Maleficio sexenal
Es peor que una tragedia griega, m¨¢s cruel que una giettatura siciliana. Hay pocas cosas en el mundo tan recurrentes y tristes como la imposibilidad de terminar bien, desde 1964, para los se xenios en M¨¦xico. D¨ªaz Ordaz, Echeverr¨ªa, L¨®pez Portillo, De la Madrid y ahora Salinas: cada quien puede escoger qu¨¦ desenlace le parece m¨¢s lamentable y da?ino para el pa¨ªs; nadie puede sostener que alguno de esos fat¨ªdicos fines de fiesta resulta digno de ser conmemorado m¨¢s que por haber llegado a su t¨¦rmino. Nadie puede tampoco creer que personas inteligentes, informadas e indudablemente vanidosas no se hayan propuesto esquivar el terrible destino que la nueva mitolog¨ªa mexicana les deparaba. Pasaron nuestros presidentes sus sexenios enteros empe?ados en vano por evitar la suerte de sus predecesores. La culpa no puede yacer en la personalidad de individuos tan diferentes como los anterior mente mencionados. Tiene que hallarse en el mecanismo suceso rio; es la fuente de nuestra esta bilidad, de nuestro desorden, de nuestra verg¨¹enza. Sin duda parte del problema estriba en los tiempos. El presidente que va de salida pierde fuerza a un ritmo vertiginoso; su sucesor no lo adquiere, y en la diarqu¨ªa interinaria, todos los franco tiradores, especuladores, opositores y malos perdedores hacen su agosto. Cuando m¨¢s vulnerable es el sistema, m¨¢s d¨¦bil sus guardianes; cuanto m¨¢s acotada la fuerza de la presidencia -la ¨²nica que cuenta en este sistema-, mayor la tentaci¨®n de golpear. Conservar un dispositivo de transferencia del poder tan err¨¢tico, tan vulnerable y obsoleto ha sido desde hace m¨¢s de veinte a?os la imprudencia misma; pero cada presidente prefiere ser el ¨²ltimo de la lista de quienes lo utilizaron, que el primero de la de los que renunciaron a ¨¦l. A fuerza de miedo y terquedad, cada seis a?os M¨¦xico vuelve a empezar: S¨ªsifo en el Popocatepetl.
Los estragos, sin embargo, a diferencia de los rendimientos, van creciendo. Esta vez la crisis sexenal ha devenido en tragedia y en la desesperaci¨®n por encontrar una salida a una especie de sortilegio de nac¨ªmiento.
S¨®lo que la tragedia de Colosio ha estrechado los m¨¢rgenes de la salida; nada indica que vayamos por buen camino. Ni en materia de la investigaci¨®n del asesinato del candidato del PRI; ni en la selecci¨®n del sucesor M sucesor; ni en las perspectivas de la campa?a; ni, por ¨²ltimo, en los vaticinios sobre el desenlace el pr¨®ximo mes de agosto existen razones para ser optimistas.
Las pesquisas en torno a lo acontecido en Tijuana encierran varios vicios y diversas contradicciones cuya elucidaci¨®n no se vislumbra. La designaci¨®n de un integrante del poder ejecutivo a la vez miembro y militante del partido en el poder con aspiraciones pol¨ªticas pasadas y futuras, haya sido o no a iniciativa o con el benepl¨¢cito de la viuda de Luis Donaldo Colosio, no es garant¨ªa de nada. La confusi¨®n, la falta de informaci¨®n y la proliferaci¨®n de rumores y dudas no podr¨¢n ser paliadas por una Comisi¨®n Warren que no es comisi¨®n, ni es presidida por una figura hist¨®rica.
Peor a¨²n, la aparente voluntad del Gobierno de controlar el curso de la investigaci¨®n va a chocar cada vez m¨¢s con la abundancia incontrolable de fuentes informativas. Sin duda alguna, brotar¨¢n en los pr¨®ximos d¨ªas y las semanas por venir nuevos v¨ªdeos del atentado desde ¨¢ngulos distintos, nuevas fotograf¨ªas, nuevas cintas audio, y por ende, nuevas versiones y teor¨ªas conspirativas. La tensi¨®n entre el af¨¢n de controlar y la imposibilidad de hacerlo generar¨¢ escepticismo y conflicto en una sociedad donde no escasean ni el uno ni el otro.
