Una cuesti¨®n personal
Fragmento del primer cap¨ªtulo de 'Una cuesti¨®n personal' (Anagrama), ¨²nica novela del Premio Nobel de Literatura 1994 traducida al castellano
Mientras miraba el mapa de ?frica, desplegado en el escaparate como un ciervo altivo y elegante, Bird apenas consigui¨® reprimir un suspiro. Las dependientas no le prestaron atenci¨®n. Ten¨ªan de carne de gallina la piel de sus cuellos y brazos. La tarde ca¨ªa y la fiebre de comienzos del verano hab¨ªa abandonado el ambiente, al igual que la temperatura abandona a un gigante muerto. La gente parec¨ªa buscar en la penumbra del subconsciente el recuerdo del calor de mediod¨ªa, cuya ligera reminiscencia a¨²n permanec¨ªa en la piel. Respiraban pesadamente y suspiraban de modo ambiguo. Junio, seis y media: ya nadie sudaba en la ciudad. Sin embargo, en ese momento la esposa de Bird rezumaba sudor por todos los poros del cuerpo mientras gimoteaba de dolor, ansiedad y esperanza, desnuda y acostada en un colch¨®n de caucho, con los ojos cerrados como los de un fais¨¢n abatido del cielo por un disparo.Estremecido, Bird mir¨® con atenci¨®n los detalles del mapa. El oc¨¦ano en torno de ?frica estaba coloreado con el azul desgarrado de un amanecer invernal. Los paralelos y meridianos no eran l¨ªneas mec¨¢nicas trazadas a comp¨¢s, sino gruesos trazos negros, que evocaban, en su irregularidad y soltura, la sensibilidad del dibujante. El continente parec¨ªa el cr¨¢neo distorsionado de un hombre gigantesco que, con ojos melanc¨®licos y entrecerrados, mirase hacia Australia, el pa¨ªs del koala, el ornitorrinco y el canguro. El ?frica en miniatura que, en una esquina del mapa, mostraba la densidad de poblaci¨®n, parec¨ªa una cabeza muerta en proceso de descomposici¨®n; la otra, que mostraba las v¨ªas de comunicaci¨®n, parec¨ªa una cabeza despellejada con las venas y arterias al descubierto. Ambas ?fricas diminutas suger¨ªan la idea de una muerte brutal, violenta.
-?Quiere consultar el mapa, se?or?
-No, no se moleste -dijo Bird- Lo que busco son mapas de carreteras Michelin de ?frica Occidental y Central, y de ?frica del Sur.
La muchacha empez¨® a rebuscar en un caj¨®n lleno de mapas Michelin.
-Son los n¨²meros 182 y 185 -especific¨® Bird, con tono de experto en viajes por ?frica.
El mapa que Bird hab¨ªa contemplado entre suspiros era una p¨¢gina de un pesado atlas encuadernado en piel, no tanto un atlas propiamente dicho como un objeto decorativo para una sala. Ya sab¨ªa su precio. Unas semanas antes hab¨ªa calculado que le costar¨ªa cinco meses de sueldo en la academia preuniversitaria donde dictaba clases. Si a?ad¨ªa, adem¨¢s, lo que pudiera conseguir haciendo de int¨¦rprete, seguramente lograr¨ªa reunir el dinero en tres meses. Pero Bird ten¨ªa que mantenerse a s¨ª mismo y a su esposa, y ahora, tambi¨¦n al ni?o que estaba a punto de nacer. Muy pronto Bird ser¨ªa cabeza de familia.
La dependienta cogi¨® dos mapas de tapas rojas y los puso sobre el mostrador. Ten¨ªa manos peque?as y sucias, de dedos flacos, como las patas de un camale¨®n agarr¨¢ndose a un arbusto. Bird atisb¨® bajo aquellos dedos la marca caracter¨ªstica de Michelin. El inflado hombre de goma que hace rodar un neum¨¢tico por la carretera le hizo pensar que aquella compra era una tonter¨ªa. Sin embargo, estos mapas tendr¨ªan gran importancia para ¨¦l.
-?Por qu¨¦ est¨¢ abierto el atlas en la p¨¢gina de ?frica? -pregunt¨® Bird pensativo.
La dependienta, algo suspicaz, no contest¨®. ?Por qu¨¦ estar¨ªa siempre abierto por la p¨¢gina de ?frica? ?Acaso al gerente esa p¨¢gina le parec¨ªa la m¨¢s bella del libro? Pero ?frica estaba experimentando un proceso de cambios vertiginosos que pronto har¨ªan obsoleto cualquier mapa. Y, puesto que la corrosi¨®n iniciada en ?frica alcanzar¨ªa a todo el atlas, abrirlo por esa p¨¢gina implicaba aumentar la inminente caducidad del resto. Habr¨ªa sido m¨¢s conveniente un mapa inmutable al paso del tiempo, en el que las fronteras pol¨ªticas estuvieran definitivamente establecidas. ?Hab¨ªa que escoger, as¨ª pues, Am¨¦rica? ?Norteam¨¦rica, en particular?
