?0,7% P. C.?
La reivindicaci¨®n del 0,7% se ha convertido en un t¨®pico "pol¨ªticamente correcto". Se podr¨¢ o no acceder a ella, y camino se lleva de hacerlo, pero nadie osa discutir su honestidad y sensatez. Izquierdas y derechas, religiosos y ¨¢cratas, pol¨ªticos, obispos, sindicalistas y periodistas, igual da, todos coinciden en que la reivindicaci¨®n es "sinceramente generosa", "aut¨¦nticamente solidaria" y "genuinamente racional" (sic). Si no se lleva a cabo la aportaci¨®n del 0,7% de nuestro Producto Interior Bruto ser¨¢ por la torpeza y la complejidad de la coyuntura, pero no porque no asista a tal causa tanta justicia como l¨®gica.Quienes hace a?os nos ocupamos de la ayuda al desarrollo sabemos que, con ser importante la cantidad, lo es m¨¢s el c¨®mo y el qui¨¦n. Por eso, la simple reivindicaci¨®n del cu¨¢nto es desacertada.
Lejos de m¨ª hacer un proceso de intenciones a quienes reclaman el 0,7% y ni siquiera a quienes les adulan, pero perm¨ªtaseme, a¨²n a riesgo de ser "pol¨ªticamente incorrecto", preguntar: ?D¨®nde est¨¢ la generosidad de una reclamaci¨®n que no va acompa?ada de ninguna renuncia por parte de los reclamantes? Por ejemplo, de subvenciones, ayudas, becas y pensiones, ni tampoco de ninguna oferta, desde el trabajo voluntario gratuito a la subida de los impuestos. Si todas las instituciones que directa o indirectamente reclaman el 0,7% y las personas a ellas vinculadas pusieran sobre la mesa lo que est¨¢n dispuestos a dar o, al menos, a dejar de recibir, estar¨ªa clara la generosidad de la reivindicaci¨®n.
El argumento no es una falacia, porque si es l¨ªcito propugnar una soluci¨®n objetiva al margen del propio inter¨¦s o forma de vida -desde Engels a Galbraith pasando por Roosevelt- no lo es invocar la generosidad sin ser personal o institucionalmente generoso. Cabe preguntar con qui¨¦n es solidaria la propuesta del 0,7%. La larga lista de pensionistas, parados, enfermos, presos y otros marginados desatendidos en Espa?a por falta de medios podr¨ªa resultar demag¨®gica. Pero a¨²n m¨¢s demag¨®gico es, a la vez que se reclama atenci¨®n para nuestros necesitados a sabiendas de que no se llega a satisfacer su necesidad, reivindicar una ayuda cuantitativamente ingente para otros, si m¨¢s necesitados, m¨¢s lejanos tambi¨¦n. ?Y c¨®mo se puede creer en la solidaridad con quien no se ve si no se es solidario con quien se ve?
Por ¨²ltimo, es ineludible cuestionar la racionalidad de una propuesta que pretende transferir, sin precisar las metas, ni las condiciones, ni los controles, bastante m¨¢s de medio bill¨®n de pesetas a cargo de un presupuesto cuyo d¨¦ficit se proclama todos los d¨ªas como el muelle roto de nuestra econom¨ªa. De esa econom¨ªa que, en perjuicio de muy cercanos conciudadanos de carne y hueso, pone por las nubes la cesta de la compra y sigue destruyendo puestos de trabajo. Es sabido, que los hombres de buena voluntad prescinden de los n¨²meros y miran con displicencia a las relaciones necesarias que surgen de la naturaleza de las cosas. Pero por eso el camino hacia el infierno de la frivolidad del que hablara Ortega est¨¢ empedrado de tales buenas intenciones.
Lo que resulta inaudito es que, no ya las instituciones sociales, que brillan por su irresponsabilidad, sino los pol¨ªticos en el Gobierno y en la oposici¨®n, no expliquen claramente a la ciudadan¨ªa por qu¨¦ es no s¨®lo imposible, sino inconveniente, atender a una reclamaci¨®n que pretende proyectar el deber de solidaridad a horizontes indeterminados en vez de practicar esa solidaridad ciudadana que es el patriotismo responsable. El que no reh¨²ye ni la prestaci¨®n social, ni las obligaciones tributar¨ªas, ni defrauda el desempleo y a la Seguridad Social, que ahorra recursos p¨²blicos, ni, lo que a¨²n es m¨¢s importante, excusa el esfuerzo en el trabajo cotidiano.
Una econom¨ªa que deja de ser competitiva no s¨®lo por los errores pol¨ªticos, sino tambi¨¦n por los profundos vicios sociales, podr¨¢ contribuir muy poco al bienestar de los dem¨¢s. Y para hacer realidad las virtudes universales, no ser¨ªa mal comienzo empe?arse de verdad en la pr¨¢ctica de las virtudes ciudadanas. La historia reciente demuestra c¨®mo determinados atavismos nacionales, cuando son inmantenibles dentro de las propias fronteras, se proyectan a nivel internacional. Pues bien, una vez que se ha demostrado en Espa?a la escasa viabilidad de una sociedad compasiva, estamos a punto de proyectar sus costes, que no sus beneficios, a escala planetaria. Y digo estamos porque la fr¨ªvola osad¨ªa de la reivindicaci¨®n del 0,7%, sin matices ni tiempos, ni flexibilidad alguna, parece chocar s¨®lo con el principio de escasez presupuestaria. Pero no con el raciocinio de los pol¨ªticos, ni con su capacidad de explicar la realidad que algunos, me temo que cada vez menos, seguimos creyendo que es o puede ser, racionalizable.
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