Tampoco escaseaban alternativas te¨®ricas a la selecci¨®n de Ernesto Zedillo. Pero ninguna otra cumpl¨ªa con todos los requisitos importantes: experiencia administrativa, tranquilizar a los mercados y al benefactor estadounidense, brindar garant¨ªas de seguridad al presidente saliente y a su c¨ªrculo m¨¢s cercano, no provocar una reacci¨®n excesivamente violenta dentro del PRI como hubiera sido el caso de Manuel Camacho. Pero resulta revelador de las intenciones del r¨¦gimen el que aquel requisito que ocupa el primer lugar en la jerarqu¨ªa de otros pa¨ªses en coyunturas an¨¢logas, a saber, capturar votos, casi no figur¨® en el c¨ªrculo de quien tom¨®, por segunda vez, una decisi¨®n enteramente solitaria: Carlos Salinas. La raz¨®n esgrimida es que Zedillo -o cualquiera que contendiera con los colores del PRI- ganar¨¢ gracias al efecto Pedro Infante: el enorme caudal de votos sentimentales o de simpat¨ªa para el PRI que la muerte de Colosio suscitar¨¢ en el seno del pueblo de M¨¦xico. M¨¢s all¨¢ del evidente
RA¨²L desprecio hacia el electorado mexicano que esta visi¨®n encierra, plantea por lo menos tres interrogantes: ?Qu¨¦ piensa hacer el Gobierno si el efecto Pedro Infante resulta e¨ªmero e intransferible? ?Qu¨¦ har¨¢ el r¨¦gimen con un candidato sin duda competente y honesto como administrador, pero por completo carente de experiencia electoral frente a un contrincante con muchas horas de vuelo y un contexto que le favorece? ?Ser¨¢ la soluci¨®n aceptar una elecci¨®n limpia y en su caso la derrota, o arrebatar a como d¨¦ lugar? El env¨ªo de Jos¨¦ C¨®rdoba -el principal colaborador de Carlos Salinas desde 1979- a Washington puede ser un destierro y el precio a pagar por designar a Zedillo, o un arreglo entre dos amigos para proteger al m¨¢s vulnerable. O, m¨¢s ominosamente, puede representar un intento por amarrar apoyos y fondos en la capital del Tratado de Libre Comercio (TLC), o NAFTA, colocando dicha responsabilidad en manos del m¨¢s confiable, el m¨¢s h¨¢bil, y el mejor visto en los bastidores del poder que m¨¢s cuenta.
Pero quiz¨¢ la perspectiva m¨¢s desalentadora se encuentra en una de las peores taras del sistema pol¨ªtico mexicano, y que muy probablemente explica buena parte del ya descrito destino tr¨¢gico de los sexenios. El periodo presidencial de Carlos Salinas se ha caracterizado por una serie de transformaciones econ¨®micas e ideol¨®gicas de gran envergadura: unas buenas, otras no, todas controvertidas. El proceso de cambio obligaba a discusiones de fondo, a divisiones reales de ¨¦lites y masas, pero en todo caso de las primeras. No hubo tal: la cl¨¢sica unanimidad de la ¨¦lite pol¨ªtica mexicana, que tanto da?o le hace ahora al pa¨ªs despu¨¦s de haberle ayudado en los a?os de gestaci¨®n, infancia y adolescencia del sistema actual, se mantuvo contra viento y marea. Ni las privatizaciones o la apertura comercial, ni el reconocimiento de la iglesia o el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, ni la ausencia de reforma pol¨ªtica o la falta de crecimiento econ¨®mico hicieron chistar a la clase pol¨ªtica. Desde 1988 no se ha separado del PRI y del sistema una sola figura de primera o incluso de segunda l¨ªnea por desacuerdos de fondo con el Gobierno actual. Y en los ¨²ltimos meses, ni la guerrilla, el asesinato de Colosio o el segundo dedazo -ahora zedillista- han abierto grietasen el monolito. De que congratularse si de sobrevivir se trata; de que desesperarse pensando en el pa¨ªs.
Por una sencilla raz¨®n: sin fracturas no hay debate posible, y sin debate frente a disyuntivas de fondo, no hay camino acertado. Hasta hoy, los debates han sido con la oposici¨®n: apasionados y dignos, pero desiguales. Un pu?ado de diputados y una cofrad¨ªa de intelectuales no pueden con un Gobierno entero, Televisa, los Estados Unidos y el
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