Un asunto de honor
Capitulo 6 Albacete, Inox
Macizo y enorme, Porky miraba la navaja cerrada sobre la cama, sin decidirse a cogerla.-M¨¢rcala -repiti¨® el portugu¨¦s Almeida.
El otro alarg¨® la mano a medias, pero no consum¨® el gesto. La chuli parec¨ªa un bicho negro y letal que acechase entre las s¨¢banas blancas.
-He dicho que la marques -insisti¨® el portugu¨¦s Almeida-. Un solo tajo, de arriba a abajo. En la mejilla izquierda.
Porky se pasaba una de sus manazas por la cara llena de granos. Observ¨® de nuevo la navaja y luego a la ni?a, que hab¨ªa retrocedido hasta apoyar la espalda en el cabezal de la cama y lo miraba, espantada. Entonces movi¨® la cabeza.
-No puedo, jefe:
Parec¨ªa un paquidermo avergonzado, con sujeta porcina enrojecida hasta las orejas y aquellos escr¨²pulos reci¨¦n estrenados. Para que te f¨ªes de las apariencias, me dije. Aquel pedazo de carne ten¨ªa su chispita.
-?C¨®mo que no puedes?
-Como que no puedo. M¨ªrela usted, jefe. Es demasiado joven.
.El diente de oro del portugu¨¦s Almeida brillaba desconcertado.
-Anda la leche -dijo.
Porky se apartaba de la navaja y de la cama.
-Lo siento de verdad -sacudi¨® la cabeza- Disculpe, jefe, pero, yo no le corto la cara a la chica.
-Todo lo que tienes de grande -le espet¨® la Nati desde su silla- lo tienes de maric¨®n.
Como ven, la Nati siempre estaba dispuesta a suavizar tensiones. Por su parte, el portugu¨¦s Almeida se acariciaba las patillas, silencioso e indeciso, mirando alternativamente a su guardaespaldas y a la ni?a.
-Eres un blando, Porky -dijo por fin.
-Si usted lo dice -respondi¨® el otro.
-Un ti?alpa. Un mat¨®n de pastel. No vales ni para portero de discoteca.
El sicario bajaba la cabeza, enfurru?ado.
-Pues bueno, pues vale. Pues me alegro.
Entonces el portugu¨¦s Almeida dio un paso hacia la cama y la navaja. Y yo suspir¨¦ hondo, muy hondo, apret¨¦ los dientes y me dije que aquella era una noche tan buena como otra cualquiera para que me rompieran el alma. Porque hay momentos en que un hombre debe ir a que lo maten como dios manda. As¨ª que, resignado y desnudo como estaba, me interpuse entre el portugu¨¦s Almeida y la cama y le calc¨¦ una hostia de esas que te salen con suerte, capaz de tirar abajo una pared. Entonces, mientras el chulo retroced¨ªa dando traspi¨¦s, la Nati se puso a gritar, Porky se revolvi¨® desconceretado, yo le ech¨¦ mano a la navaja, y en la habitaci¨®n se li¨® una pajarraca de coj¨®n de pato.
-?Matarlo! ?Matarlo! -aullaba la Nati.
Apret¨¦ el bot¨®n y la chuli se empalm¨® en mi mano con un chasquido que daba gloria o¨ªrlo. Entonces Porky se decidi¨®, por fin, y se me vino encima, y yo le puse la punta -Albacete, Inox, me acuerdo que le¨ª est¨²pidamente mientras lo hac¨ªa delante de los ojos, y ¨¦l se par¨® en seco, y entonces le pegu¨¦ un rodillazo en la bisectriz, el segundo en el mismo sitio en menos de ocho horas, y el fulano se desplom¨® con un bufido de reproche, como si empezara a fastidiarle aquella costumbre m¨ªa de darle rodillazos, o sea, justo en los huevos.
- ?A la calle, ni?a! -grit¨¦-.
?Al cami¨®n!
No tuve tiempo de ver si obedec¨ªa mi orden, porque en ese momento me cayeron encima la Nati, por un lado, y el portugu¨¦s Almeida por el otro. La Nati empu?aba uno de sus zapatos con tac¨®n de aguja, y el primer viaje se perdi¨® en el aire, pero el segundo me lo clav¨¦ en un brazo. Aquello doli¨® cantidad, m¨¢s que el pu?etazo en la oreja que me acababa de tirar por su parte el portugu¨¦s Almeida. As¨ª que, por instinto, la navaja se fue derecha a la cara de la Nati.
-?Me ha desgraciado! -chill¨® la bruja. La sangre le corr¨ªa por la cara, arrastrando maquillaje, y cay¨® de rodillas, con la falda por la cintura y las tetas fuera del escote, todo un espect¨¢culo. Entonces el portugu¨¦s Almeida me tir¨® un derechazo a la boca que fall¨® por dos cent¨ªmetros, y agarr¨¢ndome la mu?eza de la navaja se puso a morderme la mano, as¨ª que le clav¨¦ los dientes en una oreja y sacud¨ª la cabeza a uno y otro lado hasta que solt¨® su presa gimiendo. Le tir¨¦ tres tajos y fall¨¦ los tres, pero pude coger carrerilla y darle un cabezazo en la nariz, con lo que el diente de oro se le parti¨® de cuajo y fue a caer encima de la Nati, que segu¨ªa gritando como si se hubiera vuelto loca, mir¨¢ndose las manos llenas de sangre.
