Premios de hoy y no de ma?ana
Los premios literarios institucionales han comenzado otro a?o su rueda habitual. No es cosa de rasgarse las vestiduras porque sus fallos -hablo de sus resoluciones, claro- puedan diferir de nuestras expectativas. Un premio no es m¨¢s que un premio y, en definitiva, s¨®lo expresa la voluntad de un jurado determinado. Hay, sin embargo, algo que llama la atenci¨®n en la trayectoria de los premios nacionales de narrativa: la sistem¨¢tica exclusi¨®n de la que han sido objeto algunos grandes nombres de nuestra novela.Este a?o, Juan Mars¨¦, creador de un mundo propio, denso y gr¨¢vido, de significaci¨®n hist¨®rica y existencial, se ha vuelto a quedar sin premio. (Felicidades a Gustavo Mart¨ªn Garzo, que es un excelente escritor). Lo que sorprende no es tanto esto como la contumacia del fen¨®meno. Algunos dicen que El embrujo de Shangai no es su mejor novela, y a lo mejor es verdad, aunque a m¨ª me parece magn¨ªfica, pero el hecho es que tampoco lo fueron, a los efectos que aqu¨ª hablamos, ni ¨²ltimas tardes con Teresa, ni La oscura historia de la prima Montse, ni Si te dicen que ca¨ª (en su versi¨®n revisada cuando se pudo publicar en Espa?a, porque antes no era obviamente premiable), ni Un d¨ªa volver¨¦, ni Ronda del Guinard¨®, ni lo ha sido nada de cuanto Mars¨¦ ha escrito y publicado en 34 a?os de dedicaci¨®n a los g¨¦neros narrativos.
Sin premio se quedaron tambi¨¦n en su momento otros autores ya desaparecidos, como Ignacio Aldecoa, Juan Benet y Miguel Espinosa, de cuyo relieve no parece haber duda. Aldecoa fue el mejor escritor de relatos breves de la literatura espa?ola contempor¨¢nea y un magn¨ªfico novelista, due?o y se?or, rey habr¨ªa que decir, de un espl¨¦ndido estilo; Benet ha sido el gran renovador del ¨²ltimo cuarto de siglo de nuestra novela; en fin, a Espinosa se debe una obra ineludible, Escuela de mandarines. Y sin premio nacional siguen Javier Mar¨ªas, Eduardo Mendoza y Francisco Umbral, pese a haber escrito, los tres, novelas indispensables de estilo y especificidad narrativa. Insisto: no hay que rasgarse las vestiduras y tampoco cabe desconocer que a?os ha habido en que se ha premiado a autores distinguidos, pero tampoco que las meteduras de pata han sido clamorosas (pueden consultarse en el segundo tomo del Diccionario de literatura espa?ola e hispanoamericana, de Ricardo Gull¨®n, en la entrada Premios literarios), tanto en las etapas predemocr¨¢ticas como en la democr¨¢tica, que al parecer las arbitrariedades no distinguen de reg¨ªmenes pol¨ªticos, aunque es de suponer que un r¨¦gimen de libertad debe de ser -es una hip¨®tesis, no una obligaci¨®n- m¨¢s sensible a la creaci¨®n literaria genuina que la dictadura.
Naturalmente, no se me ocurre aqu¨ª invocar fantasmag¨®ricas conjuras de tenebrosos antros donde unos cuantos se lo guisan y se lo comen bajo la aviesa tutela de un demoniaco Ministerio de Cultura, porque ¨¦sa es una tonter¨ªa digna s¨®lo de escritores frustrados e inseguros, aunque otros tambi¨¦n entran al trapo, que a falta de aut¨¦ntica calidad literaria se agarran como lapas a premios y medallas para compensar la vaciedad o insignificancia que nutren sus escritos. Y si nuestro glorioso premio Nobel vivo, que es un buen escritor -preciso- y que, por cierto, tiene el Nacional de Narrativa, qu¨¦ le vamos a hacer, lo tiene, la ha tomado con el Premio Cervantes y, de paso, con algunos j¨®venes, buenos y educados novelistas, ¨¦se es un problema que guarda relaci¨®n, sobre todo, con el libro Guinness de los r¨¦cords, y sacarlo de ese ¨¢mbito es un modo, como otro cualquiera, de gastar gratuitamente tinta, tiempo y energ¨ªas.
Pr¨®ximo ya el final del siglo, una cosa s¨ª puede se?alarse: si alguien quiere saber lo que ha sido la novela espa?ola desde los ¨²ltimos 50 a?os por la lista de los premios nacionales, desde luego lo tendr¨¢ dif¨ªcil, por no decir imposible. Y esto es algo que deber¨ªa hacer reflexionar a los responsables de organizar la composici¨®n de los jurados. Por supuesto que a la larga da igual: a la larga, todos estaremos calvos y la justicia po¨¦tica acabar¨¢ por imponerse, de esto ¨²ltimo tambi¨¦n estoy seguro. Stendhal augur¨® que sus lectores ser¨ªan los del siglo XX y los hechos le han dado la raz¨®n. A Flaubert se lo quiso cargar un pomposo fiscal imperial (porque no ped¨ªa la hoguera para Emma Bovary), pero aquella cabecita loca de Emma ha sobrevivido y por ah¨ª anda suelta y querida por muchos, como ¨¦l hab¨ªa pronosticado.
Viniendo a casos m¨¢s recientes: 25 a?os se han cumplido ahora de la muerte de Ignacio Aldecoa, y sus novelas y relatos han resistido las asechanzas oscuras, los olvidos interesados y la ausencia de premios. No deja de ser interesante proyectar los t¨ªtulos y a?os de sus cuatro grandes novelas sobre la lista del Premio Miguel de Cervantes, como entonces se llamaba el Nacional de Narrativa (v¨¦ase el Diccionario de Gull¨®n, que sin embargo no le concede el espacio que merece): el cotejo da, sobre todo, para la carcajada -una carcajada quiz¨¢ amarga-. Resulta, por ejemplo, que en 1956 se public¨® Con el viento solano, y que en la edici¨®n correspondiente a ese a?o el Premio Nacional fue para una pomposa novela hist¨®rica denominada El lazo de p¨²rpura. La cr¨ªtica quiero puntualizarlo, s¨ª le concedi¨® el suyo. Dejemos a Aldecoa y vengamos a Benet: en 1967 (de esa fecha son la justificaci¨®n de la edici¨®n y el dep¨®sito legal, aunque segura mente el libro se distribuy¨® m¨¢s tarde) se public¨® Volver¨¢s a Regi¨®n, un hito en nuestra novela; la obra premiada de ese a?o fue El otro ¨¢rbol de Guernica. Que nadie venga con la coartada del franquismo porque no funciona, salvada alguna excepci¨®n: autores progresistas hubo -m¨¢s o menos progresistas- que obtuvieron entonces el premio de marras (para los nombres remito de nuevo a Gull¨®n).
El asunto dista de ser balad¨ª, si es que lo que se pretende con los premios oficiales es una cierta ejemplaridad est¨¦tica. Los premios privados responden a otros mecanismos y no hay por qu¨¦ escandalizarse, con o sin nuestro inevitable premio Nobel de por medio. Seg¨²n mis noticias, un joven hispanista franc¨¦s, Robert Coale, prepara una s¨®lida tesis doctoral sobre esta materia. La cosa es de tesis, desde luego.
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