Y tan pancho
Francisco Rico -y sobre todo Sabio-, que en el recto uso de su juicio se habla s¨®lo con Laura, con la Laura de Petrarca, ha tenido que entablar carteo, casi justa, esta semana con dos hombres extraordinariamente terrenales. El primero ha sido Josep Mill¨¢s. Como este peri¨®dico tiene la leal costumbre de aclarar con cuatro pormenores el nombre de los desconocidos, debo decir que el se?or Josep Mill¨¢s es el presidente de ?mnium Cultural, es decir, un hombre anegado en la barrica m¨¢s a?eja -del vino viene ¨¦l vinagre- de la cultura catalana y que cuenta sus glosas por glorias desde que le negara la entrada en los premios literarios que su instituci¨®n convoca al entonces ministro Sol¨¦ Tura, porque era un ministro espa?ol, impensable en tan catalana casta. El otro corresponsal de Rico ha sido el presidente Jordi Pujol, del que no ser¨¢ necesario a?adir detalle, y que, castizamente, acus¨® a Rico, Riquer y Gimferrer de haberse quedado "tan panchos" despu¨¦s de arg¨¹ir que una huelga de aviadores los dej¨® en tierra el d¨ªa que la Academia aprob¨® el primer documento ling¨¹¨ªstico. A los dos, el Sabio ha debido pararles los pies y la palabra en dos cartas estupendas, puntualizando que si aquel d¨ªa no fue a Madrid fue simplemente porque no le dio la gana. Y si la carta a Mill¨¢s produjo la sorpresa de verle descender hasta tan vertiginosa sima, la carta a Pujol -"Cu¨¢nto me desazona (...) que se abran procesos de intenciones torciendo el sentido de silencios de una di¨¢fana elocuencia"- es un hito. En el paisaje moral de la intelectualidad catalana, all¨ª donde el vigor y la legitimidad de la raz¨®n se ven casi siempre ama?ados por la presi¨®n pol¨ªtica, y en donde ya casi nadie dice lo que piensa, sino lo que piensa que le pro curar¨¢ mayor tajo y menor problema, la actitud de Rico reabre una esperanza: que en Catalu?a, bien y pronto, los intelectuales dejen de ser pueriles subsidiarios de la pol¨ªtica.
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