EE UU ya no mira a las playas de Europa
La sociedad norteamericana est¨¢ volcada en problemas internos 50 a?os despu¨¦s del desembarco en Normand¨ªa
Por primera vez en varias d¨¦cadas, el tradicional desfile del Memorial Day no pudo celebrarse este a?o en Nueva York por falta de p¨²blico, que hab¨ªa preferido pasar el fin de semana festivo en el campo, en lugar de saludar a sus ex combatientes. Un dolido veterano de la Segunda Guerra Mundial se quejaba en la televisi¨®n de que este pa¨ªs est¨¢ perdiendo patriotismo.Seguramente no es para tanto. La fiesta en la que anualmente se rinde homenaje a los norteamericanos que han dado la vida por su naci¨®n fue todav¨ªa observada, el pasado 30 de mayo, en Washington y en cientos de peque?as y grandes ciudades a lo largo de Estados Unidos, con similar atenci¨®n y respeto que en a?os anteriores. Pero es cierto que la ausencia de amenazas militares y el desplazamiento del poder de la generaci¨®n que particip¨® en la ¨²ltima gran guerra europea hacen que aquellas viejas haza?as b¨¦licas hayan perdido vigencia.
El propio presidente Bill Clinton, el primer jefe de Estado norteamericano de la ¨²ltima mitad del siglo que no s¨®lo no hab¨ªa nacido cuando se produjo el desembarco en Normand¨ªa, sino que jam¨¢s visti¨® un uniforme, se ha quejado de que "los j¨®venes estadounidenses saben demasiado poco del D¨ªa D ".
Eso puede ser un problema, pero la cuesti¨®n principal es que ¨¦l mismo sabe poco del D¨ªa D. No porque el presidente estadounidense desconozca las circunstancias hist¨®ricas que ahora se conmemoran, sino porque el esp¨ªritu de esa gesta no cuadra con su estilo.
Normand¨ªa y Bill Clinton son t¨¦rminos que casi se repelen. Normand¨ªa es sin¨®nimo de firmeza, de convicciones, de liderazgo, de visi¨®n universal; caracter¨ªsticas todas ellas que se aplican con dificultad a la gesti¨®n del actual inquilino de la Casa Blanca, al menos en lo que respecta a su pol¨ªtica exterior.
El lunes pasado, cuando Clinton colocaba una corona de flores ante el monumento al soldado desconocido, en el cementerio de Arlington, en Washington, alguien entre los presentes grit¨®: "?L¨¢rgate, desertor!", aludiendo a las maniobras hechas en el pasado por el presidente para librarse del reclutamiento para la guerra de Vietnam. Desde el comienzo de su presidencia, Clinton, que sucedi¨® en el cargo a un h¨¦roe de la Segunda Guerra Mundial, ha estado inc¨®modo entre los militares. Su estilo y su historial se adaptan mejor a los foros reducidos en los que se discuten los problemas cotidianos de los ciudadanos que a las arengas en las que se elogian principios que le cuesta defender.
Su desentendimiento de la pol¨ªtica exterior, sus dudas continuas en Bosnia, la retirada de Somalia, la indecisi¨®n en Hait¨ª, la rectificaci¨®n de la pol¨ªtica con China son, todos ellos, elementos de una gesti¨®n poco compatible con la actitud que llev¨® a Estados Unidos a desembarcar en las playas de Omaha y Utah.
Esto coincide con dos circunstancias dentro de Estados Unidos que marcan m¨¢s distancia a¨²n con efem¨¦rides como el D¨ªa D. Una es el significativo aislacionismo que estos d¨ªas se aprecia en la sociedad norteamericana, m¨¢s preocupada ahora del crimen, el desempleo y el sida que de la seguridad europea. Otra es la llegada al poder de una generaci¨®n de dirigentes j¨®venes que entienden las relaciones internacionales m¨¢s como un instrumento de intercambio comercial que como una v¨ªa de introducci¨®n de ideas y valores.
El Gobierno norteamericano est¨¢ m¨¢s preocupado por la venta de aviones a China que por el regreso del comunismo en Hungr¨ªa y ve con mayores perspectivas el crecimiento de los nuevos tigres asi¨¢ticos que la marcha de la Uni¨®n Europea.
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