- ?Hijoputa!, ?Hijoputa!
Yo segu¨ªa en pelotas, con todo bail¨¢ndome, y no saben lo vulnerable que se siente uno d¨¦ esa manera. Vi que la ni?a, con el vestido puesto y su mochila en la mano, sal¨ªa zumbando hacia la puerta, as¨ª que salt¨¦ por encima de la pareja, y como Porky. rebull¨ªa en el suelo agarr¨¦ la silla donde hab¨ªa estado sentada la Nati y se la romp¨ª en la cabeza. Despu¨¦s, puesto que a¨²n me quedaban en las manos el respaldo, el asiento y una pata, le sacud¨ª con ellos otro sartenazo a la Nati, que, a pesar de la mojada en el careto parec¨ªa la m¨¢s entera de los tres. Despu¨¦s, sin detenerme a mirar el paisaje, me puse los tejanos, agarr¨¦ las zapatillas y la camiseta y sal¨ª hacia el cami¨®n, cagando leches. Abr¨ª las puertas y la ni?a salt¨® a mi lado, a la cabina, con el pecho que le sub¨ªa y bajaba por la respiraci¨®n entrecortada. Puse el contacto y la mir¨¦.Sus ojos resplandec¨ªan.
-Trocito -dije.
La sangre del taconazo de la Nati me chorreaba por el brazo encima del tatuaje cuando met¨ª la primera y llev¨¦ el Volvo hasta la carretera. La ni?a se inclin¨® sobre m¨ª, abraz¨¢ndose a mi cintura, y se puso a besar la herida. Introduje a Los Chunguitos en el radiocasette mientras la sombra del cami¨®n, muy alargada, nos preced¨ªa veloz por el asfalto, rumbo a la frontera y al mar.
"De noche no duermooo.."..
Amanec¨ªa, y yo estaba enamorado hasta las cachas. De vez en cuando, un destello de faros o el VHF nos tra¨ªan, de nuevo, saludos de los colegas.
"El Ninja de Carmona informando. Cuentan que ha habido esparrame en el Pato Alegre, pero que el Llanero Solitario cabalga sin novedad. Suerte al compa?ero".
"Gin¨¦s el Cartagenero a todos los que est¨¢is a la escucha. Acabo de ver pasar a la parejita. Parece que todo les va bien".
"Te veo por el retrovisor, Llanero, y te cedo paso... Guau. Vaya petisuis llevas ah¨ª, colega. Deja algo para los pobres
-Hablan de m¨ª -le dije a la ni?a.
-Ya lo s¨¦.
-Esto parece uno de esos culebrones de la tele, ?verdad? Con todo el mundo pendiente, y t¨² y yo en la carretera. O mejor -rectifiqu¨¦, girando el volante para tomar una curva cerrada- como en esas pel¨ªculas americanas.
-Se llaman road movies.
-?Roud qu¨¦?
-Road movies. Significa pel¨ªculas de carretera.
Mir¨¦ por el retrovisor: ni rastro de nuestros perseguidores. Quiz¨¢, pens¨¦, se hab¨ªan dado por vencidos. Despu¨¦s record¨¦ el diente de oro del portugu¨¦s Almeida, los gritos de odio de la Nati, y supe que verdes las iban a segar. Pasar¨ªa mucho tiempo antes de que yo pudiera dormir con los dos ojos cerrados.
-Para pel¨ªcula -dije- la que me ha ca¨ªdo encima.
En cuanto a la ni?a y a m¨ª, a¨²n no ten¨ªa ni idea de lo que iba a ocurrir, pero me importaba un carajo. Tras haberme estado besando un rato la herida, se hab¨ªa limpiado mi sangre de los labios con un pa?uelo que me anud¨® despu¨¦s alrededor del brazo.
-Jienes novia? -pregunt¨® de pronto.
La mir¨¦, desconcertado.
-?Novia? No. ?Por qu¨¦?
Se encogi¨® de hombros observando la carretera, como si no le importase mi respuesta. Pero luego me mir¨® de reojo y volvi¨® a besarme el hombro, por encima del vendaje, mientras apretaba un poco m¨¢s el nudo.
-Es un pa?uelo de pirata -dijo, como si aquello lo justificase todo.
Despu¨¦s se tumb¨® en el asiento, apoy¨® la cabeza sobre mi muslo derecho y se qued¨® dormida. Y yo miraba los hitos kilom¨¦tricos de la carretera y pensaba: l¨¢stima. Habr¨ªa dado mi salud, y mi libertad, por seguir conduciendo aquel canci¨®n hasta una isla desierta en el fin del mundo.
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