El alboroto de los inocentes
El pasado martes, a la pregunta dirigida por un periodista a varios pol¨ªticos del PSOE acerca de, cu¨¢l habr¨ªa sido, en su opini¨®n, el mayor error de Felipe Gonz¨¢lez en los ¨²ltimos a?os, la diputada vasca Arantza Mendiz¨¢bal respondi¨® con su aplomo caracter¨ªstico: "Haberme admitido en sus listas electorales". No cabe duda de que, efectivamente, tal admisi¨®n constituy¨® un error lamentable, pero ni con mucho el mayor de los cometidos por el presidente. Aunque un tanto hiperb¨®lica, la respuesta de Arantza Mendiz¨¢bal fue veraz. Que no es lo "sino que sincera, porque, de haber cre¨ªdo en lo que afirmaba, la diputada deber¨ªa haber presentado a estas horas su dimisi¨®n, lo que, como era previsible, no ha hecho.Megaloman¨ªas aparte, lo m¨¢s indignante en la conducta de los pol¨ªticos socialistas ante las tribulaciones de su partido no es su empecinamiento en negar los delitos que les imputan. Es l¨®gico que reaccionen as¨ª. En principie, cualquier acusado tiene derecho a proclamarse inocente, por encima incluso de las evidencias. Pero es intolerable -en lo que a la sensibilidad c¨ªvica se refiere- la continua exhibici¨®n de un sufrimiento que tiene m¨¢s de ret¨®rico que de otra cosa, y que, uno puede sospecharlo con sobrados motivos, no tiene otra finalidad que hacernos comulgar con la en¨¦sima rueda del molino felipista. No me refiero ya a los casos de Barrionuevo y Vera, dignos de figurar en una futura Historia nacional de la histeria, sino a otros m¨¢s cercanos (y escribo desde el Pa¨ªs Vasco): al de aquel que convoca ruedas de prensa con el exclusivo fin de manifestar lo muy afligido que se siente por la marcha de los acontecimientos o al de aquel otro que, desesperado ante un inconcebible cuestionamiento de su honorabilidad por los medios de comunicaci¨®n, expresa el deseo de abandonar la actividad pol¨ªtica y de volver a su antiguo empleo en un astillero. Estas y otras declaraciones lacrimosas por el estilo no merecen cr¨¦dito alguno. No est¨¢n avaladas por aut¨¦nticas decisiones ni -no digamos ya nada- por actos consecuentes. Son malos efectismos teatrales: intentos (por lo dem¨¢s, vanos) de eludir responsabilidades. Todos lo sabemos, incluso los que siguen dispuestos a apoyar al partido socialista. Podr¨ªan, por tanto, permitirse la elegancia d¨¦ ahorramos estas puestas en escena de su insufrible congoja, que ofenden, sobre todo, a quienes a¨²n nos sentimos vinculados a la tradici¨®n de la izquierda democr¨¢tica.
La democracia, en Espa?a, fue en buena medida una conquista de la izquierda, que tuvo que enfrentarse tanto a la represi¨®n franquista como al oportunismo de muchos de sus dirigentes. La izquierda espa?ola consigui¨® hacer suya, con no poco esfuerzo, la concepci¨®n ilustrada del Estado como garante de las libertades ciudadanas y de la universalidad jur¨ªdica, y como instancia arbitral que dirime coercitivamente los conflictos, evitando la degeneraci¨®n de los mismos en guerra civil. A esta tradici¨®n, fruto granado del pensamiento liberal, a?adi¨® la izquierda la atribuci¨®n al, Estado de una funci¨®n distributiva de la riqueza y de los bienes culturales. Se desprendi¨® as¨ª del lastre de ideolog¨ªas belicistas que consideraban al Estado como arma fundamental en la lucha de clases, como una m¨¢quina de guerra cuya conquista por el proletariado deb¨ªa permitir a ¨¦ste imponer su dictadura. La democratizaci¨®n de la izquierda fue, ciertamente, obra de un movimiento sindical y de unas organizaciones pol¨ªticas que se forjaron en la lucha clandestina contra el r¨¦gimen del general Franco, pero tambi¨¦n el resultado de los esfuerzos de un pu?ado de intelectuales que, a despecho de. las represalias pol¨ªticas que se abatieron sobre ellos, dedicaron su vida a construir el pensamiento del socialismo democr¨¢tico. En un libro reciente, Los viejos maestros, El¨ªas D¨ªaz ha elaborado un inventario de urgencia de esta l¨ªnea de reflexi¨®n cr¨ªtica (Unamuno, Besteiro, Tierno Galv¨¢n, Tu?¨®n de Lara, Gonz¨¢lez Vic¨¦n...). A estos "viejos maestros" habr¨ªa que a?adir el nombre del propio El¨ªas D¨ªaz, y, sin duda, los de Fernando Claud¨ªn y Jos¨¦ Ram¨®n Recalde, entre otros.
?sta es la tradici¨®n en la que sigo reconoci¨¦ndome, la de la construcci¨®n y defensa, desde la izquierda, del Estado de derecho. Una tradici¨®n malbaratada y prostituida por quienes, afirmando ser sus albaceas pol¨ªticos, han hecho del Estado un instrumento para su medro econ¨®mico personal o, fundiendo en uno los peores atavismos de la izquierda totalitaria y las tristes secuelas parapoliciales del franquismo, un arma de guerra y, adem¨¢s, de guerra sucia. Hubo un tiempo en que defend¨ª p¨²blicamente la tesis de la ausencia de relaci¨®n entre el Gobierno socialista y los GAL, lo que me cost¨®, entre otros disgustos, una agria ruptura -asimismo p¨²blica- con un amigo muy querido cuyas posiciones eran, no tengo empacho en reconocerlo, mucho m¨¢s acertadas que las m¨ªas: Rafael S¨¢nchez Ferlosio. Nadie abus¨® de mi buena fe. Me equivoqu¨¦ como suelen equivocarse, en la pol¨ªtica y en la vida, los que abusan de lo que llaman los ingleses, con expresi¨®n muy exacta, wishful thinking, esa modalidad de pensamiento que consiste en tomar por realidades los propios deseos. Mi error, de entonces no ha mermado en lo m¨¢s m¨ªnimo mi adhesi¨®n a la tradici¨®n intelectual antes mencionada, pero ha destruido totalmente mi confianza en el partido que dec¨ªa representarla. Tanta apelaci¨®n histri¨®nica a la presunci¨®n de inocencia -principio jur¨ªdico, por otra parte, respetabil¨ªsimo ha terminado por hacer inviable la inocencia misma. "Never such innocence again", "nunca m¨¢s tal inocencia", como reza el verso de Wilfred Owen. No s¨¦ si el presidente Gonz¨¢lez es inocente. Tengo tanto derecho a dudarlo como ¨¦l a sostenerlo, y, desde luego, como cualquier ciudadano a hacer todas las hip¨®tesis, conjeturas y c¨¢balas que les vengan en gana. No s¨¦, repito, si Gonz¨¢lez es inocente, pero, de serlo, ser¨¢ el ¨²nico, porque todos los dem¨¢s hemos perdido la inocencia para siempre. Y, llegados a esta situaci¨®n, nada nos puede resultar m¨¢s irritante que aguantar a diario las jeremiadas de los que reclaman para s¨ª toda la inocencia. Si no quieren dimitir, al menos, que no lloren.
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