Bird pag¨® los dos mapas y se dirigi¨® hacia las escaleras. Pas¨®, mirando al suelo, entre un arbusto plantado en un tiesto y un corpulento desnudo cuyo vientre de bronce ten¨ªa el brillo aceitoso y h¨²medo, como la nariz de un perro, provocado por el contacto de muchas palmas nost¨¢lgicas. En su ¨¦poca de estudiante, ¨¦l mismo sol¨ªa recorrer con los dedos ese vientre; ahora ni siquiera se atrev¨ªa a mirar la cara de la estatua. Bird record¨® al doctor y a las enfermeras frot¨¢ndose los brazos con desinfectante, junto a la mesa donde yac¨ªa su esposa desnuda. Los antebrazos del doctor estaban cubiertos de vello.
Bird desliz¨® los mapas dentro del bolsillo de la chaqueta y, apret¨¢ndolos contra su costado, se abri¨® paso hacia la puerta. Eran os primeros mapas de ?frica que compraba con intenci¨®n de usarlos en el propio lugar. Se pregunt¨® con inquietud si alguna vez llegar¨ªa a pisar suelo africano y a mirar su cielo a trav¨¦s de unas gafas oscuras. ?O en ese preciso instante estaba perdiendo de una vez para siempre toda oportunidad de emprender el viaje a ?frica? ?Se ver¨ªa obligado, muy a su pesar, a despedirse de la ¨²ltima ocasi¨®n de experimentar su ¨²nica y obsesiva tentaci¨®n de juventud? Pero si fuese as¨ª, ?qu¨¦ pod¨ªa hacer para evitarlo?
Molesto, Bird empuj¨® bruscamente la puerta y sali¨® a la calle. Era el final de una tarde de principios de verano. La acera parec¨ªa envuelta en niebla a causa de la poluci¨®n atmosf¨¦rica y las penumbras del atardecer. De pronto, un electricista que cambiaba las bombillas del escaparate donde se exhib¨ªan las novedades en libros extranjeros sali¨® de ¨¦l, delante mismo de Bird. Sorprendido, Bird retrocedi¨® y permaneci¨® inm¨®vil. Se contempl¨® en el amplio escaparate ensombrecido. Envejec¨ªa con la rapidez de un corredor de corta distancia. Ten¨ªa 27 a?os y cuatro meses. A los 15 a?os le hab¨ªan apodado "Bird". Su figura parec¨ªa flotar torpemente, como el cad¨¢ver de un ahogado, en el oscuro lago de los escaparates, y segu¨ªa pareci¨¦ndose a un p¨¢jaro. Era peque?o y delgado. Sus amigos hab¨ªan comenzado a engordar en cuanto acabaron los estudios y empezaron a trabajar, incluso los que hab¨ªan mantenido la l¨ªnea aumentaron de peso cuando se casaron. Pero Bird, salvo la peque?a prominencia del vientre, sigui¨® tan flaco como siempre. De pie o andando, adoptaba la misma postura: los hombros alzados y la frente inclinada. Parec¨ªa un anciano atleta demacrado. [ ... ]
De pronto, una extra?a mujer surgi¨® del lado oscuro del escaparate y avanz¨® lentamente hacia ¨¦l. Era una mujer grande, de hombros anchos, tan alta que superaba el reflejo de la cabeza de Bird en el cristal. Con la sensaci¨®n de que un monstruo lo atacaba por la espalda, Bird se gir¨® e instintivamente adopt¨® una postura defensiva. La mujer se detuvo frente a ¨¦l y escudri?¨® su rostro con gravedad. Bird le devolvi¨® la mirada. Un segundo despu¨¦s, la urgencia dura y afilada de los ojos de ella se transform¨® en indiferencia afligida: como si la mujer hubiera intentado establecer una posible relaci¨®n, y luego hubiese advertido que Bird no era la persona adecuada para ello. Entonces Bird percibi¨® lo anormal de su cara que, enmarcada en un cabello rizado y abundante, le recordaba a un ¨¢ngel de Fra Angelico; en particular, observ¨® el vello rubio que hab¨ªa escapado al afeitado en el labio superior: atravesaba la gruesa capa de maquillaje y temblaba.
-?Hola! -exclam¨® la mujer con una resonante voz masculina ya sin esperanzas.
-?Hola! -Bird sonri¨® y salud¨® con su voz ronca y chillona, otro de sus atributos de p¨¢jaro.
El travesti dio media vuelta sobre sus tacones altos y se alej¨® lentamente calle abajo. Bird lo contempl¨® durante un instante y luego tom¨® la direcci¨®n contraria.
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