Un asunto de honor
Cap¨ªtulo 1 El puticlub del portugu¨¦sTras los relatos de Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, Juan Mars¨¦ y Julio Llamazares, EL PA?S comienza hoy a publicar la cuarta entrega de. su oferta literaria diaria del verano: Un asunto de honor, una narraci¨®n de Arturo P¨¦rez Reverte ilustrada por Jorge Gay. Le seguir¨¢ Carlota Fainberg, de Antonio Mu?oz Molina.
Relato de Era la m¨¢s linda Cenicienta que vi nunca. Ten¨ªa dieciseis a?os, un libro de piratas bajo la almohada y, como en los cuentos, una hermanastra mala que hab¨ªa vendido su virginidad al portugu¨¦s Almeida, quien a su vez pretend¨ªa revend¨¦rsela a don M¨¢ximo Larreta, propietario de Construcciones Larreta y de la funeraria Hasta Luego.
-Un d¨ªa ver¨¦ el mar -dec¨ªa la ni?a, tambi¨¦n como en los cuentos, mientras pasaba la fregona por el suelo del puticlub. Y so?aba con un cocinero cojo y una isla, y un loro que gritaba no s¨¦ qu¨¦ murga sobre piezas de a ocho.
-Y te llevar¨¢ un pr¨ªncipe azul en su yate -se le choteaba la Nati, que ten¨ªa muy mala leche- No te jode.
El pr¨ªncipe azul era yo, pero ninguno de nosotros lo sab¨ªa, a¨²n. Y el yate era el Volvo 800 Magnum de cuarenta toneladas que a esas horas conduc¨ªa el que suscribe por la nacional 435, a la altura de Jerez de los Caballeros.
Permitan que me presente: Manolo Jarales Campos, 27 a?os, la mili en Regulares de Ceuta y a?o y medio de talego por dejarme liar bajando al moro y subir con lo que no deb¨ªa. De servir a la patria me queda un diente desportillado que me parti¨® un sargento de una hostia, y del Puerto de Santa Mar¨ªa el tabique desviado y dos tatuajes: uno en el brazo derecho, con un coraz¨®n y la palabra trocito, y otro en el izquierdo que pone: Nac¨ª para haserte sufrir. Las del haserte se la debo a mi tronco Paco Seisdedos, que cuando el tatuaje estaba, con un coloc¨®n tremendo, y claro. Por lo dem¨¢s, el d¨ªa de autos yo hab¨ªa cumplido tres meses de libertad y aqu¨¦l del Volvo era mi primer curro desde que estaba en bola. Conduc¨ªa tan campante, oyendo a Los Chunguitos en el radiocasette y pensando en echar un polvo donde el portugu¨¦s Almeida, o sea, a la Nati, sin saber la que estaba a punto de caerme encima.
El caso, es que aquella tarde, d¨ªa de la virgen de F¨¢tima -me acuerdo porque el portugu¨¦s Almedia era muy devoto y ten¨ªa un azulejo con farolillo a la entrada del puticlub-aparqu¨¦ la m¨¢quina, met¨ª un paquete de Winston en la manga de la camiseta, y salt¨¦ de la cabina en busca de un alivio y una cerveza.
-Hola, guapo -me dijo la Natj. Siempre le dec¨ªa hola, guapo a todo cristo, as¨ª que no se vayan ustedes a creer. La Nati s¨ª que es taba tremenda, y los camioneros nos la recomend¨¢bamos unos a otros por el VHF, la radio que sirve para sentirnos menos solos en ruta y echarnos una mano unos a otros. Hab¨ªa otras chicas en el local, tres o cuatro dominicanas y una polaca, pero siempre que la ve¨ªa libre, yo me iba con ella. Quien la ten¨ªa al punto era el portugu¨¦s Almeida, que la quit¨® de la calle para convertirla en su mujer de confianza. La Nati llevaba la caja y el gobierno del puticlub y todo eso, pero segu¨ªa trabajando porque era muy gol fa. Y al portugu¨¦s Almeida los celos se le quitaban contando billetes, el hijoputa.
-Te voy a dar un revolc¨®n, Nati. Si no es molestia.
-Contigo nunca es molestia, guapo. Lo que son es cinco mil.
Vaya por delante que de putero tengo lo justo. Pero la carretera es dura, y solitaria. Y a los 27 tacos es muy dificil olvidar a?o y medio de ayuno en el talego. Tampoco es que a uno le sobre la viruta, as¨ª que, bueno, ya me entienden. Una alegr¨ªa cada dos o tres semanas viene bien para relajar el pulso y olvidarse de los domingueros, y de las carreteras en obras, y de los picoletos de la Guardia Civil, que en cuanto metes la gamba te putean de mala manera, que si la documentaci¨®n y que si el manifiesto de carga y que si la madre que los pari¨®, en vez de estar deteniendo violadores, banqueros y presentadores de televisi¨®n. Que desde mi punto de vista son los que m¨¢s da?o hacen a la sociedad.
Pero a lo que iba. El caso es que pas¨¦ a los reservados a ocuparme con la Nati, le llen¨¦ el dep¨®sito y sal¨ª a tomarme otra cerveza antes de subirme otra vez al cami¨®n. Yo iba bien, aliviado y a gusto, meti¨¦ndome el fald¨®n de la camiseta en los tejanos.Y en tonces la vi. Lo malo -o lo bueno- que tienen -los momentos importantes de tu vida es que casi nunca te enteras de lo que son. As¨ª que no vayan a creerse ustedes que sonaron campanas o m¨²sica como en el cine. Vi unos ojos oscuros, enormes, que me miraban desde una puerta medio abierta, y una cara preciosa, de ¨¢ngel jovencito, que desentonaba en el ambiente del puticlub como a un Cristo pueden desentonarle un rifle y dos pistolas. Aquella chiquilla ni era puta ni lo ser¨ªa nunca, me dije mientas segu¨ªa andando por el pasillo hacia el bar. A¨²n me volv¨ª a mirarla otra vez y segu¨ªa all¨ª, tras la puerta medio entornada.
