El fascismo dulce
La lista de Schindler ha generado la misma pol¨¦mica -esta vez ampliada por su ¨¦xito comercial- que cualquier otra pel¨ªcula que ense?e el holocausto jud¨ªo y la depravaci¨®n nazi. Las cr¨ªticas lanzadas por Claude Lazzinann en Le Monde, o por otros analistas cinematogr¨¢ficos, en el sentido de que Spielberg plantea el genocidio con un final feliz o muestra a un nazi bueno en los campos de concentraci¨®n, no empecen que el filme sea, ante todo, un alegato a la causa del antinazismo y del antifascisfismo. Creo que, pese a esas cr¨ªticas, con La lista de Schindler no se corre el peligro de hacer pasar la excepci¨®n por la regla.El periodista franc¨¦s Jacques Julliard, que acaba de publicar un excelente libro sobre el fascismo actual (Ce faseisme qui vient), escrib¨ªa recientemente que Spielberg vuelve a situar una pol¨¦mica que se ha repetido en el ¨²ltimo medio siglo: si despu¨¦s de Auschwitz el mundo lanz¨® el grito de "nunca m¨¢s", ?por qu¨¦ la humanidad ha consentido el genocidio de Pol Pot, de los militares argentinos o chilenos, los campos de concentraci¨®n de Croacia, la limpieza ¨¦tnica en Bosnia-Herzegovina o las matanzas de palestinos? Julliard responde que la m¨¢s desesperante de las lecciones de la historia es que la experiencia de una generaci¨®n no es transmisible a la siguiente.
Al menos eso suced¨ªa antes, cuando los medios audiovisuales no eran tan masivos. En un op¨²sculo de excepcional inter¨¦s, titulado Perspectivas de guerra civil, el intelectual alem¨¢n Hans Magnus Enzensberger afirma que "no cabe duda de que nos hemos convertido en meros espectadores. Esto es lo que nos diferencia de las generaciones anteriores que, cuando no eran personalmente v¨ªctimas, autores o testigos oculares, s¨®lo se enteraban de las tropel¨ªas a trav¨¦s de rumores, leyendas blancas o negras. Lo que ocurr¨ªa en otra parte s¨®lo se conoc¨ªa de o¨ªdas. Todav¨ªa hacia mediados de nuestro siglo la opini¨®n p¨²blica sab¨ªa poco o nada de los mayores cr¨ªmenes de la ¨¦poca. Hifler y Stalin hicieron todo lo posible para mantenerlos en secreto. El genocidio era alto secreto de Estado. Y es que en los campos de exterminio no hab¨ªa c¨¢maras de televisi¨®n. Hoy, por el contrario, los asesinos se muestran dispuestos a ser entrevistados y los medios de comunicaci¨®n se sienten satisfechos de poder asistir a una matanza. Los combatientes muestran sus cr¨ªmenes ante las c¨¢maras".
El alem¨¢n expone que, en nuestros d¨ªas, superada la guerra fr¨ªa y el equilibrio at¨®mico del terror, se extiende un fascismo cotidiano, poco solemne, por nuestras calles, en nuestros sem¨¢foros, en las ciudades que habitamos, no a cientos o miles de kil¨®metros ni en el Tercer Mundo. Es el fascismo dulce, aunque Enzensberger no lo de nomine as¨ª; ¨¦l habla de guerras civiles moleculares. La primera vez que vi escrito el concepto de fascismo dulce fue en la revista Triunfo y el autor del art¨ªculo era Eduardo Haro Tecglen; Haro tambi¨¦n se refer¨ªa al fascismo consuetudinario, de todos los d¨ªas, aunque en aquellos momentos (a?os setenta) ten¨ªa otra representaci¨®n esc¨¦nica distinta de la actual.
Para Enzensberger, no se pueden explicar los conflictos actuales con los argumentos tradicionales de luchas de clases, revueltas juveniles, movimientos de liberaci¨®n nacional, etc¨¦tera. Desaparecidas las convicciones, las ideolog¨ªas han quedado reducidas, para mucha gente, a disfraces intercambiables. En el fascismo dulce no queda ni rastro de envoltorio ideol¨®gico, ni aureola rom¨¢ntica de guerrilleros, partisanos y rebeldes; ha desaparecido todo vestigio de legitimaci¨®n, la violencia se ha desligado de justificaciones ideol¨®gicas; ahora ya no hay octavillas, panfletos que intenten explicar nada. Los ultraderechistas o neonazis no son tales; la ideolog¨ªa es una mascarada. El homicida -por lo general muy joven- no sabe de nada ("estaba aburrido", "lo hice sin pensar", "los extranjeros no me caen bien"), no sabe nada, por supuesto, de nacionalsocialismo. La historia no le interesa, la cruz gamada no es m¨¢s que un requisito arbitrario, pero, adem¨¢s de turcos, dominicanos o magreb¨ªes, el fascista dulce tambi¨¦n puede apalear inv¨¢lidos, indigentes, d¨¦biles mentales, ancianos o ni?os. No tiene necesidad de rituales, uniformes, programas, promesas, concentraciones ni juramentos de fidelidad; por no necesitar, no necesita ni caudillo. No concede el menor valor a la vida propia ni a la del pr¨®jimo.
