Un exquisito de la am¨¢rgura
Despu¨¦s de pronunciar cualquier certera enormidad contra el universo, Cioran entrecerraba los ojos, vivaces y lanzaba una carcajada breve, af¨¦nica y triunfal. A la vez celebraba as¨ª la diana y le quitaba importancia a su sentencia. Digamos lo que digamos, todo va a seguir igual. Nadie fue menos l¨²gubre, nadie se rode¨® de menos prosopopeya, nadie formul¨® diagn¨®sticos m¨¢s aterradores con un aire menos intimidatorio. ?Podemos imaginar amable al ¨¢ngel, exterminador? Cioran lo era y, tal como cuentan, los te¨®logos de los otros ¨¢ngeles, su individualidad agot¨® la especie a la que pertenec¨ªa. No se le puede encasillar en ning¨²n movimiento literario o filos¨®fico, en ninguna escuela ni en ninguna moda. Es imposible imaginarle hablando de la "deconstrucci¨®n", el "neobarroco", la ''posmodernidad" o el "retorno del sujeto". S¨®lo le preocupaban los temas que podemos compartir con Montaigne o con Buda.?Por qu¨¦ escrib¨ªa? Quiz¨¢ por ansia de componer "un libro ligero e irrespirable, que llegase al l¨ªmite de todo y no se dirigiera a nadie". Insisti¨® una'y otra, vez en las mismas cuestiones, hurgando de mil maneras en la estremecedora fragilidad de lo que somos y en el inabarcable delirio de lo que apetecernos, rezongando ir¨®nicamente contra su propio empeno pero sin cansarse nunca de ¨¦l ni aburrirnos con ¨¦l. Hay que ser un estilista del mayor calibre para lograr tal proeza "pues no hay progreso en la idea de la vanidad de todo, ni desenlace; y, por m¨¢s lejos que nos arriesguemos en tal meditaci¨®n, nuestro conocimiento no crece en modo alguno: es en su momento presente tan rico y taw nulo como lo era en un principio. Es un alto en lo incurable, una lepra del esp¨ªritu, una revelaci¨®n por el estupor". Por su dominio de la abreviatura fulgurante en'la cual se condensa, no ya un tratado -que es poca cosa-, sino toda una rama del saber que nadie ha explorado, s¨¢lo puede compararse en nuestro siglo con.El¨ªas Canetti.
Insustituible
Cioran es un escritor literalmente insustituible: cuando uno se aficiona a su tono, no consiente reemplazarlo por ning¨²n paliativo. As¨ª logr¨® la estima de adictos no desde?ables (Octavio Paz, Susan Sontag, Paul Celan, Cl¨¦ment Rosset ... ) y tambi¨¦n la reprobaci¨®n, de otros (Eduardo. Subirats, Luis Racionero, Javier S¨¢daba ... ): la lista de sus c¨®mplices y la de sus adversarios le honran por igual. ?Tiene su obra alguna moraleja? Evidentemente ninguna y, por tanto, puedo proponer dos. La primera pertenece al campo ontol¨®gico: "Hemos perdido naciendo tanto como perderemos muriendo. Todo". La segunda es de orden pr¨¢ctico: "Somos y seremos e sclavos mientras no estemos curados de la man¨ªa de esperar".
Fuimos amigos durante m¨¢s de veinticinco, a?os. Nunca he conocido a un maestro menos solemne a un compa?ero mas acogedor y m¨¢s ameno. Fue la ¨²nica persona de alto rango in telectual totalmente carente de pedanter¨ªa con la que he trata do. Su forma de vida era tan poco ostentosa que ni siquiera, hac¨ªa ostentaci¨®n de su faltade ostentaci¨®n. Y es que no hab¨ªa renunciado a nada: simplemen te sab¨ªa lo que importaba y daba de lado el resto sin alharacas. Viv¨ªa a su modo pero jam¨¢s hac¨ªa reproches a la forma de vivir de los dem¨¢s, al contrario, celebraba sinceramente que, un escritor al que apreciaba recibiera el premio que ¨¦l hab¨ªa rechazado discretamente la semana anterior. Ten¨ªa una generosidad casi risible con todo, con su tiempo, con su hospitafidad, wn ropas o comida o libros de segunda mano, con sus consejos, sorprendentemente atinados y llenos de sentido com¨²n, Por lo que yo s¨¦ no carec¨ªa de ninguno de los tics de la santidad, aunque para ser santo le faltaba la tara de la fe y le sobraba humor. Mantuvo inalterada su agilidad mental y f¨ªsica hasta un par de a?os antes de morir, cuando le demoli¨® bruscamente el mal de Alzheiiner: "?Haber proferido m¨¢s blasfemias que todos los demon¨ªos juntos y verse maltratado por los ¨®rganos, por los caprichos de un cuerpo, de un esconibro!".
Alguna de aquellas noches de s¨¢bado a comienzos de. octubre, cuando cada a?o sol¨ªa ir a verle, tras la deliciosa velada con la incomparable Simone, y con ¨¦l, Cioran me escoltaba hasta el metro de la plaza del Ode¨®n. Se inquietaba por mi seguridad en la jungla urbana: "Mire que aqu¨ª el metro es, muy peligroso, no estamos eri Espafia, ?de veras no quiere que le acompa?e?" As¨ª le recuerdo ahora, su figurilla ?r¨¢gil envuelta en un abrigo gastado y cubi¨¦rto con su gorro de piel de esp¨ªa moscovita despidi¨¦ndose de m¨ª con una sonrisa preocupada mientras yo empezaba a descender las ¨¦scaleras del metro. No, Emil, amigo m¨ªo, no p uedes acompa?arme ni yo puedo acompa?arte ahora: a ,las tinieblas inferiores cada cual tiene que bajar solo.
Babelia
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