Noche de miedo en un refugio de Gronzni
La poblaci¨®n de la capital chechena lucha por la supervivencia mientras la guerra sigue implacable
ENVIADO ESPECIAL Minutka es la plaza favorita de la artiller¨ªa rusa. La desmenuzan con af¨¢n de picapedrero. Su asfalto est¨¢ alfombrado de cascotes variopintos, yeso y ladrillo, postes sacudidos por un terremoto, cables de luz sin luz, rieles de tranv¨ªa en direcci¨®n imposible, briznas de metralla, casquillos y un perro muerto que se cag¨® mientras se mor¨ªa. Bajar de noche a tientas, por la empinada calle de los Hermanos Otziev hacia Minutka se hace un trago. El miedo viaja preso en una mano y el coche en la otra. Hileras de milicianos suben torpes de tanto guerrear a echar unas pesadillas. El auto se detiene a cien metros de la plaza. Ahora toca galopar. Arden varios fuegos. Es gas de tuber¨ªas heridas que se consume dando calor a la nieve. Casi al final de Otziev se escucha un zumbido. Es otro escape que no quema en espera de un descuido. Se oyen disparos. El ¨²nico refugio de la plaza est¨¢ en el s¨®tano de una casa de cinco plantas edificada en 1979 y afeada hoy a bombazos. All¨ª viven abigarrados 15 milicianos y 13 civiles, los ¨²nicos que quedan de 67 vecinos. Los dem¨¢s huyeron.
A Eugeni, Ibrahim, Alexandr, Yuri y Reva, los m¨¢s j¨®venes, aunque vive?la cincuentena, les rifaron la misi¨®n arriesgada: traer el agua. Hasta hace s¨®lo unos d¨ªas reptaban esquivando los sustos hasta tres kil¨®metros para alcanzar una fuente solitaria. Hoy, esa fuente se ha metido, idiota ella, en zona de bombardeo. "Ya. es imposible ir", susurra resignado el armenio Reva. Resueltos en el infortunio, han cambiado la bocana del grifo por nieve a pu?ados. "Tenemos que recoger 20 veces el volumen del agua que necesitamos", explica Eugeni, un ruso que abjura de Yeltsin y de los artilleros. "Ahora la nieve est¨¢ sucia, negra de p¨®lvora, y es m¨¢s complicado", a?ade Ibrahim. El agua orde?ada a la nieve, entre balas y perros de guerra que no se espantan de los ruidos y que tienen mirada de buitres, sirve para hacer t¨¦ o refrescarse la cara, un remedo de aseo diario.
La noche se pasa lenta en este refugio de Minutka. Un para¨ªso con calefacci¨®n: un quemador de hierro enrojecido que se pluriemplea en caldera. El gas lo obtienen de una l¨²cida artima?a. Desviaron con tiento una tuber¨ªa del primero. Dentro del refugio huele a un mes de encierro. Son veinte metros cuadrados para un checheno, dos armenios, dos t¨¢rtaros y ocho rusos. "No nos hemos ido porque no tenemos ad¨®nde ir", explica Olga, la mujer de, Eugeni. Su padre, Anishim, tiene 81 a?os y el pelo blanco, peinado como Chernenko. Es casi sordo; hay que clamar en su o¨ªdo bueno para obtener una respuesta. Est¨¢ as¨ª desde la II Guerra Mundial, donde luch¨® en el frente alem¨¢n. Anishim recita de memoria todos los l¨ªderes de la URSS. De clama cada frase como Alberti. "Gorbachov, malo; empez¨® la perestroika sin idea de futuro". ?Lenin? "?Ah! Demasiada responsabilidad hablar de Lenin. Al final de su vida empez¨® a dudar de lo que hab¨ªa hecho". ?Cree que tiene Stalin la culpa de todo? "Stalin era un mat¨®n, pero hubo un Jruschov, un Br¨¦znev, un Yeltsin y un Gorbachov,no s¨®lo hubo Stalin".
A las 22.15, los tres milicianos que descansan en los 12 metros cuadrados del cuarto de al lado sintonizan la radio. Escuchan Radio Svoboda -la antigua Radio Liberty de la guerra fr¨ªa, hoy empe?ada en la defensa de la democracia en Rusia con dinero del Congreso de Estados Unidos-. Ofrecen la lista de muertos y prisioneros. Por eso es tan popular.
