El buen pastor vasco
Dir¨ªase que monse?or Seti¨¦n milita, en ese todav¨ªa amplio grupo de exquisitos que pretenden ocupar en Euskal Herria el imposible espacio de la neutralidad, como si la batalla no fuera propiamente con ellos o a ambos contendientes les amparase igual derecho. En medio de la sangre, se jactan de ser los aut¨¦nticos entendidos en una cuesti¨®n que los simplismos procedentes de Madrid no aciertan a comprender. As¨ª que se presentan como pacificadores, cuando de hecho contribuyen a mantener y exacerbar esa realidad que dicen limitarse a descubrir. Estos hombres sutiles se sirven de categor¨ªas tan groseras que, por m¨¢s que busquen esa zona de sombra que les sustraiga al menor indicio de parcialidad, no consiguen ocultar su beligerante nacionalismo vasco. En suma, estos ¨¢rbitros son una de las partes enfrentadas; ellos son un aspecto -y no el menos inquietante- del problema.Dice monse?or (El Pa¨ªs Semanal, 11 de junio) que "el pueblo vasco tiene una identidad que es necesario defender y reconocer y, de que esto es as¨ª, habr¨¢ que sacar unas consecuencias". Pero, a fin de no sacar consecuencias err¨®neas (y tr¨¢gicas), ?no habr¨ªa que examinar antes unas premisas tan endebles? Digamos entonces que, mientras el pueblo vasco lleva esa existencia vagarosa propia de una noci¨®n rom¨¢ntica, la que vive y sufre cada d¨ªa es la mucho m¨¢s palpable sociedad vasca. Que aquel pueblo invisible podr¨¢ ser un sujeto ¨¦tnico, pero que s¨®lo esa sociedad es el verdadero sujeto pol¨ªtico colectivo. Que si ese pueblo vasco posee una identidad m¨¢s o menos definida, gracias a ser imaginaria, la sociedad vasca real carece de contornos tan precisos justamente porque agrupa identidades, proyectos y formas de vida bien diversos. Y, sobre todo, que lo primero que cuenta -por encima, desde luego, de su sociedad- son los individuos que la pueblan; unas personas, en su mayor¨ªa, cuyos derechos hoy mismo no se reconocen ni defienden precisamente por parte de quienes proclaman defender y reconocer los de aquel pueblo.
Pues todo el discurso queda trucado de ra¨ªz mientras se siga prestando una fe ciega a ese pueblo m¨ªstico. La coartada est¨¢ servida, el cisco est¨¢ literalmente armado y la doctrina se enquista en una tautolog¨ªa de nunca acabar. Mas para el obispo Seti¨¦n y tantos otros, una vez asentado sin m¨¢s pre¨¢mbulos el dato incontestable del pueblo vasco, el problema brota por s¨ª solo. "Existe un problema vasco, y mientras no haya, digamos, una percepci¨®n por parte de este pueblo de que las aspiraciones que tiene se ven realizadas, desde esta perspectiva de reconocimiento pleno de sus derechos, el problema seguir¨¢ vivo". De aqu¨ª a explicar, y objetivamente a justificar, el terror no hay m¨¢s que una l¨ªnea de peri¨®dico: pues es tal percepci¨®n, se a?ade, la que "est¨¢ en la base de la violencia"... Si un pueblo puede acaso tener derechos como no sean los de sus habitantes, si estos habitantes pueden ejercer libremente esos derechos someti¨¦ndose a la omn¨ªmoda voluntad de un pueblo preexistente..., son cuestiones que no turban la calma episcopal de nuestro. monse?or.
Y es que las cosas resultan demasiado f¨¢ciles -y tr¨¢gicas- en cuanto hacemos de la comunidad natural el sujeto ¨²nico o, al menos, un sujeto privilegiado sobre cualquier otro. Mejor o peor elegidos, la sociedad pol¨ªtica tiene unos portavoces que la representan y a los que puede pedir cuentas. ?Qu¨¦ pueblo, en cambio, ha designado a sus int¨¦rpretes autorizados y c¨®mo les exigir¨¢ responsabilidades? Las aspiraciones de los individuos son verificables, enunciables, debatibles. ?Qui¨¦n ser¨¢ capaz de medir y expresar las necesidades de esa otra entidad abstracta a fin de ponerlas a p¨²blica discusi¨®n? Frente a su sociedad concreta, el pueblo es un monstruo insaciable al que hay que cebar mediante toda suerte de sacrificios, incluidos los humanos.Pero aqu¨ª, por fortuna, no existe ein VoIk ni mucho menos suspiramos por ein F¨¹hrer. Pues resulta que en la mestiza sociedad vasca actual no s¨®lo habita el pueblo vasco (o sea, los creyentes en ¨¦l), sino tambi¨¦n los que no se sienten part¨ªcipes de tal comunidad popular y quienes creen definirse mejor por otros rasgos que por los parciales y obligatorios de su tierra. No es peque?a la contradicci¨®n de ese que reclama airado hacia fuera el reconocimiento de la diferencia de su pueblo, mientras dentro aplasta la expresi¨®n de toda diferencia. La sociedad vasca la forman j¨®venes y viejos, naturales e inmigrantes, obreros y empresarios, ilustrados e ignorantes, fieles y descre¨ªdos, liberales y socialistas, los que hablan el euskera y esa mayor¨ªa que se comunica tan s¨®lo en castellano. Es, pues, un conjunto mucho m¨¢s amplio y rico que ese un¨ªvoco paisaje al que algunos quieren reducirlo. No es de extra?ar que a la mayor¨ªa de los vascos nos asalten otros muchos problemas pol¨ªticos ajenos al problema vasco, unos problemas que no deben ser postergados a ¨¦l, ni subsumidos en ¨¦l ni filtrados forzosamente por ¨¦l. Pues, tal problema, por cierto, no consiste en que hay un pueblo que reclama sus plenos derechos frente a un Estado. Consiste m¨¢s bien en que esta sociedad no se doblega ante las pretensiones de ese pueblo ni se deja amoldar al lecho de Procusto en el que la fuerzan a tenderse sus fan¨¢ticos.
