El triunfo de las sociedades grises
?Supondr¨¢ la cultura del pelotazo para el capitalismo lo que el estalinismo encarn¨® para la ideolog¨ªa socialista? Es decir, ?su l¨ªmite infranqueable, a partir del cual el sistema entra en quiebra y en fase de ilegitimaci¨®n? Esta eterna pregunta -si la especulaci¨®n forma parte del capitalismo o es una excrecencia del mismo- vuelve a tomar actualidad en Espa?a con los acontecimientos de los ¨²ltimos meses, en los que los dos personajes m¨¢s caracter¨ªsticos de esa especulaci¨®n, Mario Conde y Javier de la Rosa, y sus respectivos negocios, han entrado en dificultades, arrastrando tras ellos a mucha gente.La aparatosidad de la ca¨ªda de Conde y De la Rosa ha hecho que se confunda la parte con el todo y que se considere la especulaci¨®n como sin¨®nimo de delito o de irregularidad, cuando no siempre es as¨ª. Ambos ciudadanos encarnan el paradigma del pelotazo, pero tambi¨¦n otros muchos como ellos, de los que no se habla o no han tenido problemas con la justicia o con la autoridad monetaria. La cultura del pelotazo l¨ªa existido desde que naci¨® el capitalismo, all¨¢ por el siglo XVII, y desde entonces los episodios especulativos se repiten permanentemente. Hasta el punto de que la especulaci¨®n se debe considerar connatural a la econom¨ªa de mercado.
Muchos economistas lo han demostrado. El norteamericano John Kenneth Galbraith (sin duda el mejor publicista contempor¨¢neo de la' econom¨ªa, lo que no significa el m¨¢s cient¨ªfico) ha dedicado buena parte de su obra a hacer astillas la tesis de que los esc¨¢ndalos y las crisis financieras son anormalidades del capitalismo; para Galbraith, la especulaci¨®n, la cultura del pelotazo, son parte del coraz¨®n mismo del sistema; son una heterodoxia permitida e incluso estimulada en determinados periodos de la historia: George Soros no es una excepci¨®n. Por ello, la econom¨ªa de mercado lleva en su seno la semilla de su deterioro recurrente. No enfrentarse a este fen¨®meno significa errar en el an¨¢lisis. "En esto consiste la fe cl¨¢sica", escribe Galbraith en su Breve historia de la euforia financiera, "existe la necesidad de encontrar alguna causa del hundimiento, pero alejada o externa al mercado en s¨ª".
Primer ejemplo que pone: la Bolsa moderna naci¨® en Amsterdam a principios del siglo XVII y all¨ª se dio la primera explosi¨®n especuladora conocida: "No la desataron las ofertas. burs¨¢tiles ni los bienes inmuebles, ni, como cabr¨ªa esperar, las soberbias pinturas holandesas: el objeto de la especulaci¨®n fueron los bulbos de tulipanes, y en los ¨²ltimos 350 a?os el fen¨®meno se ha conocido por su propio nombre: la tulipoman¨ªa". Por aquel entonces, la atenci¨®n se concentr¨® en la propiedad de esas flores, lo que multiplic¨® su precio, que sub¨ªa y sub¨ªa ilimitadamente, hasta la extravagancia; en el a?o 1636, un bulbo de tulip¨¢n pod¨ªa cambiarse "por un carruaje nuevo, dos caballos tordos y un arn¨¦s conipleto". Nadie sabe por qu¨¦, meses despu¨¦s, los m¨¢s inquietos de los coleccionistas empezaron a abandonar la moda de los tulipanes; cada vez con m¨¢s velocidad la carrera para vender se transform¨® en p¨¢nico y los precios cayeron hasta llegar casi a cero. Los menos espabilados se arruinaron.
Desde entonces, los episodios especulativos se han sucedido en ciclos de distinta intensidad y frecuencia. En todos ellos se da una incre¨ªble amnesia respecto a sus precedentes: la aparici¨®n de instrumentos de innovaci¨®n financiera, con aire de novedosos, pero siempre basados en el fen¨®meno del apalancamiento (los bienes que respaldan al dinero son min¨²sculos y evanescentes); y la segura atribuci¨®n de la cat¨¢strofe, tras la euforia, a elementos externos al propio mercado.
A partir de los a?os ochenta asistimos a un nuevo ciclo especulativo casi constante en el mundo. ?Cu¨¢les son las razones? Hay una que destaca por encima de las dem¨¢s: la hegemon¨ªa de los mercados financieros. Menos del 5% de los intercambios monetarios corresponden a la cobertura del comercio de mercanc¨ªas o servicios; determinados por el juego de su propia l¨®gica, los mercados financieros tienen un ¨²nico y exclusivo fin: el beneficio. Lo que ser¨ªa normal en una econom¨ªa de mercado si no se tratase de un beneficio especial: aquel que no tiene contrapartida real alguna, y que nace, crece o se diluye por la simple conjunci¨®n, acertada o negativa, entre la opini¨®n de cada intermediario y la opini¨®n del mercado que fabrican entre todos ellos juntos.
El soci¨®logo franc¨¦s Alain Minc (La nueva Edad Media) ha estudiado las causas contempor¨¢neas de la multiplicaci¨®n de la cultura del pelotazo:
- La liberalizaci¨®n de los mercados y la explosi¨®n de las finanzas, que han llevado al dinero a impregnar, mucho m¨¢s que antes, al conjunto de las actividades econ¨®micas.
- El individualismo, que ha empujado a las personas a hacer prevalecer sus intereses por encima de todo.
