Mad Max contra Blade Runner o en Somalia
Los 'se?ores de la guerra' resucitan la Edad Media en el Cuerno de ?frica
La avioneta sobrevuela por segunda vez la pista de tierra junto al azul violento del oc¨¦ano ¨ªndico. Esta vez el comit¨¦ de recepci¨®n est¨¢ a la vista: dos furgonetas cuajadas de adolescentes vestidos con camisetas multicolores y pantalones vaqueros armados hasta los dientes'. La escolta. Es marzo, pero el aire arde. Por caminos de cabras y arena, entre chabolas de hojalata y casas reventadas, la comitiva corre hacia la Edad Media. Cuando los veh¨ªculos avistan un posible enemigo motorizado, los j¨®venes adelantan los ca?ones de sus fusiles para que no quepa ninguna duda de que las armas hablar¨¢n por ellos. Esto es Somalia, el reino de los se?ores de la guerra, donde Blad Runner lucha contra Mad Max en medio del caos, la ley isl¨¢mica, las mafias del Kal¨¢shnikov y de la droga, los sat¨¦lites de comunicaciones y el d¨®lar.Mogadiscio era una hermosa ciudad blanca, de villas coloniales y mezquitas, cuando en 1991 estall¨® la guerra civil, cay¨® el r¨¦gimen dictatorial de Siad Barre y los se?ores de la guerra despedazaron el pa¨ªs en peque?os reinos de taifas. Dos miembros del clan hawiye encabezaron el reparto: Al¨ª Mahdi, presidente interino y hombre de negocios del subcl¨¢n abgal, se hizo con el norte de la capital; el general Mohamed Far¨¢ Aidid, del subcl¨¢n habrgadir, duros camelleros n¨®madas, con el sur de la ciudad. A ellos hay que a?adir otros clanes de origen hawiye, con sus propias milicias y fidelidades cambiantes. Los hawede, que controlaron el aeropuerto, casi siempre leales a Aidid, y los mursade, en el puerto, fieles a Al¨ª Malidi. En el ce?o del Cuerno, en la antigua Somaliland brit¨¢nica, el presidente Abdourahaman Al? Tour, del clan isaak, proclam¨® la independencia en cuanto cay¨® Barre, y al sur, un miembro del clan marehan, el general Mohamed Said Hersi, Morgan, se hizo con el poder. Pero son tan s¨®lo los que m¨¢s descollan de una miriada de clanes y subclanes que en muchas ocasiones no representan m¨¢s que a familias armadas, bandidos que han convertido la guerra y el pillaje en su forma de vida.
Con ese pa¨ªs inexistente tuvieron que lidiar la ONU y la primera potencia mundial, EE UU. M¨¢s de 30.000 soldados fuertemente armados fueron incapaces de imponer la paz, desarmar a las facciones, eliminar al "enemigo de la humanidad", Aididl, y formar un Gobierno de unidad nacional. Despu¨¦s de dos a?os de pol¨ªticas erradas, de tomar partido por unos clanes frente a otros, de gastar miles de millones de d¨®lares, de perder a decenas de cascos azules y matar a varios centenares de guerreros y civiles somal¨ªes, la ONU y EE UU han huido.
El futuro de Somalia es ahora la Edad Media, que vuelve con un desconocido esplendor, con m¨¢quinas todo terreno que se alimentan de petr¨®leo y vomitan fuego: las tecnihcals o mad max, veh¨ªculos aserrados, reconvertidos en temibles artefactos, con ametralladoras pesadas o ca?ones soldados a la carrocer¨ªa, cargados de jovenc¨ªsimos milicianos provistos de fusiles de asalto, cananas de todos los mil¨ªmetros y lanzagranadas que exhiben con una sonrisa verde y suicida. En los peores momentos de la guerra nunca falta una decena de avionetas que vuelan diariamente desde Nairobi con la provisi¨®n de qat, una hierba anfetam¨ªnica que los somal¨ªes, mastican sin cesar. Una droga legal que les excita y exacerba una belicosidad de pueblo a medio camino entre la ?frica profunda y el mundo musulm¨¢n: hijos de Al¨¢ con la piel tiznada.
