Mec¨¢nica popular
Cap¨ªtulo 1Relato de
Llevaba m¨¢s de media hora en aquella inh¨®spita sala de espera, sin que me atendiera nadie, cuando se abri¨® la puerta y apareci¨® una mujer en cuya frente estaba escrito mi destino. Reconozco en seguida a esa clase de mujeres, porque siempre que se han cruzado en mi existencia he hu¨ªdo de ellas con id¨¦nticas dosis de arrepentimiento y de dolor. Y es que no puedo mirarlas sin agonizar, de manera que tem¨ª que fuera la doctora y tuviera que abrir la boca delante de sus ojos. Por fortuna, se trataba de una paciente, pues tras preguntar si era yo el ¨²ltimo, aunque no hab¨ªa nadie m¨¢s, se puso a recorrer la sala de un lado a otro. Est¨¢bamos en los primeros d¨ªas de agosto, pero ella llevaba un abrigo de vis¨®n que la envolv¨ªa hasta los tobillos. Sin embargo, lejos de sudar, se estremec¨ªa dentro de la piel con el gesto con el que nos encogemos dentro de la cama cuando suena el despertador y el dormitorio est¨¢ fr¨ªo. Y se encog¨ªa del tal modo que uno deseaba encontrarse tambi¨¦n en el interior de aquel abrigo de piel, con ella a ser posible. Siempre me ha dado mucha verg¨¹enza sudar delante de las mujeres que llevan escrito en la frente mi destino, as¨ª que no sab¨ªa qu¨¦ hacer para ocultar mi malestar creciente.
Como soy un poco mujeriego y aquello empezaba a una tortura, intent¨¦ liberar los recursos que utilizo para seducir a las mujeres que no llevan escrito en la frente mi destino, y al poco fui capaz de dirigirle la palabra con alg¨²n descaro:
-No s¨¦ c¨®mo puede soportar ese abrigo con el calor que hace- dije.
Ella me mir¨® con una expresi¨®n de desconcierto enloquecedora (¨¦sa es una de las caracter¨ªsticas de las mujeres que llevan escrito e la frente mi destino, el desconcierto) y pregunt¨® con ingenuidad:
-?Por qu¨¦ dice usted que hace calor?
-Porque lo hace -respond¨ª-. Adem¨¢s, es normal, estamos en agosto.
-En Buenos Aires -dijo- hace mucho fr¨ªo en agosto.
-S¨ª -argument¨¦ yo-, pero es que estamos en Madrid.
-No me diga...
Compuso tal expresi¨®n de perplejidad que parec¨ªa que de verdad dudara sobre el lugar en que nos encontr¨¢bamos "A m¨ª me hizo gracia esa duda y me crec¨ª de manera quiz¨¢ un poco miserable frente a su miedo. Recuerdo que sonre¨ª con suficiencia mientras le preguntaba:
-?De verdad cre¨ªa que est¨¢bamos en Buenos Aires?
- No s¨¦, ya me hace usted dudar...
Comprend¨ª que estaba en mis manos y pens¨¦ que quiz¨¢ no se tratar¨¢ una de esas mujeres que llevan escrito mi destino en la frente. A veces, te equivocas. Parec¨ªa tan desamparada que empec¨¦ a encontrar placer en la posibilidad de seducirla. Dije:
-Usted no s¨¦ en d¨®nde estar¨¢, pero yo, desde luego, estoy en Madrid y en Madrid en agosto hace calor.
Ella mir¨® a su alrededor como buscando alguna referencia que pusiera en cuesti¨®n, o quiz¨¢ confirmara mis palabras, pero la habitaci¨®n estaba muy desnuda y la ¨²nica ventana daba a un calendario que hab¨ªa en la pared y tras colocarse unas gafas de vista cansada (quiz¨¢ eran sus ojos casados los que me hab¨ªan persuadido de que se trataba de una de esas mujeres), ley¨® algo escrito en ¨¦l.
-Aqu¨ª pone "impreso en los talleres de Sergio Dacosta, Tucuman, provincia de Buenos Aires".
Yo, como por llevarle la corriente, porque estaba empezando a gustarme con locura esa mujer, me levant¨¦ y fui a leer la inscripci¨®n.
-Pues s¨ª -conced¨ª-, pone eso, pero no tien nada que ver. Sin embargo, ha consguido usted sugestionarme. Parece que empiezo a tener fr¨ªo, como si nos en contr¨¢ramos en Buenos Aires.
Lo dije por no interrumpir la conversaci¨®n, pero lo cierto es que me encontraba algo desnudo con el traje de lino. Cuando intentaba averiguar de d¨®nde pod¨ªa proceder aquel fr¨ªo, ya que no hab¨ªa aire acondicionado a simple vista, habl¨® ella:
-Pues debe tratarse de una sugesti¨®n m¨²tua, porque yo empiezo a tener calor, como si estuvi¨¦semos en Madrid. Con este abrigo...
-Qu¨¦ mundo -respond¨ª yo acerc¨¢ndome un poco para valorar su perfume-, ya no sabe uno ni d¨®nde est¨¢.
-Ni qui¨¦n es -respondi¨®-; no sabe uno d¨®nde est¨¢ ni qui¨¦n, es.
