El caso del escritor desle¨ªdo
Cap¨ªtulo 1A la memoria de Juan Carlos Onetti
Relato de ?rase un escritor de ficciones que durante treinta a?os se hab¨ªa negado temerariamente a conceder entrevistas a la televisi¨®n. Hoy, cinco a?os, despu¨¦s de los sucesos que se narran en esta historia, hay quien opina que el mismo R. L. S. no fue otra cosa que una ficci¨®n, pues lo ¨²nico que nos queda de su paso por el mundo es el anagrama de su nombre. As¨ª firmaba sus libros, y as¨ª le dec¨ªan en familia y en los medios profesionales:-Errelese, deber¨ªas dejarte ver en la tele de vez en cuando.
-No me gusta hablar de la faena, y adem¨¢s soy un poco feo.
Y as¨ª durante treinta a?os. Gozaba de cierto prestigio y de una moderada fama, pero ni la una ni la otra le interesaban. Su rechazo sistem¨¢tico a los requiebros audiovisuales le hab¨ªa acarreado alg¨²n problema a la hora de promocionar sus libros, y bastantes malentendidos. Su mujer nunca se lo reproch¨®, pero en el fondo no lo aprobaba; sus editores se hab¨ªan resignado a lo que les parec¨ªa pr¨¢cticamente un suicidio, y su agente literario opinaba que era una forma de coqueter¨ªa que se adelantaba a su ¨¦poca, que hab¨ªa que respetar y que har¨ªa furor en el futuro.
R. L. S. era un hombre de s¨®lidas convicciones, menudo y discreto, y vest¨ªa con esmerada pulcritud y cierto atildamiento.
La tarde del 18 de julio de 1989 se dej¨® convencer para ser entrevistado brevemente en un programa cultural que se emit¨ªa de madrugada por la segunda cadena de TVE. Decidi¨® comparecer por gentileza hacia un escritor amigo y puso tres condiciones: que la entrevista fuese en directo, que no deb¨ªan hacerle ninguna pregunta sobre su propia obra ni sobre su vida y que a su espalda, en el plat¨®, colgaran una gran fotograf¨ªa de Mr. Hyde estrangulando a la puta lvy.
Todo result¨® bastante aburrido y transcurri¨® seg¨²n sus deseos, salvo un par de preguntas finales que la presentadora del programa le dispar¨® a bocajarro:
-Se?or Errelese, ?Por qu¨¦ firma sus novelas con estas iniciales? Suponemos que corresponden a su nombre. ?Tal vez Ram¨®n L¨®pez Sol¨ªs ... ? ?Rufino Lasa Sala ... ?
?l no se dign¨® contestar, los ojos en el suelo y una leve efusi¨®n sangu¨ªnea en la cara. Tampoco quiso explicar por qu¨¦ pidi¨® que colgaran tras ¨¦l una foto ampliada de Mr. Hyde / Fredric March apretando el cuello de lvy, / Miriam Hopkins con sus horribles manos peludas. Por ¨²ltimo, su conocido rechazo al medio televisivo, mantenido a lo largo de treinta a?os, pic¨® tambi¨¦n la curiosidad de la presentadora:
-?Por qu¨¦ no nos quiere? -enton¨® melindrosa- ?Qu¨¦ tiene usted contra nosotros, se?or Erreles¨¦?
-Lamento que me haga esta pregunta -dijo ¨¦l con la voz suave- Pero la contestar¨¦. La televisi¨®n est¨¢ creando una nueva especie humana, un mundo de opinantes mastuerzos y de mirones descerebrados, adiposos e impotentes, y a m¨ª no se me ha perdido nada en ese mundo.
En este momento estall¨® una bombilla de la c¨¢mara m¨¢s pr¨®xima a ¨¦l, y se produjo un cortocircuito y mucho humo, y uno de los focos tambi¨¦n explot¨®. La presentadora pidi¨® disculpas y, pasado el susto, reanud¨® la conversaci¨®n:
-Vaya, parece una acusaci¨®n en toda regla, lo que acaba de decir.
-Olv¨ªdelo, Ustedes saben de eso, practican muy bien la estrategia de la desmemoria.
-Y,sin embargo, pese a tan riguroso veredicto, usted ha venido.
-He venido exclusivamente a rendir homenaje a mi amigo y maestro Juan Carlos Onetti. Y puesto que hemos terminado, usted me dispensar¨¢. Buenas noches.
Su intervenci¨®n dur¨® apenas cinco minutos. Al alejarse de las c¨¢maras y de su campo de tiro not¨® fugazmente el primer s¨ªntoma: algo muy fr¨ªo se licuaba a lo largo de su tr¨¢quea, como si hubiera tragado un trozo de hielo del vaso de whisky.
