Cabestreros huele a pueblo
Las fiestas de San Cayetano llevan a Lavapi¨¦s campeonatos de mus, petanca y rana
Don Benigno estaba el jueves que no cab¨ªa en s¨ª. Rubicundo, de barriga generosa, de 64 a?os, vecino de la calle del Mes¨®n de Paredes... y campe¨®n de rana de este a?o. Un hombre de Tomelloso (Ciudad Real) que trabaj¨® en la construcci¨®n y que acostumbra a jugar al tute con los amigos del barrio todos los d¨ªas en el parque de Cabestreros.Resulta que Benigno nunca hab¨ªa probado la rana -juego que consiste en meter a determinada distancia unas-pesadas fichas de metal en diversos agujeros de un estaribel, incluida la gran boca de una rana, que es lo que m¨¢s punt¨²a- hasta hace un par de a?os, y el jueves pasado se llev¨® la copa, en el primer d¨ªa de las fiestas de centro: San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma.
"Aunque esto", dec¨ªa otro de los amigos, un se?or de cara arrugada y pulcra camisa azul cielo, "se ha jugado toda la vida en los merenderos". Juli¨¢n Ropero, solador cuando trabajaba, gan¨® el tercer premio, pese a tener que utilizar un bast¨®n a sus 60 a?os. Cirilo, otro de la pandilla que est¨¢ d¨¢ndole a las cartas hasta que llega la madrugada en las mesitas del parque, recordaba aquella vez en la que ¨¦l gan¨® por puntos y otro le derrot¨® por hacer una rana. Quiterio, de 66 a?os, un comerciante jubilado, tiene en su casa ocho o nueve copas, pero el jueves no hubo suerte.
Luego, al caer la tarde, Benigno se sent¨® a jugar al mus saboreando un purito mientras se repart¨ªa cerveza. En siete mesas de formica se libraban siete batallas, con duros y pesetas para contar.
Y luego el p¨²blico, tras las vallas: la madre de Daniel, una mujer morena, una viuda que vivaz en Cabestreros mismo, expresiva y vivaz. Daniel, de 24 a?os, alba?il, era el personaje singular en medio de las cabezas canas y de cuatro melenas de mujer. Un rockero donde los haya, tiraba las cartas sin que se le moviera un pelo del tup¨¦. Ellas, la madre y la mujer, de nombre Gemma; estaban al otro lado de la barrera, con el primer hijo de Daniel, un beb¨¦ rubio, de 11 meses, y uno m¨¢s, lo que va a llegar, en las entra?as de Gemma.
Daniel, que hered¨® de su padre muerto la afici¨®n a las cartas, vest¨ªa de luto riguroso, con botas en punta, el tabaco descansando sobre el, hombro, bajo la camiseta. Un tipo duro.
Entre los madrile?os de cuna andaba Josefa, una mujer de tez muy blanca, maquillada con esmero, apoyada en la valla que conten¨ªa a los esforzados jugadores de mus. Uno de ellos, Jes¨²s, el marido, un escayolista tan moreno como p¨¢lida es la mujer. Ella no perd¨ªa ripio de los movimientos del marido. "El a?o pasado qued¨® tercero en el campeonato", se ufanaba la mujer, "y en otro campeonato de Cuenca, segundo qued¨®". El marido envidaba en la misma mesa que el rockero. Y las mujeres de Daniel saludaban desde el otro lado. La plaza de Cabestreros ol¨ªa a pueblo, con los viejos del lugar d¨¢ndole sabor a la tarde, con las calles colindantes llenas de guirnaldas, y la familia de los concursantes del mus, vigilando, atenta, los faroles que se marcaban los suyos. Alg¨²n mangui se quedaba como una estatua a ver qu¨¦ se dejaba caer por la fiesta castiza. Los cuentacuentos contaban historias bajo los ¨¢rboles del parque para los vecinos m¨¢s peque?itos.
Y tambi¨¦n la placita ten¨ªa aire ¨¦tnico; dos amigos marroqu¨ªes estudiaban el juego de la mesa del campe¨®n de rana, media docena de dominicanos apuraban sus ca?as, y un muchacho negro mataba el tiempo y el calor tumbado frente a una tienda senegalesa que hay en Cabestreros.
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