio est¨¦ por debajo de los 100 d¨®lares de las botas. Toda ley tiene su trampa, y en este caso hay antecedentes frescos: la polic¨ªa de Connecticut tuvo que interrumpir el pasado 7 de febrero su programa de intercambio de armas por certificados de 100 d¨®lares despu¨¦s de haber comprobado que les estaban llegando pistolas baratas reci¨¦n compradas a la vuelta de la esquina.
La eficacia social y ejemplificadora del trueque es positiva, como se demostr¨® en Nueva York la pasada Navidad con la campa?a del empresario Fernando Mateo; la inversi¨®n en juguetes consigui¨® retirar de las calles 2.000 armas en tres semanas. Pero las estad¨ªsticas abruman: en Nueva York, para dos millones de armas en juego, hay s¨®lo 129.000 personas con permiso legal. El margen de descontrol es inmenso, y la m¨¢quina no cesa de surtir los mercados: seg¨²n The Economist, cada 10 segundos se fabrica un arma en EE UU, y cada nueve se importa otra.
La iniciativa llega, adem¨¢s, en un momento delicado y pol¨¦mico, despu¨¦s de algunos incidentes en los que aparecen armas y jugadores. Scottie Pippen, la estrella de los Bulls de Chicago, fue detenido hace un mes por llevar un arma sin autorizaci¨®n. Pippen, que pas¨® de h¨¦roe a villano para algunos aficionados, lo interpret¨® como una expresi¨®n de racismo: "Nunca he visto que se trate as¨ª a los jugadores blancos de los Bulls". Jayson Williams, de los Nets de Nueva Jersey, se despach¨® una ensalada de tiros en un aparcamiento poco despu¨¦s de que su equipo recogiera y entregara a la polic¨ªa m¨¢s de 400 armas a cambio de entradas gratis y aut¨®grafos. Y Vernon Maxwell, de Houston, pas¨® una noche en la comisar¨ªa despu¨¦s de ponerle la pistola en la cara a una persona en una pelea. La alarma en el mundo del baloncesto es obvia. Como dice Charles Oakley, de los Knicks, "no se puede decir una cosa a los chicos y luego hacer otra".
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