Mogadiscio es la capital del ¨®xido: chatarra ambulante, furgonetas y camiones desvencijados, cargados hasta la exasperaci¨®n, j¨®venes y adultos que cuelgan como racimos de carne de carlingas y volquetes, milagros rodantes, sin cristales, sin puertas, sin luces y sin chapa. Una jungla en movimiento que se cruza sin cesar con las desafiantes rancheras de los milicianos y los miles de burritos aguadores, que trasladan el agua en reciclados bidones de petr¨®leo. Reba?os de camellos, cabras y vacas ramonean en las monta?as de basura junto a los escombros de viviendas, ministerios, villas y palacios.
La l¨ªnea verde es una franja de tierra de nadie que divide la ciudad en dos. All¨ª, ante un fantasmal decorado de ruinas, los viajeros buscan plaza en los infernales taxis colectivos y matan el gusano ante puestecillos de agua mineral, lubricantes, Coca-Cola caliente, paquetes de Camel y sobres de Omo. Es la l¨ªnea divisoria entre el sur, "m¨¢s liberal, donde todo est¨¢ permitido, incluso el crimen", y el norte, "donde reina la sharia (la ley isl¨¢mica), y a los ladrones se les corta la mano y a las ad¨²lteras se las lapida". El asfalto es una cinta que adelgaza cada d¨ªa, mientras los baches se convierten en abismos de agua negra y maloliente. La muchedumbre, habituada al caos, se busca la vida: desocupados de toda laya; hermos¨ªsimas mujeres vestidas con sar¨ªs de rojos y azules viv¨ªsimos y ni?os con pistolas de juguete que fulminan a todo el mundo. Cuando cae la noche, al extranjero y al inerme m¨¢s le vale ponerse a cubierto. La ¨²nica luz el¨¦ctrica que ablanda la oscuridad de Mogadiscio es la de los generadores de petr¨®leo. Un rumor que no cesa nunca.
Mogadiscio es un campo de experimentaci¨®n de las guerras del futuro. Incluso hay un hotel que blanquea los d¨®lares del desastre para que los periodistas puedan asomar sus narices, mirar el hedor de fuera y luego contarlo a un mundo ¨¢vido de olvido, enviar sus cr¨®nicas v¨ªa sat¨¦lite desde habitaciones con agua caliente y aire acondicionado.
Los se?ores de la guerra funcionan como mafiosos feudales, compradores de lealtades y comerciantes de armas, droga y sangre.
Pol¨ªticos alucinados para un pa¨ªs en caos
Los dos m¨¢s poderosos se?ores de la guerra, Al¨ª Malidi y Far¨¢ Aidid, andan ahora negociando la gesti¨®n del puerto y del aeropuerto de la capital de un pa¨ªs que s¨®lo es un dibujo en los mapas, y hablan como pol¨ªticos alucinados de un proyecto de pa¨ªs que no se vislumbra por parte alguna. Viven en mansiones blancas, protegidos por technicals o mad max y j¨®venes leales hasta el exterminio.Somalla ten¨ªa todos los ingredientes para configurar un modelo de Estado para toda ?frica: una misma etnia con un idioma com¨²n (somal¨ª) y una misma religi¨®n (musulmana). Hoy no es m¨¢s que un rompecabezas, sin Estado, sin Gobierno, sin polic¨ªa, sin tribunales, sin escuelas, sin instituciones, sin Parlamento, sin hospitales, sin futuro. No es extra?o que en sus calles se respire un extra?o v¨¦rtigo de libertad. El que los j¨®venes, con armas autom¨¢ticas experimentan a bordo de sus veh¨ªculos artillados. Son las paradojas de una floreciente Edad Media a finales del siglo XX, como la moderna central telef¨®nica v¨ªa sat¨¦lite, con ordenadores y tarjetas digitales, que una compa?¨ªa con capital noruego y somal¨ª ha instalado en la ¨²ltima planta del antiguo hotel Olympic. Desde all¨ª se conecta con el resto del mundo mientras se contempla el azul del cielo de Somalia sobre el Indico: el pa¨ªs con menos porvenir de un continente condenado al olvido. El Cuerno de ?frica lanzado contra su sombra. Mad Max contra Blade Runner. Una pel¨ªcula que es una pesadilla real y contempor¨¢nea. Al caer la noche, desde la terraza del hotel Sahafi, la llamada a la oraci¨®n de los almu¨¦danos parece congelar el tiempo. La noche es suave. Mogadiscio duerme.
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