Respuesta a un amigo italiano
Al recordarme que me evit¨® usted muchos errores impidi¨¦ndome, hace dos a?os, que relacionara de ninguna manera su Liga Lombarda y nuestro Frente Nacional, me invita usted hoy a no preocuparme m¨¢s que entonces. No deber¨ªa caer en esta nueva trampa. Nuestro Frente Nacional es una exclusiva de los franceses, por desgracia para nosotros y por suerte para ustedes: es lo que me asegura usted, no sin una cierta malicia.?El neofascismo italiano? Seg¨²n usted, no es demasiado grave. No percibe usted en sus militantes, y sobre todo en sus votantes, ni una tentaci¨®n autoritaria ni una tentaci¨®n corporativista ni mucho menos una tentaci¨®n racista. Para usted, ese Gianfranco Fini, el secretario de la Alianza Nacional (el ex Movimiento Social Italiano), no es m¨¢s que un "gestor", por otra parte formidable, activamente dedicado a la unidad italiana, y que tiene sentido de Estado.
Sabe usted perfectamente que me escandalizar¨¢, o al menos me sorprender¨¢. Luego, tras algunas concesiones, y sobre todo despu¨¦s de recordarme sus compromisos pol¨ªticos, se vuelve usted pol¨¦mico al decirme que si en alg¨²n momento yo escribiera que la Alianza Nacional es pura y simplemente un partido fascista caer¨ªa en el mismo error que los estudiantes de Mayo del 68, que gritaban: "Polic¨ªa = SS". ?D¨®nde est¨¢n, me pregunta usted, las condiciones econ¨®micas y sociales. necesarias para favorecer el nacimiento de un aut¨¦ntico fascismo? La actividad econ¨®mica y la producci¨®n no han sido nunca tan intensas e imaginativas en casi dos terceras partes de Italia. Despu¨¦s, me advierte usted: ?puede Francia permitirse roces con un socio europeo tan indispensable, con quien los intercambios son tan decisivos? Y no est¨¢ excluido que haya roces si pretendemos inmiscuirnos en los asuntos internos de unas personas tan orgullosas e irritables.
Si me ha dirigido esa carta a m¨ª es porque me atribuye una preocupaci¨®n por no simplificar nunca las cosas y por huir de todo manique¨ªsmo c¨®modo. Pero aqu¨ª, querido colega, digo: no, absolutamente no. Me niego con todas mis fuerzas a dar muestras de la m¨¢s m¨ªnima indulgencia, de la m¨¢s m¨ªnima comprensi¨®n hacia aquellos que, por primera vez desde la II Guerra Mundial, vuelven a dar legitimidad a unas palabras, unos s¨ªmbolos, unos hombres que est¨¢n asociados a la quintaesencia de las barbaries del siglo. La menor complacencia, supuestamente realista, supondr¨ªa una claudicaci¨®n imperdonable. Puesto que, ante mi estupor, esto ya no resulta evidente para todos nuestros amigos italianos, recordemos los hechos.
1. Es sorprendente que se me pueda reprochar el dar a los l¨ªderes pol¨ªticos el calificativo que se atribuyen ellos mismos. No son los dem¨¢s los que llaman fascistas a los militantes del MSI, convertido en Alianza Nacional. Son sus propios militantes. Se enorgullecen de ello. Ondean su bandera. Cuando se dice que son fascistas, se les llama por su nombre: por el nombre que han elegido para ellos y que nadie ha so?ado jam¨¢s imponerles.
2. Desde luego, no es inocente elegir ese nombre cuando se sabe lo que ha significado, las connotaciones que transmite, las hostilidades que ha suscitado durante medio siglo. Se puede decir incluso que en esas personas se da una fidelidad digna de m¨¦rito a una ideolog¨ªa que ha sido condenada al destierro por la humanidad. Si Fini es la persona que usted nos describe, ?por qu¨¦ no logra usted que reniegue de forma espectacular e inmediata de su elecci¨®n? Entonces le ser¨¢ a usted mucho m¨¢s f¨¢cil convencernos.
