Una tragedia en primera persona
En el Festival Nacional del Cante de las Minas, que desde 1961 se celebra en La Uni¨®n, ?qu¨¦ es lo que se celebra? A?o tras a?o, los habitantes de La Uni¨®n, de Cartagena, de Murcia, especialistas de Almer¨ªa, de Sevilla, de Barcelona, de Madrid, siguen los avatares de los concursos de cante y de guitarra, y saben que all¨ª ocurre algo que tiene verdadera importancia. ?Qu¨¦ ocurre all¨ª, en La Uni¨®n, qu¨¦ se celebra?En La Uni¨®n se celebran unos concursos, una cita anual entre artistas, p¨²blico y estudiosos, un ritual de fervor a los cantes mineros, un acto de gratitud a los esfuerzos de los organizadores del festival, ya que ellos contribuyen a la conservaci¨®n, el engrandecimiento y la difusi¨®n de un conjunto de formas musicales complej¨ªsimas y excelentes que son parte muy seria del patrimonio cultural espa?ol. No es poco. Pero eso no es todo. Hay algo m¨¢s. Algo muy hondo, muy bravo, muy caliente: parecido a la sangre. ?Qu¨¦ celebramos en La Uni¨®n?
Cuando el poeta Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald le pregunt¨® a T¨ªa Anica la Piri?aca qu¨¦ se t¨ªa cuando se gustaba cantando, la vieja siguinyera Jerezana, sin propon¨¦rselo, con una mezcla de inocencia y de sabidur¨ªa, entreg¨® en su respuesta la frase m¨¢s famosa y tal vez m¨¢s exacta de toda la historia del flamenco: "Cuando canto a- gusto me sabe la boca a sangre". Con esa frase T¨ªa Anica reintroduce el flamenco a su medio ecol¨®gico natural: el espacio de la tragedia. Jos¨¦ Monle¨®n, que ya ha probado su saber sobre el espacio de la tragedia y sobre la identidad del flamenco, nos proporcion¨® una s¨ªntesis que define este arte ensimismado y contagioso, desconsolado y rico de consuelo: "El cante es una tragedia en primera persona". Con frases como ¨¦sas, enlutadas y a comp¨¢s, es como conseguimos rozar el escalofr¨ªo y el compasivo fuego del flamenco.
Celebrar esa "tragedia en primera persona" ya ser¨ªa una digna celebraci¨®n: consistir¨ªa en celebrar el hecho de que se hayan transformado en formas musicales y coreogr¨¢ficas
extraordinarias esos desgarrones vitales (pero tambi¨¦n sociales y civiles) que de un modo a la vez sigiloso y violento cuentan y cantan los apellidos de la genealog¨ªa del dolor: la c¨¢rcel de un hermano, la humillaci¨®n de la pobreza, el latigazo del desd¨¦n, el horror de un amor alimentado por la desgracia o por la muerte, el hambre de los hijos ("Yo no soy de esta tierra / ni conozco a nadie. / A quien tuviera carid¨¢ con mis ni?os, / que Dios se lo pague" ) o la fatalidad ("En el hospitalito, / a manita derecha, / all¨ª ten¨ªa mi compa?erita / la camita hecha"). A la instituci¨®n fundamental del flamenco del XIX, el caf¨¦-cantante, Anselmo Gonz¨¢lez Climent pudo denominarla "un tremendo confesionario profano". El artista se aposentaba en el escenario, se abrazaba o se crucificaba a su memoria y enviaba la energ¨ªa de su confesi¨®n al coraz¨®n de quien tuviese el gusto y el coraje necesarios para escuchar y recordar. As¨ª fue siempre el arte flamenco: un dispendio de intimidad y una limosna de ensimismamiento. Algo que suced¨ªa como con sangre en las rodillas.
Pues bien: en los cantes mineros, el flamenco ha resuelto conservar el arrodillamiento de la confesi¨®n pero agreg¨¢ndole a la pena la decisi¨®n de ponerse de pie. Los viejos temas de la desventura contin¨²an sonando en sus coplas, pero ahora acuden otros temas que se vinculan al trabajo (en la mina, a la explotaci¨®n) y a la comunidad (es decir, a la solidaridad y a la protesta). Si en las formas originarias del flamenco cada artista narraba su dolor y lo firmaba, en las formas de los cantes mineros la copla est¨¢ firmada por una multitud: y la lamentaci¨®n personal se transforma en denuncia tumultuosa. Los cantes originarios son el espacio en donde un solitario relata su alta queja; los cantes mineros son el espacio en donde el dolorido muestra una herida que ya es asamblearia. Alguna vez he escrito que los cantes mineros son la Casa del Pueblo de los cantes flamencos. Las palabras de viejas siguiriyas est¨¢n ateridas de infortunio; las palabras de muchas coplas de los cantes mineros est¨¢n ardidas de colectividad y se manifiestan hirviendo. Sabemos bien que todo el dolor del flamenco es una protesta: pero en los cantes de las minas la protesta no es un pa?uelo que enjuga l¨¢grima tras l¨¢grima: es una bandera en donde suena la palabra no ("A la boca de la mina / corren como un estamp¨ªo: /"que un ni?o quiere bajar, / que su padre no ha sal¨ªo, / ?y abajo tiene que estar!").
Esto es tambi¨¦n lo que celebramos en los cantes mineros y en el Festival de La Uni¨®n: que existe una parcela del territorio del flamenco en donde a la desgracia se le arriman los compa?eros y en donde la protesta toma la mano de la pena, la aprieta con amor y arrojo y se echa a caminar. Y, por supuesto, todo ello enjoyado en unas cuantas estructuras musicales cuya fuerza expresiva es estremecedora. Y no s¨®lo en el cante: tambi¨¦n en la guitarra. No es fortuito que casi todos los concertistas de guitarra flamenca comiencen sus actuaciones tocando por taranta. Es como decir a los p¨²blicos: se?ores, con esta m¨²sica minera el flamenco est¨¢ contando ya la condici¨®n humana; guarden silencio y d¨ªgnense recordar que todos somos beneficiarios de una sola vida y que es aconsejable que la vivamos juntos.
"Cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre"
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