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Tribuna:Ni guerra, ni paz /1
Tribuna
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El polvor¨ªn de Gaza

La ilusi¨®n surgida de los acuerdos de Washington y Oslo se desvanece ante la cruda realidad de los hechos,

Desde el balc¨®n del Ramada de Tel Aviv, el visitante abarca al atardecer una playa de arena esmeradamente limpia bordeada de hoteles de cuatro estrellas en la que j¨®venes y menos j¨®venes en ch¨¢ndal y otros atuendos de deporte juegan a balonvolea, corretean r¨ªtmicamente o miden su resistencia f¨ªsica con miras a un eventual marat¨®n. La perspectiva es la de cualquier ciudad costera norteamericana o europea con sus servicios para ba?istas, merenderos y banderas que flamean acariciadas por la brisa marina. El sol est¨¢ a punto de ocultarse y el crep¨²sculo suaviza y esfumina superficies y colores coligado teatralmente con la serenidad del momento.?Saben los ciudadanos y turistas que componen este cuadro de esparcimiento y dicha que a una hora escasa de autom¨®vil, por la moderna red de carreteras que enlazan entre s¨ª las ciudades y granjas agr¨ªcolas israel¨ªes, cu¨¢l es

Ja vida real de los habitantes del enclave de Gaza? La televisi¨®n estatal y los ubicuos y omn¨ªmodos canales norteamericanos difunden im¨¢genes de encolerizados manifestantes palestinos o de miembros airados de alg¨²n kibutz a ra¨ªz del ¨²ltimo incidente diario, inevitable residuo, dice un comentarista de la CNN, "del fuego ya extinto de la Intif?ada". Israel y los palestinos negocian un arduo proceso de paz, y la atenci¨®n de los medios de informaci¨®n se centra ahora en los encuentros regulares de Rabin y Peres con Arafat. La guerra ha terminado, nos dicen, y Gaza es un estrecho pasillo costero en el que la OLP pone a prueba su buena disposici¨®n negociadora en el marco de la otorgada autonom¨ªa.

No. obstante, la ilusi¨®n creada por la Declaraci¨®n de Intenciones de Washington y los acuerdos de Oslo se desvanece a punto frente a la cruda realidad de los, hechos. Gaza no encarna a¨²n una experiencia piloto: es, sigue siendo, un imprevisible y potencial polvor¨ªn.

El puesto fronterizo de Erez compendia todos los elementos de esta situaci¨®n explosiva. Hace seis a?os, cuando lo atraves¨¦ con mis compa?eros del equipo de Alquibla, la polic¨ªa militar israel¨ª nos someti¨® a una larga espera antes de autorizamos la entrada. Hoy, sus puestos de vigilancia y de control parecen haberse reforzado, pero el taxi con matr¨ªcula israel¨ª en el que viajo se cuela por uno de los pasillos establecidos para el paso de veh¨ªculos sin que nadie pida mi pasaporte ni indague las razones de mi visita a un gueto de 70 kil¨®metros de largo y entre 20 y 30 de ancho en el que se hacinan m¨¢s de 800.000 habitantes. Velozmente, atravieso la, tierra de nadie, cruzo el puesto de vigilancia mucho m¨¢s pobre y modesto de la Autoridad Nacional Palestina y llego a la destartalada estaci¨®n de servicio en donde me aguarda otro taxi con la matr¨ªcula blanca de Gaza.

. Impresi¨®n falaz de normalidad. Si el nombre de Erez simboliza en la prensa uno de los puntos de cita habituales de los dirigentes israel¨ªes y palestinos, es asimismo un escenario frecuente de confrontaci¨®n.

El primer atisbo a la barriada de Beit Han¨²n, Yabal¨ªa y Gaza revela un panorama urbano degradado y sucio: carreteras anegadas o con baches que se extienden en el maltrecho asfalto como hoyuelos de viruela; edificios chamuscados o ruinosos; oquedades de ¨®rbitas oculares vac¨ªas y fauces abiertas; inmensos alba?ales con toda clase de basuras y vertidos; paredes y muros cubiertos de pintadas; carritos desvencijados conducidos por ni?os.

Para circular en el casco urbano de Gaza se necesita un ch¨®fer baqueteado y experto. Sami, con quien el corresponsal de EL PA?S en el Oriente Pr¨®ximo me ha puesto en contacto, serpentea a trav¨¦s de interminables barrizales, zonas anegadas y barrios carentes de infraestructuras m¨ªnimas, resultado de la multiplicaci¨®n por diez del n¨²mero de habitantes en los ¨²ltimos 45 a?os y de la brutal ocupaci¨®n israel¨ª a¨²n no concluida.

