Confesi¨®n a punta de pistola
NO TIENE ninguna credibilidad la sorprendente aparici¨®n por radio y televisi¨®n de Severo Moto, l¨ªder del opositor Partido del Progreso (PP) ecuatoguineano, para pedir clemencia al presidente Teodoro Obiang y aconsejar a su propio grupo pol¨ªtico una estrategia que no hace sino beneficiar a su enemigo. No ser¨ªa justo cargar esta confesi¨®n en el debe a Moto, que cumple condena en una c¨¢rcel siniestra por dos delitos que no lo son y que est¨¢ amenazado con otro juicio por un fantasmal intento de golpe de Estado que podr¨ªa costarle la vida. Quienes mejor le conocen -su esposa, Margarita, y su lugarteniente, Armengol Engonga Ond¨®- dan por seguro que esa extra?a profesi¨®n de arrepentimiento es resultado de la coacci¨®n, de una simb¨®lica pistola puesta en la nuca de un hombre que tiene motivos sobrados para temer por su vida. Obiang es un dictador cerril, enconado y astuto, capaz de resistir muchas presiones, incluidas las de la antigua potencia colonial, Espa?a, para perpetuarse en el poder. Sus promesas de democratizaci¨®n, que Felipe Gonz¨¢lez pareci¨® creer en 1991 cuando visit¨® Malabo, nunca han superado la m¨¢s m¨ªnima prueba de autenticidad. Pese a sus denuncias de que desde Madrid se apoya un golpe para derribarle, sabe perfectamente que el Gobierno socialista no se plantea el meterse en tan azarosa aventura y que las ¨²nicas armas con las que se le amenaza son las de la denuncia p¨²blica, la condena de las violaciones de los derechos humanos y la suspensi¨®n de la ayuda econ¨®mica.
Son ya numerosas las voces que exigen a Gonz¨¢lez que suspenda toda asistencia a Guinea en un intento a la desesperada para que Obiang entre en raz¨®n. Pero esos llamamientos olvidan un dato fundamental: que el importe de esa cooperaci¨®n pas¨® de 1.900 millones en 1993 a 950 millones en 1994 y 1.250 millones en este a?o; que no hay ya ninguna asistencia a organismos oficiales (ni becas a militares), y que tan s¨®lo se mantienen los programas humanitarios, incluyendo los educacionales, canalizados a trav¨¦s de organizaciones no gubernamentales. Si tambi¨¦n se suspendieran estos proyectos, la suerte de Moto no tendr¨ªa por qu¨¦ mejorar y las posibilidades de Obiang de seguir en el poder no disminuir¨ªan, pero muchos ecuatoguineanos se quedar¨ªan sin escuela o sin asistencia m¨¦dica. Tal eventualidad puede que no preocupe al dictador, pero no deber¨ªa dejar indiferente al pa¨ªs que administr¨® la colonia hasta su independencia, en 1968.
El Gobierno espa?ol est¨¢ oficialmente comprometido con la democratizaci¨®n en Guinea. Incluso hubo alg¨²n momento, en 1991, en que parec¨ªa posible que controlase una transici¨®n ordenada hacia ese objetivo. La expulsi¨®n, dos a?os m¨¢s tarde, del c¨®nsul en Bata fue el s¨ªmbolo del fin de esa esperanza. Desde entonces se apoya a la oposici¨®n democr¨¢tica, cuyo m¨¢ximo representante es Moto. ?ste tiene s¨®lidos lazos con las fuerzas pol¨ªticas espa?olas. Tal vez pens¨¦ que esas relaciones le servir¨ªan de protecci¨®n cuando regresara a su pa¨ªs. Se equivoc¨®, y ahora arriesga una condena injusta y tal vez la vida.
Resulta desesperante contempla c¨®mo Obiang rechaza casi despreciativamente las peticiones de clemencia que le llegan del Gobierno, del Rey o del jefe de la oposici¨®n espa?oles. Pese a todo, no hay que desde?ar la influencia que estas iniciativas o los titulares de prensa con los que se desayuna cada ma?ana puedan tener sobre el hombre en cuyas manos est¨¢ el destino de este peque?o pa¨ªs de poco m¨¢s de 300.000 habitantes. De su inteligencia depende que logre evitar un destino como el de su t¨ªo y antecesor en el cargo, Francisco Mac¨ªas, al que ¨¦l mismo derrib¨® y que termin¨® sus d¨ªas ante un pelot¨®n de ejecuci¨®n.
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