?Es el amor una infamia?
Tal puede deducirse de la novela Gualba la de las mil voces (Eugenio D'Ors), donde aparece separada la pasi¨®n del sentimiento. En ella el amor es atracci¨®n inmunda camal y maravillosa espiritualidad que exige m¨¢s y m¨¢s la uni¨®n imposible de los amantes. Pensamos que el amor no es infernal ni lleva a la ruina de quienes lo viven porque toda pasi¨®n amorosa nace de un sentimiento reflexivo, sereno, equilibrado.La forma de sentir el amor es subjetiva, ¨ªntima, se deleita en los propios ejercicios espirituales, pero cuando se apasiona sale de la morada del alma y se sit¨²a embelesada frente al objeto de adoraci¨®n. Este sentir es pasi¨®n objetiva, pues el que ama busca descubrir c¨®mo es el amado, observ¨¢ndole con paciente detenimiento. "El amor es conocimiento del T¨² por el Yo" (Kierkegaard), no furia desatada de la pasi¨®n. Al principio el otro es un extra?o, una criatura abstracta, quien, por esta entrega objetiva, anal¨ªtica, perseverante, se concreta en T¨² real. La pasi¨®n no es hirsuta, salvaje, sino prodigiosamente curiosa de los seres y cosas que despiertan su inter¨¦s. La existencia misma es pasi¨®n, aunque no sintamos amor por ninguna persona. No pueden tomarse decisiones sin ella, porque la pasi¨®n verdadera es revoluci¨®n ¨ªntima, acci¨®n proyectiva. Existir es obrar movidos por un profundo impulso hacia el entorno y los otros seres. Vemos que la pasi¨®n no es una potencia maligna, ruinosa, infernal. Ya Hegel hab¨ªa descubierto el primer momento del amor en la pasi¨®n, pues nos revela que somos personas incompletas, lo que implica necesidad de reafirmarse por una entrega de s¨ª mismo a la realidad objetiva del ser amado. La pasi¨®n tambi¨¦n puede ser meramente c¨®smica, un frenes¨ª del deseo, como refleja la novela Santuario (William Faulkner), af¨¢n de conocimiento fugaz m¨²ltiple de otros seres que no llega nunca a la ternura y s¨®lo se calma con la posesi¨®n violenta inmediata.
La pasi¨®n en su primer ¨¦xtasis es serena, reflexiva, y m¨¢s tarde busca con desespero la fusi¨®n carnal, pudiendo hacer que el amor se convierta en infamia, como sostiene Eugenio D'Ors. Sin embargo, aunque la pasi¨®n es desafuero del sentimiento, conserva escondida la dulzura en el recogimiento del alma sensible. El amor suele llegar a un tal ensimismamiento que necesita la furia de la pasi¨®n para salir del ¨¢mbito opresivo, asfixiante, del sentimentalismo. Esta sed realista de la pasi¨®n no debe confundirse con afanosa b¨²squeda posesiva. Por el contrario, "la cristalizaci¨®n sentimental" (Stendhal) es un amor creado en la interioridad reflexiva. De aqu¨ª nace la paradoja del amor-pasi¨®n que olvida la propia subjetividad para mejor sentir el objeto amoroso y hacerlo suyo. Pero el amado reacciona violentamente, porque no se deja absorber ni se somete a la voluntad del amante, de lo que podr¨ªa deducirse que el amor es un infierno. A este conflicto cabe una soluci¨®n intermedia: la amiti¨¦ amoureuse, que equilibra el sentimiento respetuoso al autodominio del ¨ªmpetu posesivo de la pasi¨®n.
Frente a la apertura de la sensibilidad activa, el sentimiento amoroso es pl¨¢cido, sin inquietudes, y lleva desde el mundo real a las honduras. del esp¨ªritu, a una radical interiorizaci¨®n. Ya Brentano se propuso fundamentar una psicolog¨ªa de la introversi¨®n, renuncia al mundo objetivo y encerrarse en la intimidad m¨¢s recoleta para vivir en la conciencia pura, all¨ª donde nada se agita ni turba el ¨¢nimo, paz ¨ªntima, complacencia en s¨ª mismo, una dicha inefable. Sin embargo, observa Whitehead, este recogimiento es moment¨¢neo, a la larga origina desaz¨®n, porque el sentimiento es vector, necesita proyectarse hacia realidades objetivas, y dice: "Cuando un sentimiento es profundo nos lanza hacia un m¨¢s all¨¢"; por ello el amor exige apasionarse, pues lleva impl¨ªcita la direcci¨®n hacia otro.
Todo amor sentimental es apasionado, y toda pasi¨®n, sentimental. En la novela Fortunata y Jacinta (Benito P¨¦rez Gald¨®s), el protagonista siente pasi¨®n amorosa intensa por la amante y un tierno amor sentimental por su esposa, drama que refleja la unidad de ambas formas de amar. El amor a Odette, de Swann, personaje de Marcel Proust, es sobre todo sentimental, la evoca apasionadamente e idealiza como una figura de Vermeer, pero no quiere aprisionarla. Aunque es evidente la unidad sentimiento-pasi¨®n, no son menos ciertas sus diferencias. E¨ª sentimiento amoroso sumerge en la subjetividad, a¨ªsla, entristece y hasta puede originar una depresi¨®n peligrosa. Por el contrario, la pasi¨®n afirma, infundiendo poderosa energ¨ªa vital, dice Spinoza. El sentimiento empobrece y la pasi¨®n enriquece, pero puede ocurrir al rev¨¦s: que el sentimiento consolide el Yo del amante, y la pasi¨®n, olvido de s¨ª para entregarse a otro. En este caso, el sentimiento amoroso es m¨¢s ego¨ªsta, privatizador, y la pasi¨®n, generosa, altruista. Ahora bien, cuando la pasi¨®n no tiene l¨ªmites, se llega a la uni¨®n infame que acarrea la destrucci¨®n mutua. Tambi¨¦n el sentimiento puro gozado en s¨ª mismo distancia a los amantes y disuelve el amor. Comprobamos esta verdad en La porte ¨¦troite, novela de Andr¨¦ Gide, cuyo protagonista siente el amor a solas, sin desear la presencia de su objeto amoroso. Albertine, personaje de Proust, vive en la conciencia del narrador como sentimiento reflejo, y s¨®lo adquiere realidad cuando desaparece de su vista y la siente lejana.
El orgullo es la base del amor sentimental que reafirma el Yo, mientras que el amor-pasi¨®n precipita en un abismo de incertidumbres y reflexiones atormentadas en desesperada b¨²squeda de la verdadera personalidad del otro. Si la pasi¨®n se obsesiona en conquistar al amado, a su vez ¨¦ste domina con su sola presencia, hasta hundir en profunda congoja. Para evitar esta ant¨ªtesis, la pasi¨®n debe ser un ¨ªntimo sentir, y el sentimiento, pasi¨®n realizada. As¨ª se sentimentaliza la pasi¨®n al socializarse y el sentimiento se universaliza al apasionarse, sin escindirse nuestra personalidad en un fuego que consume y una serenidad que hiela. Solamente la raz¨®n dial¨¦ctica puede armonizar las antinomias dram¨¢ticas del sentimiento y de la pasi¨®n, pero estimulando siempre sus vitales y necesarias contradicciones. Entonces surgir¨¢ una nueva realidad del ser humano, sin desgarramientos pat¨¦ticos ni catastr¨®ficos, y el amor ya no ser¨¢, como fue para Calixto y Melibea, una trascendencia que condena a la tragedia a los amantes que lo sufren.
es ensayista, autor de Tratado de las pasiones.
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