- El hundimiento de las grandes instituciones (el Estado, las iglesias, los partidos, los sindicatos ... ), que destilaban una moral tradicional seg¨²n la cual el dinero era un mal menor o un pecado.
- La influencia del modelo cultural americano, del que hemos copiado la adoraci¨®n del dinero, dejando de lado los contrapesos morales y religiosos propios del protestantismo anglosaj¨®n.
- La desaparici¨®n de la lucha de clases y de los conflictos sociales, que han cedido su lugar al mimetismo entre categor¨ªas profesionales, al deseo de imitaci¨®n y, por tanto, a las cada vez m¨¢s acuciantes necesidades financieras para satisfacerlo.
- La aparici¨®n de personajes emblem¨¢ticos, deshonestos y tramposos.
-El paso casi natural del culto a la empresa al gusto por los beneficios, y de este ¨²ltimo al enriquecimiento personal.
- El sentimiento de impunidad por el clima social.
Ha llegado la hora de distinguir los fen¨®menos de especulaci¨®n cl¨¢sicos, todo lo irregulares que se quiera desde el punto de vista de lo moral o de la denominada econom¨ªa productiva, pero l¨ªcitos desde la coherencia del sistema, de aquellos otros que protagonizan las modernas mafias de. cuello blanco que se est¨¢n extendiendo por todo el mundo. Estas mafias no son un arca¨ªsmo en v¨ªas de extinci¨®n, sino una forma social en plena expansi¨®n (que no predijo Marx), que act¨²a aprovechando las innumerables zonas grises del planeta. Escribe Minc: "El gris avanza por todas partes, en los territorios, en las sociedades y en las realidades virtuales, por ejemplo, el mundo financiero, estableciendo unas distinciones cada vez m¨¢s tenues entre lo permitido y lo prohibido, entre lo moral y lo inmoral, entre la autoridad leg¨ªtima y los poderes ilegales, entre lo oficial y lo oficioso... Las instituciones permanecen ajenas a esta conmoci¨®n. No se dan cuenta de que, a escala mundial, son ya minoritarias y que, incluso en Occidente, se les escapa y no controlan una parte cada vez mayor de la sociedad. Por mucho que el Estado quiera mostrarse puntilloso y omnipresente, la verdad es que est¨¢ en retroceso. Pierde terreno en todas sus funciones sociales y represivas, incapaz de enmarcar una realidad que vuelve las reglas de funcionamiento m¨¢s primarias y elementales. Las normas jur¨ªdicas parecen en pleno crecimiento, pero en realidad s¨®lo sostienen el funcionamiento de la sociedad oficial. Los procedimientos sociales parecen cada vez m¨¢s completos, pero 'cada d¨ªa se les escapan nuevas capas sociales. La represi¨®n pretende hacer frente a las normas de delincuencia m¨¢s sofisticadas, pero tiene que cohabitar con. una ilegalidad en franca expansi¨®n".
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En Espa?a, en los casos de Conde y De la Rosa hay cultura del pelotazo, pero se mezclan algunos elementos peculiares de otra cultura: la de la mafia econ¨®mica. La obsesi¨®n por utilizar los instrumentos de seguridad m¨¢s sofisticados para el chantaje; las escuchas telef¨®nicas; los dossiers; el seguimiento de personas; el uso de los medios de comunicaci¨®n y de los periodistas para la filtraci¨®n interesada de rumores o medias verdades, incluyendo para ello la compra de medios o de mediadores; la invasi¨®n de los ¨¢mbitos de la intimidad de las personas; la informaci¨®n privilegiada; la connivencia con sectores del poder pol¨ªtico; la anulaci¨®n de la competencia, etc¨¦tera. Es decir, si se demostrase, el delito.
Si el Estado contempor¨¢neo no da respuesta a estos problemas, si ejerce tan s¨®lo su autoridad en la detenci¨®n de delincuentes comunes, pero no en el esclarecimiento global de esc¨¢ndalos como Banesto, KIO y otros muchos, la legitimidad de a econom¨ªa de mercado se cercenar¨¢ y seguir¨¢n extendi¨¦ndose, al margen, las zonas grises. Todo el mundo aspirar¨¢ a instalarse en una zona gris, en la ue puedan camuflarse los intereses, los impuestos, la contabilidad, las comisiones, los testaferros, los accionistas, los abogados y hasta la raz¨®n social de las empresas. Una sociedad dual por arriba, en la que las normas son tan difusas como para poder obviarlas.
En el pr¨®logo de la edici¨®n espa?ola del libro citado, correspondiente al a?o 1991, Gallbraith advierte de forma espec¨ªfica a los ciudadanos espa?oles "contra la posibilidad de convertirse en v¨ªctimas de la m¨¢s ineludiblemente cierta de las aberraciones del capitalismo: la emoci¨®n generada por los, en apariencia, nuevos instrumentos financieros y por el presunto genio de sus art¨ªfices. Unos y otros desencadenan la seductora din¨¢mica de la especulaci¨®n, din¨¢mica que, hasta el d¨ªa del inevitable desencanto, parece venir justificada por la perspectiva del enriquecimiento personal".
Lo que estamos viviendo ?se trata de un momento de ofuscaci¨®n del sistema o de una orientaci¨®n irreversible del mismo? Si a la especulaci¨®n se le suman los procedimientos de las zonas grises que se expanden y la corrupci¨®n que une a una parte del poder pol¨ªtico con elementos del poder econ¨®mico, el sistema capitalista habr¨¢ entrado en su ilegitimaci¨®n permanente, y su sujeto hist¨®rico ser¨¢ la mafia.
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