-Hola -dije, par¨¢ndome.
-Hola.
-?Qu¨¦ haces t¨² aqu¨ª?
-Soy la hermana de Nati.
Co?o con la Nati y con la hermana de la Nati. Me la qued¨¦ mirando un momento de arriba abajo, flipando en colores. Llevaba un vestido corto, ligero, negro, con florecitas amontonadas, y le faltaban dos botones del escote. Pelo oscuro, piel morena. Un sue?o tierno y quincea?ero de esos que salen en la tele anunciando compresas que ni se mue-, ven ni se notan ni traspasan. 0 sea. Lo que en el Puerto llam¨¢bamos un yogurcito. 0 mejor, un petisuis.
-?C¨®mo te llamas?
Me miraba los tatuajes. Manolo, respond¨ª.
-Yo me llamo Mar¨ªa.
Hostias con Mar¨ªa. Vete largando, Manol¨ªn, colega, pero ya mismo, me dije.
-?Qu¨¦ haces? -pregunt¨®.
-Gu¨ªo un cami¨®n -dije, por decir algo.
?Ad¨®nde?
-Al sur. A Faro, en Portugal. Al mar.
Mi instinto taleguero, que nunca falla, anunciaba esparrame. Y como para confirmarlo apareci¨® Porky al otro lado del pasillo. Porky era una especie de armario de dos por dos, una mala bestia que durante el d¨ªa oficiaba de conductor en la funeraria Hasta Luego y de noche como vigilante en el negocio del portugu¨¦s Almeida, donde iba a trabajar con el coche de los muertos por si hab¨ªa alguna urgencia. Grande, gordo, con granos. As¨ª era el Porky de los cojones.
?Qu¨¦ haces aqu¨ª?
-Me pillas y¨¦ndome, colega. Me pillas y¨¦ndome.
Cuando volv¨ª a mirar la puerta, la ni?a hab¨ªa desaparecido. As¨ª que salud¨¦ a Porky -me devolvi¨® un gru?ido-, fui a endi?arme una birra Cruzcampo y un caf¨¦, le di una palmadita en el culo a la polaca, ech¨¦ una meada en los servicios y volv¨ª al cami¨®n. Los faros de los coches que pasaban me daban en la cara, tray¨¦ndome la imagen de la ni?a. Eran las once de la noche, m¨¢s o menos, cuando pude quit¨¢rmela de la cabeza. En el radiocasette, Los Chunguitos cantaban Pu?os de acero: "De noche no duermo / de d¨ªa no vivooo... ".
Abr¨ª la ventanilla. Hac¨ªa un tiempo fresquito, de puta madre.
"Me estoy volviendo loco, maldito presidiooo... ".
Hice 10 kil¨®metros en direcci¨®n a Fregenal de la Sierra antes de o¨ªr el ruido mientras cambiaba de casette. Sonaba como si un rat¨®n se moviera en el peque?o compartimento con litera que hay para dormir, detr¨¢s de la cabina. Las dos primeras veces no le di importancia, pero a la tercera empec¨¦ a mosquearme. As¨ª que puse las intermitencias y aparqu¨¦ en el arc¨¦n.
-?Qui¨¦n anda ah¨ª?
La que andaba era ella. Asom¨® la cabeza como un ratoncito asustado, jovencita y tierna, y yo me sent¨ª muy blando por dentro, de golpe, mientras el mundo se me ca¨ªa encima, cacho a cacho. Aquello era secuestro, estupro, vaya usted a saber. De pronto me acord¨¦ de la Nati, del portugu¨¦s Almeida, del careto de Porky, del coche f¨²nebre aparcado en la puerta, y me vinieron sudores fr¨ªos. Iba a comerme un marr¨®n como el sombrero de un picador.
-?Pero d¨®nde crees que vas, t¨ªa?
-Contigo -dijo, muy tranquila- A ver el mar.
Llevaba en las manos un libro y a la espalda una peque?a mochila. Las r¨¢fagas de faros la iluminaban al pasar, y en los intervalos s¨®lo reluc¨ªan sus ojos en la cabina. Yo la miraba desconcertado, alucinando. Con cara de gilipollas.
Arturo P¨¦rez-Reverte (Cartagena, 1951) es uno de los pocos escritores espa?oles que ha encontrado la f¨®rmula m¨¢gica del best-seller. Su primera novela, "El h¨²sar", pas¨® casi desapercibida, la segunda, El maestro de esgrima, fue mejor, pero la tercera, La tabla de Flandes, fue el ¨¦xito total y El club Dumas arras¨®. Igual de bien fue La sombra del ¨¢guila, que se public¨® el verano pasado por cap¨ªtulos en EL PA?S y que luego apareci¨® como libro. Incluso el pol¨¦mico Territorio Comanche ha gozado del favor de los lectores.
Jorge Gay. Nacido en Zaragoza en 1950, formado en las universidades de Barcelona y Madrid, becado en la Academia Espa?ola de Roffia y, siguiendo la m¨¢s pura tradici¨®n de la pintura espa?ola, residente en Par¨ªs, es un exquisito pintor y dibujante. Su obra gira en torno a un mundo m¨¢gico, distante y de gran lirismo.
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