Intrepret¨¦ que se trataba de una invitaci¨®n a que nos present¨¢ramos y le extend¨ª mi mano:
-Perd¨®n, no me he presentado todav¨ªa: Francisco Ure?a, encantado.
-Beatriz Tom¨¦ -respondi¨® entreg¨¢ndome la suya, a la que obligu¨¦ a permanecer entre las m¨ªas unas d¨¦cimas de segundo m¨¢s de lo socialmente aceptado.
-Bueno -a?ad¨ª con expresi¨®n divertida-, por lo menos estamos de acuerdo en qui¨¦nes somos.
Entonces ella, Beatriz, hizo un gesto de aturdimiento, como si se encontrara a punto de desmayarse, y tras dar dos o tres pasos sin direcci¨®n precisa se derrumb¨® sobre el sof¨¢ y rompi¨® a llorar.
-Yo no, la verdad -dijo entre hipidos-, he dicho lo que Beatriz Tom¨¦ por decir algo, pero no estoy segura. Si esto es Madrid, a lo mejor no soy Beatriz.
Me qued¨¦ un poco desconcertado, sobre todo porque me pareci¨® que lloraba como las mujeres que llevan escrito en la frente mi destino. Finalmente, dije:
-Bueno, no se ponga as¨ª; quiz¨¢ estemos en Buenos Aires. De hecho, he empezado a tener fr¨ªo, ya se lo he dicho.
Ella contiu¨® llorando con esa clase de fragilidad que me enloquece; de manera que volvi¨® a salir el seductor que hay en m¨ª y, en un gesto de protecci¨®n t¨ªpicamente masculino, me sent¨¦ junto a ella, la tom¨¦ por los hombros y la atraje hacia m¨ª. Mientras la acariciaba para darle consuelo empec¨¦ a descubrir sus formas debajo del abrigo y deb¨ª de perder por un momento el sentido de la medida, porque se incorpor¨® de s¨²bito, ofendida, y, trag¨¢ndose las l¨¢grimas, me grit¨®:
-?Pero por qui¨¦n me ha tomado usted?
-Lo siento -me disculp¨¦-, s¨®lo pretend¨ªa consolarla.
-?Y para consolarme me tiene que tocar todo el cuerpo?
-Perdone -insist¨ª-, es usted muy atractiva y posiblemente me he dejado llevar, pero le aseguro que no es mi estilo.
Me levant¨¦ y comenc¨¦ a recorrer la sala de espera de un lado a otro, en parte para que se tranquilizara al verme lejos de ella, pero tambi¨¦n porque el fr¨ªo hab¨ªa aumentado y no pod¨ªa quedarme quieto sin temblar. Una inquietante extra?eza, acentuada por el silencio que se hab¨ªa establecido entre los dos, se apoder¨® de m¨ª. Finalmente, ella habl¨®, quiz¨¢ con intenci¨®n de romper de nuevo el hielo, pero dijo algo desconcertante:
-Est¨¢ tardando mucho la peluquera.
-?Qu¨¦ peluquera? -pregunt¨¦ yo asombrado.
-La peluquera, qu¨¦ peluquera va a ser.
-Pero, mujer, si esto es una cl¨ªnica dental.
Ella adopt¨® la misma expresi¨®n de desconcierto que cuando le dije que est¨¢bamos en Madrid y yo vi escrito de nuevo mi destino en su frente, pero esta vez me sent¨ª pose¨ªdo de una fortaleza especial y no hu¨ª.
-Que dice -articul¨®.
-Yo, por lo menos, he venido a arreglarme la boca.
-Pues yo a cortarme el pelo.
La sensaci¨®n de extra?eza creci¨® dentro de m¨ª, asociada esta vez al fr¨ªo. En realidad, ya no pod¨ªa distinguir la extra?eza del fr¨ªo, parque los dos se hab¨ªan instalado en el centro de mis huesos y desde all¨ª irradiaban al resto del cuerpo una suerte desvar¨ªo que se manisfestaba en una agitaci¨®n incontrolable. Ella, por su parte, ten¨ªa encendida la cara, como si de repente hubiera comenzado a sobrarle el abrigo.
-Parece que tiene usted calor -dije intentando componer una expresi¨®n de broma.
-Y usted fr¨ªo -respondi¨® al instante.
-A lo mejor va a resultar que el que est¨¢ en Buenos Aires soy yo -a?ad¨ª continuando el juego, aunque la sonrisa se me quedaba helada.
-Y yo en Madrid -a?adi¨® ella.
-Pues nada, si esto sigue as¨ª nos cambiamos de ropa y ya est¨¢.
Entonces se quit¨® el abrigo y me lo ofreci¨® con naturalidad. Yo me defend¨ª con un gesto a la vez dec¨ªa que no, por favor, que se trataba de una broma. Pero mientras hablaba, me fij¨¦ en su cuerpo y poco a poco fui descubriendo que debajo de la falda y de la blusa se ocultaban en realidad un conjunto de miembros masculinos. Comprend¨ª, de s¨²bito, el por qu¨¦ la sensaci¨®n de extra?eza que me hab¨ªa invadido unos minutos antes.
-Pero si usted es... -empec¨¦ a decir.
Ella mir¨® hacia las zonas de su cuerpo a las que yo dirig¨ªa mis ojos y puso un gesto de asombro.
-?Pero bueno -grit¨® horrorizada-, si soy un hombre!
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