En el refugio de Minutka, nadie cen¨®. S¨®lo t¨¦ y un aceptable co?ac Caspio. Andr¨¦i, el int¨¦rprete, ha tra¨ªdo varios peri¨®dicos. Los devoran. Incluso antes que el pan o las chocolatinas. No hay luz. Est¨¢ cortada. Dos velas y una l¨¢mpara de aceite alumbran suave en un oleaje de penumbras la habitaci¨®n hasta hacerse noche en las esquinas. All¨ª seis gatos buscan acomodo en los sacos de harina o de patatas. Restos de sus despensas privadas. "Aqu¨ª hay costumbre de acaparar alimentos. En oto?o, los precios son m¨¢s bajos y en invierno m¨¢s caros", dice Andr¨¦i, "por eso la guerra les cogi¨® bien pertrechados". Al fondo de la habitaci¨®n de los civiles hay otra, diminuta, que sirve de almac¨¦n de agua y teinores., "Cuando esto se pone muy feo vamos a escondernos all¨ª; es m¨¢s seguro", explica Tamara, la esposa de Reva. "Ayer a las 6.30 nos despert¨® un gran estruendo y corrimos a protegernos; hab¨ªan dado al quinto piso de esta casa, destruy¨¦ndolo", cuenta Alex, un divorciado que en la quiebra de su matrimonio encontr¨® tiempo para ver sin reproches el hockey por la televisi¨®n. Desde el 30 de diciembre no hay tubos cat¨®dicos ni energ¨ªa. Cortaron la luz. Y su pasi¨®n.
En el refugio viven dentistas, profesoras de geograf¨ªa, jefes de secci¨®n de la refiner¨ªa y obreros. "Antes ten¨ªamos diferencias so ciales, hoy estamos como en el ba?o: desnudos e iguales", dice Eugeni. El tiempo se hace interminable -celebraron aqu¨ª el nuevo a?o- Llevan un mes en cerrados. Charlan, duermen. O leen. "Nunca tuve tiempo mientras trabajaba, y ahora devoro los libros", r¨ªe Eugeni. Otros juegan al ajedrez. Como Yuri, que gana siempre. Es un campe¨®n. "Me gustaba el K¨¢rpov que derrot¨® a Korchnoi, pero hoy el mejor es Kasp¨¢rov", explica. A veces se reta con uno de los milicianos. ?stos no dan en apariencia problemas. Excepto que fuman como cosacos y contaminan a¨²n m¨¢s el aire asfixiante del refugio. Los milicianos, que pueden pasar a calentar su comida en el fog¨®n, son un grupo de 15 que se releva desde Shal¨ª -localidad del sur- Usan el refugio como base de descanso. Dentro, sestean tres o cuatro. Los dem¨¢s patrullan. Poseen dos Kal¨¢shnikov y un lanzagranadas con repuestos. Nadie lo dice, pero son un peligro potencial para los civiles si la infanter¨ªa rusa pone un pie en Minutka. Esta noche los milicianos han tenido trifulca. Sult¨¢n y Oyb pugnaron duro por tirarse a la miliciana que dorm¨ªa ajena con ellos. Hubo gritos y, a este lado del refugio, miedo. Los l¨ªos con armas, aunque sean escasas, son de alarmar. Al final, los dos combatientes encelados se conformaron con su soledad.
En el refugio de Minutka, las peque?as cosas son una epopeya. "No se puede lavar la ropa, pero no hay insectos", bromea Soya, la mujer de Ibrahim. Las necesidades las evacuan en sus casas. Suben, y as¨ª, de paso, vigilan sus pertenencias y deshielan agua para fregarse los sobacos y otros escondrijos. La ropa ¨ªntima la lavan en el refugio, con agua hirviendo. El viejo Anishim cuando escala las escaleras en pos de un retrete recuerda que en su tozudez fue el ¨²ltimo en huir al refugio. "No quer¨ªa; dec¨ªa que era anciano y no le importaba morir explica Olga, su hija. El fr¨ªo le envi¨® primero a la ba?era, donde durmi¨® parapetado en mantas, y despu¨¦s al s¨®tano. Arriba ya estar¨ªa muerto.
Declaran todos que no hay problemas de convivencia. Puede que los haya, pero a veces la desgracia dulcifica al agrio y ennoblece al ego¨ªsta. Son como una familia. Supervivientes. A las once soplan la vela y apagan el candil. Duermen en camastros y mesas. Al poco de dar la se?al al sue?o se oyen los primeros ronquidos. Nadie se queja de otro, pues todos son roncadores. Una orquesta.
A las ocho de la ma?ana, los rusos tocan diana: dos bombas en la plaza. Los gatos se arquean estir¨¢ndose y las mujeres calientan t¨¦. En la despedida, Tamara curiosea cosas de Espa?a. Sobre todo de los Reyes, con los que simpatiza. "?Es cierto que do?a Sofia est¨¢ contra los abrigos de piel?", inquiere preocupada. Odian los toros, conocen el flamenco y saben de catalanes y vascos. Pero sobre todo saben que quieren vivir en paz. "?Es tan complicado?", musita entre tiros Reva, ya en la plaza. El paisaje lunar le responde: cascotes, yeso y ladrillos, postes arrancados, cables sin luz, rieles en direcci¨®n imposible, briznas de metralla, casquillos y el vac¨ªo del perro muerto que se cag¨® mientras se mor¨ªa. Su cad¨¢ver se esfum¨®. Desapareci¨® en la no che. Alguien lo resucit¨® para filetear su desgracia y sobrevivir al desamparo.
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