De vuelta a casa, repasando mentalmente lo que hab¨ªa dicho, solamente una frase le parec¨ªa afortunada y no estaba seguro de que fuera suya: "En el buen escritor, la verdadera emoci¨®n aparece y se manifieta all¨ª donde no se la describe ni se la nombra. Y Onetti es un maestro en eso". No era gran cosa, y aunque hab¨ªa logrado su objetivo, recomendar encarecidamente la obra del amigo, sent¨ªa un extra?o desasosiego.
En casa pregunt¨® a su mujer y a sus hijas, que segu¨ªan pegadas al televisor, qu¨¦ tal hab¨ªa quedado ese imb¨¦cil de Errelese haciendo moner¨ªas ante las c¨¢maras, y le dijeron que bien, sin el menor entusiasmo. Olvido, su mujer, hija de un boticario de pueblo que acab¨® dirigiendo unos grandes laboratorios farmac¨¦uticos, a?adi¨®:
-Pero se te ve¨ªa mal.
-?A qu¨¦ te refieres? -dijo ¨¦l- ?Estaba mal enfocado, o demasiado lejos?
~No s¨¦. Movido.
-?Movido?
Su hija peque?a fue m¨¢s expl¨ªcita:
-Borroso, pap¨¢. Sal¨ªas muy borroso. Horriblemente borroso.
-Desle¨ªdo, dir¨ªa yo -precis¨® la resabiada hija mayor- A ratos parec¨ªa que te estuvieras disolviendo en agua, como un alkaseltzer.
-Explot¨® una c¨¢mara -record¨® ¨¦l- Ser¨ªa eso.
-Pero a la entrevistadora se la ve¨ªa perfectamente -observ¨® su mujer- Solamente t¨² sal¨ªas como... difuminado.
R. L. S. se encogi¨® de hombros.
-Fall¨® tambi¨¦n un foco... Bueno, qu¨¦ m¨¢s da -y a?adi¨® con sorna: -Nunca me hab¨ªa puesto delante de esos malditos artefactos. No han sabido cogerme el perfil bueno, as¨ª que no pienso volver por all¨ª.
-La c¨¢mara no te quiere, pap¨¢ -brome¨® la hija menor.
-Ser¨¢ eso, hija.
-?Quieres verte? Lo hemos grabado.
-Ma?ana. Estoy muy cansado. Eso de cultivar el personaje ante millones de televidentes resulta agotador, adem¨¢s de obsceno. Hasta ma?ana.
Al d¨ªa siguiente se marc¨® mir¨¢ndose al espejo y sufri¨® una fuerte bajada de la tensi¨®n sangu¨ªnea. De la manera m¨¢s tonta -eso crey¨® al principio: por andar distra¨ªdo o adormilado- me¨® fuera de la taza del water dejando el suelo perdido; no pudo dirigir correctamente el chorro de orina porque no lo ve¨ªa. Poco despu¨¦s sufri¨® doble visi¨®n y un persistente zumbido en los o¨ªdos. Aconsejado por su mujer, acudi¨® a la consulta del doctor Tr¨ªas, su m¨¦dico de cabecera y amigo ¨ªntimo; m¨¢s que amistad, lo que ambos cultivaban era una complicidad de lecturas y alcoholes diversos. El m¨¦dico le orden¨® echarse en la camilla, le tanteo el h¨ªgado apretando con los dedos y despu¨¦s le pregunt¨® qu¨¦ le hab¨ªa pasado exactamente. El lo hizo y aventur¨® que deb¨ªa tratarse de una depresi¨®n, dijo que a ratos sent¨ªa mucho fr¨ªo interior, como si su cuerpo estuviera abierto y expuesto a corrientes de aire, y que otras veces cre¨ªa sentir que se disolv¨ªa en un vaso de agua igual que una pastilla efervescente o algo as¨ª.
El doctor Tr¨ªas le ri¨® la broma y le recet¨® tres poemas metaf¨ªsicos de Quevedo, dos poemas sat¨ªricos de Sagarra y un vasito de Oporto cada noche antes de acostarse. Tambi¨¦n rellen¨® una solicitud para que le practicaran un estudio arterial mediante las siguientes exploraciones, seg¨²n escribi¨® de su pu?o y letra: Doppler Transcraneal Tridimensional y EcoDoppler de Troncos supra-a¨®rticos, afecto de Sd. vertiginoso e inestabilidad.
-No me jodas -exclam¨® R. L. S. admirado-. No sab¨ªa que en tus recetas imitaras la prosa de Juli¨¢n R¨ªos.
-Como bromista eres bastante chapucero -protest¨® el doctor Tr¨ªas- Yo soy ante todo un cient¨ªfico riguroso, y t¨² no eres m¨¢s que un man¨ªaco depresivo con una tendencia esquizoide, as¨ª que, de momento, te proh¨ªbo fumar.
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