3. Su Gianfranco Fini no s¨®lo no ha renegado, sino que, como si se complaciera en agravar su caso, se ha cre¨ªdo obligado a precisar que para ¨¦l, Mussolini era, sin duda, "el hombre m¨¢s asombroso del siglo". Me dice usted que ignoro todo sobre la forma en que se juzgan en Italia los 22 a?os del, periodo de Mussolini. En la imaginaci¨®n colectiva se separ¨® al Duce que devolvi¨® el orgullo y la ambici¨®n a su pa¨ªs del bravuc¨®n que se dej¨® llevar y constituy¨® con los nazis ese famoso Eje del que fue la v¨ªctima bufonesca. En primer lugar, en las palabras de Fin? o de sus c¨®mplices se busca en vano una distinci¨®n de este g¨¦nero. Unos y otros se guardan mucho de hacerla. Pero, aunque Fin? la hubiera hecho, s¨®lo se habr¨ªa puesto en la situaci¨®n de los defensores de P¨¦tain que le perdonaban Vichy por su actuaci¨®n en Verd¨²n.
4.De hecho, querido colega, con la actitud de este neofascismo, por muy modernista que sea, todo lo que se invoca como excusa se convierte, por el contrario, en una acusaci¨®n. Porque, en el mejor de los casos, se trata de presentarnos el rostro humano del fascismo, y, por tanto, de trivializar sus principios. No hay nada m¨¢s contagioso, m¨¢s peligrosamente contagioso, que esta trivializaci¨®n. Si se sigue por ese camino, no habr¨ªa ninguna raz¨®n para que los neonazis no recordaran que Hitler quiso en primer lugar vengar la humillaci¨®n infligida a los alemanes por el Tratado de Versalles, antes de "desviarse" hacia el totalitarismo y el racismo.
5. Por ¨²ltimo, me recuerda usted que el fascismo italiano no se distingui¨® por un encarnizamiento contra los jud¨ªos. Es lo que se dice. Los historiadores lo confirman. Lo admito. Los campos de concentraci¨®n no son un invento de Mussolini. De acuerdo, pero de todas formas no habr¨ªa que olvidar al gran Primo Levi. No habr¨ªa que traicionar la memoria del testigo m¨¢s pat¨¦tico y m¨¢s penetrante de la persecuci¨®n. E incluso si usted consiguiera relativizar, aunque no s¨¦ por qu¨¦, el testimonio de Primo Levi, no deber¨ªa hacer lo mismo con Ignazio Silone, el gran novelista cr¨ªtico, que describi¨® los furores fascistas de los que fue v¨ªctima. En otras palabras, el totalitarismo no se resume, en mi opini¨®n, en la persecuci¨®n racial. Es, simplemente, la persecuci¨®n. La persecuci¨®n de los individuos y la traici¨®n a la naci¨®n. Es lo que ya pensaba durante el juicio de Touvier. La gente se enfrent¨® por saber si el hombre de la milicia hab¨ªa matado o no a siete jud¨ªos por iniciativa propia, cuando lo esencial era recordar que hab¨ªa pasado al bando de la traici¨®n y a las filas de los enemigos de su pa¨ªs.
Para terminar, me asegura usted que en Italia los pol¨ªticos serios temen mucho m¨¢s el car¨¢cter extravagante e imprevisible de Silvio Berlusconi que la posible nocividad del simp¨¢tico Fini. Me apetece a¨²n menos elegir entre esos dos males porque, al fin y al cabo, el retorno de los fascistas al Gobierno se debe a Silvio Berlusconi. Creo que nuestros amigos italianos deber¨ªan tomarse las cosas m¨¢s en serio. En Francia somos muy severos con Bemard Tapie, como me recuerda usted. Pero Tapie no ha puesto nunca, en ning¨²n momento, su energ¨ªa truculenta y su dinamismo populista al servicio de los herederos de la colaboraci¨®n con los nazis. Incluso ha hecho exactamente lo contrario. Si, seg¨²n usted, algunos italianos parecen molestos porque les demos lecciones, que sepan que, si es necesario, somos perfectamente capaces de recibirlas de ellos. Desde luego, el compartir el horror al fascismo es el m¨ªnimo a partir del cual se puede construir un futuro com¨²n.
es director del semanario franc¨¦s Le Nouvel Observateur.
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