Pese a quedar fuera de ¨¦l cualquier pensamiento pol¨ªtico (aborrece la pol¨ªtica y a los pol¨ªticos), excepto el de no tenerlo, el fascista dulce puede convertir un vag¨®n de metro, el autob¨²s, la plaza p¨²blica, en nuestra Bosnia en miniatura: cualquier diferencia se convierte en riesgo mortal. "La guerra civil molecular se inicia de forma imperceptible, sin que medie una movilizaci¨®n general. Poco a poco, en la calle se van acumulando las basuras, en el parque aumenta el n¨²mero de jeringuillas y de botellas de cerveza destrozadas. Los colegios aparecen con el mobiliario destrozado, los patios apestan a mierda y orina. Pronto, la nostalgia del gueto se desahoga por medio de se?ales m¨¢s claras. Neum¨¢ticos pinchados, tel¨¦fonos p¨²blicos inutilizados, coches incendiados. Estos actos espont¨¢neos exteriorizan la rabia por todo cuanto todav¨ªa est¨¢ entero, el odio contra todo aquello que a¨²n funciona; un odio que forma una amalgama indisoluble con el odio hacia uno mismo".
Los soci¨®logos explican que esta forma de violencia est¨¢ protagonizada por ciudadanos cada vez m¨¢s j¨®venes, que se sienten perdedores ante su situaci¨®n econ¨®mica sin futuro; un lumpemproletariado casi adolescente, desesperado, que no aplica la dial¨¦ctica marxista cl¨¢sica de llegar a una confrontaci¨®n global. Los perdedores, lejos de unirse bajo una misma bandera, van acelerando su destrucci¨®n.
Pero su respuesta tampoco es unidireccional; por su edad y su posici¨®n, el fascista dulce forma parte de la llamada generaci¨®n X, descrita en la novela del mi sino t¨ªtulo del escritor norteamericano Douglas Coupland, considerada "el libro insignia de los a?os noventa". En su pr¨®logo, el escritor Vicente Verd¨² disecciona a esta generaci¨®n que en. ning¨²n caso supera los 30 a?os. X es el s¨ªmbolo de la indefinici¨®n por excelencia, de la vaciedad. Los de la generaci¨®n X tienen que arreglarse con menos. Menos esperanzas, exiguos ingresos, ocupaciones temporales (macjobs: trabajo mal pagado, sin prestigio, sin dignidad, sin futuro, en el sector servicios. Considerado frecuentemente como una elecci¨®n profesional satisfactoria por personas que nunca han tenido ning¨²n trabajo), poco futuro. Pero, ins¨®litamente, no se revelan enfurecidos como los agitadores juveniles de otros tiempos. Sus esp¨ªritus han girado hacia la acomodaci¨®n y sus deseos se funden en otras ¨®rbitas. No protestan, no explotan. El fin de las oportunidades laborales, el declive de las opciones consumistas se ha recibido como una fatalidad natural. "No produce estallido, sino una implosi¨®n al modo desconcertante que ilustr¨® hace a?os la mayor¨ªa silenciosa. De manera acorde, al comp¨¢s de la recesi¨®n, sin sublevaciones, esta juventud ha dejado de pugnar por el ¨¦xito, la fama y el dinero... No son culpables, pero tampoco son jodidas v¨ªctimas". Los X carecen de furor reivindicativo. No se han gestado como rebeldes, sino como residuos. No se sienten solidarios, sino individuos... No constituyen un movimiento; se encuentran, en su mayor¨ªa, parados.
No toda la generaci¨®n X, ni mucho menos, forma parte del fascismo dulce. Pero en su desesperaci¨®n extrema est¨¢ su germen, como en el del fascismo cl¨¢sico estaba el desclasamiento, la violencia, el odio al liberalismo, el menosprecio al otro y el racismo.
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