Liberalismo 'de asalto'
La excesiva dimensi¨®n e intervenci¨®n del Estado es ya un t¨®pico por casi todos compartido. Hay demasiados controles, intervenciones, rigideces, funcionarios e impuestos. Por eso, desde la derecha y la izquierda modernas se urge la desregulaci¨®n y la privatizaci¨®n. Pero la experiencia demuestra que nada hay m¨¢s peligroso que abrir el portillo de los t¨®picos y, tras convertir ¨¦stos en dogmas, llevarlos a la pr¨¢ctica. La hiperextensi¨®n de lo p¨²blico se debe a tal planteamiento, que ha te nido efectos econ¨®micos y sociales nunca queridos por sus promotores. Pero ahora puede ocurrir otro tanto en sentido in verso. Si el intervencionismo ha dejado mucho que desear, el liberalismo t¨®pico puede dar mucho que lamentar. Y no dejo de ver dogm¨¢ticos socialdem¨®cratas de ayer convertidos en fan¨¢ticos liberales de hoy.Las leyes del mercado son excelentes a la hora de afectar recursos, pero un gran liberal como R?pcke sab¨ªa que hay bienes "m¨¢s all¨¢ de la oferta y la demanda". En Espa?a sabemos ya que el mercado televisivo favorece la televisi¨®n basura y en breve lo comprobaremos con las titulaciones universitarias, por s¨®lo citar dos ejemplos de m¨¢xima gravedad. Cuando lo que se oferta y demanda no es propio del "comercio de los hombres" o este comercio no se enmarca en reglas imperativas muy estrictas, el mercado se transforma en rastro. Y el rastro no beneficia al consumidor, sino al chal¨¢n.
Pero, sin necesidad de ponerse dram¨¢tico, quiero llamar la atenci¨®n del lector sobre estos fen¨®menos importantes, a mi juicio cargados de riesgo.
Primero, el seudoliberalismo, consistente no en reducir el tama?o de lo p¨²blico, sino en disfrazarlo de privado, con la consecuencia de eliminar los controles y las garant¨ªas propias del Estado de derecho y aumentar los riesgos de abuso de poder y, m¨¢s concretamente, del mal uso de los recursos econ¨®micos del poder.
El fen¨®meno es frecuente, como demuestra la quiebra de los principios presupuestario y del control previo del gasto, la decadencia del sistema cl¨¢sico de contrataci¨®n administrativa, la proliferaci¨®n de t¨¦cnicas privadas de gesti¨®n otrora p¨²blica y, en fin, todas las v¨ªas de la huida del derecho administrativo al derecho privado ejemplarmente estudiadas por mi admirado amigo Gaspar Ari?o.
Su consecuencia, querida o no, es que el gasto p¨²blico no se controla, ni en su cuant¨ªa ni en su finalidad, y la responsabilidad se diluye.
Los riesgos son a¨²n mayores cuando la privatizaci¨®n de actividades p¨²blicas no s¨®lo es formal, sino que afecta al sujeto activo. Baste pensar en lo que supone la aceptaci¨®n de la seguridad privada -hoy incluso encargada del Patrimonio Nacional- Se trata nada m¨¢s y nada menos que de invertir el fuste hist¨®rico del Estado moderno y de transferir a manos de particulares, a cambio de un tributo feudal, lo que era esencia del Estado. De la mercantilizaci¨®n de la seguridad a la disoluci¨®n de la seguridad en la autotutela no hay m¨¢s que un paso. La nueva Edad Media puede suponer la p¨¦rdida de la vieja paz p¨²blica.
Pero los riesgos mayores no surgen en estos equivocados vericuetos que, por su car¨¢cter err¨®neo, un Gobierno sensato, liberal o no, sabr¨ªa evitar, sino en los efectos no queridos de las medidas liberalizadoras, en s¨ª correctas, pero cuyo aqu¨ª y ahora no puede dejarse en manos de dogm¨¢ticos.
La empresa p¨²blica es incompetitiva y ruinosa, y la protecci¨®n social, costosa y propensa al abuso y, por tanto, a la desmoralizaci¨®n. Sin embargo, un proceso acelerado de privatizaciones y un desmantelamiento de la red de protecci¨®n social puede dar al traste con valores aun m¨¢s importantes que la eficiencia econ¨®mica y de los que ¨¦sta tambi¨¦n depende, como es el caso de la cohesi¨®n social.
Con raz¨®n se ha comparado por sus ilustres partidarios la privatizaci¨®n con la desamortizaci¨®n, y es m¨¢s que posible que las nuevas manos muertas deban ser desamortizadas. Pero la desafortunada desamortizaci¨®n de Mendiz¨¢bal, fruto del dogmatismo t¨®pico y de necesidad fiscal, tuvo un incalculable coste cultural e incluso ecol¨®gico, y fue la ra¨ªz de tres guerras civiles. El ejemplo debe hacer pensar a los partidarios de nuevas desamortizaciones la prudencia con que hay que operar a la hora de cerrar empresas o recortar prestaciones.
No cabe sustraerse a la fuerza normativa de los hechos (la escasez de los recursos, los imperativos de la competitividad, los datos de la demograf¨ªa). Pero s¨ª cabe analizar y exponer mejor sus causas y consecuencias, dar a luz alternativas credibles, consensuar soluciones. Lo que es insensato es atentar al ya muy da?ado tejido de la sociedad -desde la tecnoestructura pol¨ªtica y econ¨®mica en nombre de los t¨®picos de hoy- con la misma ingenuidad que se hizo con los t¨®picos de ayer.
Los efectos no queridos de este liberalismo pueden ser tales que abran el portillo a soluciones nada liberales. Imprudentes medidas de choque pueden provocar la reacci¨®n victoriosa de la izquierda intervencionista y proteccionista. As¨ª ha ocurrido en el Este y podr¨ªa ocurrir en Espa?a. Y, en sentido contrari¨®, un autoritarismo que ning¨²n liberal debe desear. El pinochetismo ser¨ªa un liberalismo de asalto.
Burke era partidario del mercado, pero, como buen conservador, recomendaba, a la hora de poner la mano en el Estado para reformarlo, hacerlo s¨®lo "con miedo respetuoso y con licitud temblorosa". Ese miedo, dec¨ªa un romano ilustre, el miedo a poner en peligro la seguridad y la libertad, es la ra¨ªz del coraje ciudadano.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.