La suerte de Grozni se juega en la helada Argun
Los rebeldes se mofan de la pobre actuaci¨®n del Ej¨¦rcito ruso en la guerra
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El centro de Argun est¨¢ nevado. La temperatura es de 10 grados bajo cero. Nadie transita por sus calles heladas. No es s¨®lo por el fr¨ªo acerado y h¨²medo que se mete en los huesos como un pu?al, es porque es l¨ªnea de frente. All¨ª se combate a golpe de artiller¨ªa.Situado a 16 kil¨®metros al sur de Grozni, Argun es para el mando ruso un enclave estrat¨¦gico cuya captura cortar¨ªa las comunicaciones de la capital con el sur, aislando a los combatientes chechenos que a¨²n defienden las calles de Grozni, facilitando la captura total. "Creo que est¨¢n preparando un gran ataque sobre Argun", dice Omar Hadj, un artillero checheno.
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Los chechenos dicen que el enemigo es s¨®lo el Kremlin
Viene de la primera p¨¢gina
Omar Hadj acaba de llegar empalidecido por el fr¨ªo a la base despu¨¦s de lanzar media docena de granadas de mortero sobre los rusos. "Est¨¢n a un kil¨®metro y medio al otro lado del r¨ªo Argun". Se oyen algunas explosiones muy cerca. Pero nadie se mueve. "Les mandamos unos regalitos y ahora nos los devuelven", ironiza.
En la caseta del cuartel checheno de Argun hay una cocina de gas que con cuatro quemadores encendidos sirve de estufa artesanal. En la pared prende con un clavo oxidado un retrato de calendario de Dzhojar Dud¨¢iev, presidente de Chechenia, en el que alguien ha ribeteado un diente en negro. Los hombres entran y salen. Van y vienen de la guerra. "He sido soldado en el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico y ahora defiendo a mi pa¨ªs de una agresi¨®n; s¨¦ por lo que lucho, ellos [los rusos] no. ?sa es la diferencia", recita Omar. "No tenemos nada contra el pueblo ruso, sino contra sus dirigentes y su sistema de mierda".
Omar habla como un jefe con la autoridad ganada en la lucha. Los dem¨¢s le miran embelesados, prestos a la orden de lucha. "Con la mitad de las armas que tienen, nosotros habr¨ªamos tomado Mosc¨²", exclama envalentonado. "El mando ruso mete miedo a sus hombres dici¨¦ndoles que los chechenos cortamos el pescuezo y las pelotas a los prisioneros. Por eso cuando les capturamos est¨¢n tan asustados, pero despu¨¦s dicen que est¨¢n muy contentos de ser nuestros prisioneros. Prefieren eso que luchar".
Al lado del jefe, Husein, firmes corno un guerrero de terracota, tocado con un traje de camuflaje blanco, luce una cinta verde en la frente. Preguntado qu¨¦ significa para ¨¦l, responde sin dudar: "Que estoy en una guerra santa, si muero ir¨¦ al para¨ªso, si doy un paso, atr¨¢s mis amigos tendr¨¢n derecho a matarme".
Entra un nuevo soldado en busca de t¨¦ naranja y del calor de los quemadores. Su uniforme oliva de fabricaci¨®n norteamericana echa vaho. En la derecha de la guerrera lleva cosido un nombre muy poco checheno: Curtis. Sorprendido por la observaci¨®n, Curtis muestra un carn¨¦ de conducir de Washington DC. En ¨¦l su nombre es otro, irrepetible, rebosante de pedigr¨ª nacional. Viv¨ªa en EE UU y ha regresado presto para luchar por su patria. Lleva un fusil de precisi¨®n con mira telesc¨®pica. Es un francotirador. "Tiene un alcance de 1.500 metros, pero s¨®lo es efectivo en menos de 800", explica con frialdad. "Es casi imposible dar a alguien que corre m¨¢s all¨¢ de esa distancia".
Un kil¨®metro lejos de Argun, un grupo de mujeres abrigadas con bufandas multicolores venden viandas, con el o¨ªdo presto, al pie del camino. Las ofertas se mezclan sin ton ni son en unos mostradores de urgencia abigarrados de jab¨®n de lavar ropa, paquetes de tabaco Camel o tabletas de suced¨¢neo del chocolate con leche y avellanas Bloc de Oro, sorprendentemente fabricado en Espa?a. En cada explosi¨®n artillera meten unos cuantos paquetes en las bolsas de pl¨¢stico, como si eso ayudara a digerir el miedo.
En Shali, a unos 20 kil¨®metros al sur de Grozni, hoy no han ca¨ªdo proyectiles. El s¨¢bado, el ataque de precisi¨®n ruso destruy¨® una granja av¨ªcula. Mat¨® a la despensa entera.
Abu Musa¨ªev es el jefe militar del distrito y una pesadilla para los rusos. Trabaja en un despacho que m¨¢s parece una sala de espera de la Seguridad Social con asientos abatibles. En ellos se sientan combatientes con un Kal¨¢shnikov entre las manos. Uno de ellos, en vez de un fusil de asalto, acaricia un lanzagranadas, como los que pararon en seco a los carros de combate en las calles de Grozni. Hay una radio de campana que conecta con los mandos guerrilleros de las monta?as. "All¨ª hay tiros", reconoce Abu. Detr¨¢s de su mesa, con tres tel¨¦fonos, surge una especie de librer¨ªa gigante que en vez de libros atesora toda una colecci¨®n de vainas de ametralladora. Abu est¨¢ molesto con los rusos porque no ha habido intercambio de prisioneros. "Lo propuse hace dos d¨ªas y a¨²n no he tenido respuesta". Iba a ser ayer a las doce. Musa¨ªev tiene en su poder a 37 paracaidistas rusos capturados en los bosques cercanos, cuando fueron lanzados sin mucho tino. Sus nombres. est¨¢n anotados en un libro de cuentas. En vez de balance de bienes, tiene balance de hombres. El lugar en el que se hallan los presos es secreto, pero se cree que est¨¢n en una cuadra al lado de la oficina de Musa¨ªev, como escudos. El intercambio de presos era visto por los chechenos como un bar¨®metro del inter¨¦s ruso por reducir tensi¨®n y edificar un clima que empuje a la soluci¨®n pol¨ªtica. La respuesta es n¨ªtida. El bar¨®metro marca inter¨¦s cero.
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