El b¨²lgaro es calvo
No s¨®lo ganaron, jugaron. Es posible que nadie sepa de qu¨¦ modo fueron capaces de doblegar a un equipo repleto de historia y fortaleza. Los pedantes -los hay a cientos concentrados entre los comentaristas- hablar¨¢n de t¨¢cticas y sistemas. Son gente capaz de convertir un c¨®rner en una jugada de estrategia. Lo mismo un golpe franco. Todo aquello que tenga que ver con un bal¨®n parado es una jugada de pizarra. Cabr¨ªa decir, siguiendo esa estupidez al uso,, que un saque de banda es una jugada pensada al mil¨ªmetro, y hasta un penalti (forma sumaria -si bien azarosa- de ejecutar al adversario).. No se puede hablar de esas cosas, sistemas y planes, y a un tiempo de ellos (ellos son Bulgaria). Se limitaron, sin que nadie se diera cuenta, a ocupar el territorio. Y en ese 1-ugar abierto a cualquier corriente, cuando el viento contrario se convert¨ªa en hurac¨¢n, entendieron que era oportuno cubrir cada zona del campo, e incluso, del propio cuerpo (salvo los ojos: jam¨¢s hay que dejar de mirar al adversario). Hicieron de la modestia virtud calculadamente sublime, forma -exquisita de la soberbia. Sin embargo, era casi imposible que ante la avalancha de tanto poder pudieran resistir y despu¨¦s de un tiempo de penuria, aprovechar el instante oportuno. Lo hicieron. Y una vez conseguida la haza?a, las almas c¨¢ndidas se dieron a pensar: "El empate es suficiente, y m¨¢s tarde, la suerte en la muerte s¨²bita". Pues no. Como dice un viejo amigo, a punto de alcanzar la iron¨ªa, nada como administrar el segundo tiempo; es decir, el tiempo que los idiotas entienden como basura.
Y se abri¨® la secuencia posterior a la haza?a. Entonces surgi¨® un tipo calvo, enjuto, feo, hermoso, tal vez jud¨ªo, tal vez gitano, capaz de controlar los l¨ªmites m¨¢s dif¨ªciles de su ¨¢rea, de conocer palmo a palmo su terreno, de saber que la habilidad y la elegancia conducen a resolver las m¨¢s dif¨ªciles situaciones a las que el enemigo te somete. El calvo, casi. destruido por el cansancio y las batallas perdidas, convirti¨® el Gants Stadium, en Nueva York, en un clamor que se hac¨ªa eco del talento de sus piernas, sus brazos, su cuerpo entero y su cabeza arriba. (En aquelos instantes, hasta Clausewitz se hubiera dado a la emoci¨®n). Y el gitano, jud¨ªo, balc¨¢nico, antibalc¨¢nico, desde, su insondable modestia, se adentr¨® en el sancta sanctorum de la tradici¨®n m¨¢s implacable y consigui¨®, en plancha, como un sue?o de adolescente, el gol m¨¢s bello de cuantos hayan podido celebrarse en el Mundial 1994.
Y bajo el rumor de los r¨ªos de alta monta?a, el murmullo de Clausewitz (nadie ha sabido m¨¢s que ¨¦l de estrategia) se hizo notar: Letchkov, Letchkov, Letchkov, nos has devuelto la hermosura.
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