La maldici¨®n de goleador
Parece que Iv¨¢n Zamorano ha visto a Dios al final del t¨²nel de vestuarios. Est¨¢ disfrutando de un estado de gracia que le permite pisar la hierba como un ant¨ªlope y embestir a los centrales como un toro. Hay sin embargo, una situaci¨®n peculiar en la que sus mejores cualidades se manifiestan con un esplendor casi sobrenatural: en caso de alarma a¨¦rea se transforma y consigue evitar que la gravedad imponga sus l¨ªmites; es entonces cuando se concentra, vibra, se hincha y consigue levitar sobre el ¨¢rea como un m¨ªstico.Su aventura es digna de an¨¢lisis porque personifica exactamente la fortuna variable del delantero centro. Hace un a?o se consideraba el hombre m¨¢s desdichado del mundo, y ahora est¨¢ dispuesto a batir el r¨¦cord del a?orado Romario. Sin que nadie sepa por qu¨¦, su destino cambi¨® de pronto a principios de temporada, as¨ª que cada d¨ªa, vuelve a casa haci¨¦ndose dos preguntas: c¨®mo es posible que la pelota llegue y c¨®mo es posible que obedezca. La sensaci¨®n de impronta m¨¢gica que suele acompa?ar a los delanteros centro le har¨¢ temer que tanta felicidad sea s¨®lo una maquinaci¨®n de la providencia. Quiz¨¢ est¨¦ sujeta a la implacable ley de las compensaciones. ?C¨®mo se explica, si no, su eclipse del a?o pasado? ?Es que no deseaba el gol con la misma pasi¨®n chilena que ahora?
La historia de Iv¨¢n no es nueva en la mitolog¨ªa del f¨²tbol. Como todos los grandes arietes cl¨¢sicos, esos seres propensos al grito y a la taquicardia, y como todos los grandes jugadores de ruleta, esos seres colgados de una bola, est¨¢ permanente mente atrapado en los c¨ªrculos del azar. Su fortuna personal es intangible y se llama suerte; prisionero de la conocida simetr¨ªa del tah¨²r, vive entre dos preocupaciones: o sue?a con una buena racha o teme que la racha termine. Tiene finalmente las contradictorias propiedades del vi drio. Su fragilidad es s¨®lo compara ble a su dureza. En tan delicada situaci¨®n, a Iv¨¢n no le est¨¢ permitido detenerse en un gesto de des¨¢nimo. Si un bal¨®n va al poste despu¨¦s de una carambola inexplicable, debe limpiarse la espuma de la boca y regresar sin demora a la espalda del defensa central. Algunos confundir¨¢n esta disciplina con la fuerza de la costumbre, pero su obligado gesto de profesional no ser¨¢ un acto de fe, sino un obligatorio ejercicio de indiferencia.
Seguir¨¢ el bal¨®n con la mirada, se alisar¨¢ la camiseta, iniciar¨¢ la maniobra de retorno y volver¨¢ a decirse, imp¨¢vido, "Otra vez ser¨¢".
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