Antes de la nakba o cat¨¢strofe de 1948, el corredor de Gaza tenia alrededor de 90.000 habitantes. La primera guerra palestinoisrael¨ª provoc¨® la huida y acampada en el territorio de m¨¢s de 200.000 personas. Los fugitivos fueron alojados en campos improvisados con

(siglas de Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos): sus barracas y chozas, sin los servicios b¨¢sicos m¨¢s elementales, se erigieron bajo el signo de la provisionalidad. Los desplazados de 1948 rehusaban la instalaci¨®n en condiciones m¨¢s aceptables confiando en el retorno cercano a sus hogares abandonados en Jaffa, Haifa, San Juan de Acre o alguna de las 400 aldeas que poco a poco iban a ser barridas del mapa a fin de asentar en sus ruinas los nuevos kibutzim. Como nuestros jud¨ªos y moriscos de la di¨¢spora, conservaban amorosamente las llaves y t¨ªtulos de propiedad de unas viviendas y huertas que s¨®lo exist¨ªan ya en su memoria y sue?os. Las tentativas de la UNRPR de edificar en s¨®lido toparon con el rechazo de los refugiados, aferrados a la realidad inmaterial del recuerdo. En la d¨¦cada de los cincuenta, Gaza sufri¨® duramente de las incursiones del Tsahal y de la breve ocupaci¨®n israel¨ª del 56 durante la expedici¨®n militar anglofrancesa contra Naser. Tras el fiasco pol¨ªtico de la operaci¨®n -y la sustituci¨®n de Inglaterra Y Francia por Estados Unidos como potencia hegem¨®nica de la zona-, el enclave se convirti¨® en la alm¨¢ciga de los futurosfedayin. Arafat, Ab¨² Iyad, Ab¨² Yihad, etc¨¦tera -los que pronto ser¨ªan dirigentes de Al Fatah y la OLP-, crecieron y se foguearon por estas fechas en los campos de refugiados de Gaza. La segunda cat¨¢strofe del 67, con la subsiguiente ocupaci¨®n israel¨ª, marca un nuevo periodo de acoso y resistencia de los palestinos. Por espacio de cuatro a?os, las unidades especiales de Ariel Sharon imponen el toque de queda, cercan hasta la asfixia las ¨¢reas conflictivas, emprenden redadas masivas y aplican castigos colectivos hasta imponer el orden. De 1971 al comienzo de la Intifada, el territorio de Gaza vivir¨¢ una paz precaria bajo la bota del ocupante mientras los asentamientos israel¨ªes, especialmente alrededor de Rafah, se multiplican y ensanchan.

La "guerra de las piedras" abre una nueva etapa de la larga, violenta y agotadora confrontaci¨®n. Cuando fui a rodar el f¨ªlme sobre la Intifada, siete de los ocho grandes campos de refugiados viv¨ªan sometidos a la ley marcial y estaban herm¨¦ticamente sellados, el ej¨¦rcito israel¨ª hab¨ªa acordonado igualmente el centro de la ciudad y el territorio entero era una desoladora sucesi¨®n de cuadros de represi¨®n, sufrimiento y miseria.

En gran parte del ¨¢rea ?rbana, los veh¨ªculos se aventuran con prudencia por las calzadas inundadas en las que emergen de vez en cuando, como arrecifes, neum¨¢ticos -de cami¨®n a los que los j¨®venes prend¨ªan fuego durante la Intifada o contenedores de basura ro?osos y decr¨¦pitos. Pero, aunque. con timidez, el comercio resucita: conforme nos acercamos al centro aparecen garajes, talleres de reparaci¨®n, colmados, tiendas de fruta y hasta almacenes de muebles con los odiosos sillones que en otra ocasi¨®n denomin¨¦ "Luis XXVI", popularizados por los seriales lacrim¨®genos de la TY egipcia. No obstante, pocos gace?os, disponen de medios para adquirirlos y asentar en ellos sus opulentas nalgas.

La principal v¨ªa de compraventa, la avenida de Omar el Mojtar, resulta irreconocible para quien la vio hace seis a?os. Sus bazares y tiendas estaban cerrados, barreras y alambres de. p¨²as cortaban las bocacalles y varios jeeps de Tsahal con solda- dos armados hasta las cejas nos impidieron el paso a m¨ª y a mis compa?eros esgrimiento amenazadoramente sus M-16. Hoy, la calzada est¨¢ llena de autom¨®viles y la multitud hormiguea en las aceras. En la plaza ondean centenares de ense?as con fotos sobreimpresas de los l¨ªderes asesinados de la OLP. El Arab Bank y el Banco de Palestina han abierto sus puertas y el hermoso edificio de la mezquita acoge a los fieles con las paredes cubiertas de incitaciones a la guerra santa.

Dejo para m¨¢s tarde la zona mar¨ªtima en donde se halla la Autoridad Nacional Palestina y acudo a la llamada del recuerdo: Chati, el ¨²nico campo de refugiados en el que pude colarme en el 88 en circunstancias de extrema dureza. La tapia que lo cercaba la jaula ha sido demolida y penetro libremente se ha ampliado, en el laberinto de sus callejuelas con modest¨ªsimas viviendas de tabique y techo de hojalata. Desde el cerrillo que domina la costa, la mirada abarca una perspectiva abigarra da de banderitas, antenas de tele visi¨®n, calderas y bidones convertidos en r¨²sticos dep¨®sitos de agua. No hay sumideros ni red de alcantarillado. Los desag¨¹es vierten su suciedad en canalillos que gracias a la pendiente desembocan a su vez en la playa. La cola da tendida en chozas y habit¨¢culos es el mejor indicativo del alto ¨ªndice de natalidad: los calzones y prendas colgados son de todo tama?o y la gama var¨ªa desde los pa?ales de reci¨¦n nacido a ch¨¢ndales de mozos y chicas de 15 o 16 a?os. Me entretengo en su cuenta y. deduzco una media familiar de cinco o seis v¨¢stagos. Al asomarme al mar, descubro una barrera de protecci¨®n de rocas y una playa cubierta de detritos en la que juguetean docenas de ni?os. Un muchacho con ba?ador y camisa aguanta entre las olas e intenta pescar con su volandera y airosa atarraya. A la derecha, camino de Gaza, hay varios edificios en construcci¨®n y dos apisonadoras trabajan en el allanamiento de un futuro paseo mar¨ªtimo.Mientras regreso al punto de partida, un hombre de una cuarenttna de a?os, tocado con la cofia (kufi¨¢) palestina de cuadros blanquinegros platica con un se?or mayor -luego me entero de que es su padre- a la entrada de su vivienda. Tras saludarme y descubrir que hablo ¨¢rabe, me invita a sentarme y tomar caf¨¦.

"Aqu¨ª las cosas siguen igual, me dice. No hay esperanza ni futuro. Si pudiera irme a otro pa¨ªs, me largar¨ªa ahora mismo. Antes viv¨ªamos atrapados en una jaula sin poder salir de ella durante semanas enteras. Ahora la jaula se ha ampliado, pero seguimos presos".Mi siguiente trayecto ser¨¢ hacia el antiguo campo de Yabal¨ªa, el m¨¢s extenso y poblado de Gaza y el que m¨¢s aguant¨® y sufri¨® en tiempos de la Intifada. Su aspecto, en general, es menos deprimente que el de Chati. Cuenta con edificios de dos y hasta tres pisos, algunos de ellos enjalbegados. Las paredes de las viviendas lucen a veces pintadas ingenuas con la bandera palestina, el Domo de la Roca escoltado por dos ametralladoras, una paloma tocada con la cofia blanquinegra que rompe los barrotes de su celda y emprende el vuelo hacia la libertad. En el lecho arenoso de una rambla hay una estaci¨®n de taxis colectivos, carros tirados por asnos o borricos, reba?os de ovejas, un zoco rebosantede verduras y frutas. Un jay¨¢n de luminosa belleza y arremolinado bigote camina sosteniendo entre las manos dos coles enormes en una festiva exhibici¨®n de virilidad tan inocente como rotunda. Por encima de los techos, cables del. tendido el¨¦ctrico, antenas de televisi¨®n y dep¨®sitos de agua, la antigua atalaya de vigilancia de Tsahal asoma como un amenazador periscopio o indiscreta jirafa. Dos j¨®venes juegan al domin¨® sobre una caja de cart¨®n. Un peque?o monolito con una l¨¢pida rememora el nombre de los ca¨ªdos en la Intifada.

Me acomodo con Sami en la acera de un cafet¨ªn frontero al dispensario de la UNRPR. Desde ella, la clientela puede observar a sus anchas el que fuera cuartel israel¨ª con sus alambradas, verjas y puestos de vigilancia. El miedo y ansiedad reinantes durante a?os en Yabal¨ªa han desaparecido. Pero, como verificar¨¦ a lo largo de ni estancia, el barrio secreta una visible frustraci¨®n entreverada de despecho y rencor contra una paz amarga.

El due?o del caf¨¦ y su compadre identifican de inmediato mi habla dialectal magreb¨ª. Durante cinco a?os trabajaron en Argelia y Marruecos y evocan con nostalgia su . estancia feliz en Casablanca.

"En Gaza no hay salida para los j¨®venes. Yo tengo un diploma de bioqu¨ªmica y aqu¨ª me ve: malganando mi vida como cafetero".Su amigo me pregunta si conozco a Cheb Jaled y evocamos sus canciones y las de otras estrellas del rai.Antes de despedirme, el due?o apunta con el dedo a un bid¨®n oxidado relleno de tierra,. con agujeros que sirven de desag¨¹e y protegido por una especie de jaula de tela met¨¢lica del viento y vandalismo de los ni?os en el que desmedra o, por mejor decir, agoniza un arbolillo raqu¨ªtico pese a los cuidados que le prodigan."Fotografielo, me dice, y tendr¨¢ usted una imagen concreta de lo que es en verdad la Autoridad Nacional Palestina". .

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