De nada sirve, por tanto, el cansino subterfugio de distinguir entre medios y fines para, condenando los medios, legitimar los fines. "Una cosa es lo que pretende ETA y otra cosa distinta c¨®mo lo pretende ETA". Mire, monse?or, que ya es hora de desterrar uno de los t¨®picos que m¨¢s arrasa la conciencia moral y pol¨ªtica de la gente del pa¨ªs. Los fines de ETA son tan reprobables como sus medios. En realidad, estos medios son ileg¨ªtimos precisamente porque aquellos fines -en suma, la prevalencia de un pueblo sobre su sociedad- son tambi¨¦n ileg¨ªtimos. No es que tal medio venga a pervertir el En, sino que es m¨¢s bien se?al de la perversi¨®n misma de ese objetivo, el signo de un fin indebido. Y para probarlo, por si argumentos faltaran, bastar¨ªa examinar la catadura moral y la simpleza intelectual de quienes invocan a la vez esos fines y esos medios.
La democracia no rechaza s¨®lo el empleo de la violencia en los conflictos civiles. Le repugna no menos un conflicto civil que, m¨¢s all¨¢ de su nacimiento hist¨®rico, se alimenta hoy de la infundada creencia en un pueblo y de la prepotente voluntad minoritaria de imponer a toda una sociedad su presunto destino. Llegado el caso, la raz¨®n pr¨¢ctica acepta el recurso de la violencia como el ¨²ltimo instrumento para alcanzar una meta justa. Entre nosotros, empero, la violencia es el primer y ¨²nico recurso para lograr un objetivo que, por ser injusto (es decir, aqu¨ª, no compartido por la mayor¨ªa), no puede alcanzarse de otra manera. Tan ajeno resulta el fin, que s¨®lo puede lograrse por medios traum¨¢ticos; tan artificial el conflicto, que requiere el medio m¨¢s brutal a fin de mantenerlo y resolverlo. Es la oposici¨®n de buena parte de los ciudadanos vascos, y no la feroz resistencia de un Estado omnipotente, la que conduce a los violentos a su l¨®gica desesperada.
Bien sabemos que "existen otros grupos pol¨ªticos que tienen posturas pr¨®ximas [a ETA] en cuanto al qu¨¦", es decir, en cuanto a sus fines. Es el caso, en efecto, de los llamados nacionalistas democr¨¢ticos o moderados. Pero fijese su eminencia en que, no por renunciar a una estrategia violenta, estos otros grupos hacen por ello m¨¢s leg¨ªtimos sus fines. Sea como fuere, ¨¦se es el drama particular del nacionalista moderado: que vive en la tensi¨®n de pertenecer a la vez a un pueblo, cuya gloria comparte s¨®lo con sus correligionarios, y a una sociedad civil, en la que todos son sus conciudadanos. Demos un paso al frente y la tragedia del nacionalista radical surge porque, al vivir ¨²nicamente en el m¨ªtico reino de su pueblo, ni ha de tomar en cuenta la voluntad de sus conciudadanos ni ha de someterse a los procedimientos civiles. S¨®lo le cabe vociferar, amenazar, golpear o matar.
A monse?or Seti¨¦n le obsesiona tanto la paz que est¨¢ dispuesto a lograrla incluso al precio de renunciar a toda racionalidad.Porque "no es cuesti¨®n de hacer una discusi¨®n estrictamente te¨®rica sobre qui¨¦n tiene raz¨®n ( ... ). No vamos a dar la raz¨®n a unos porque saben m¨¢s que otros". Y es de agradecer que monse?or, un experto en materias esot¨¦ricas, confiese francamente la ¨ªndole irracional del llamado problema vasco. ?No convendr¨ªa por ello mismo, puesto que de seres racionales se trata, intentar racionalizarlo? La autoridad eclesi¨¢stica propone lo contrario. De modo que, a fin de no dar ventaja a quienes podr¨ªan mostrar la superioridad de sus argumentos, la cautela aconseja abandonar el espacio del di¨¢logo... y dar as¨ª ventaja a los al¨¢licos. Y con ello nuestro obispo viene a alentar de nuevo a tantos nacionalistas que hace ya tiempo ni se molestan -porque en este terreno saben su batalla perdida- en acudir a ning¨²n debate de ideas.
Entonemos, pues, alborozados y a coro el Vasco, vasco, vasco es monse?or. Lo mismo que las convicciones religiosas de sus feligreses no deben exponerse a las preguntas de la teor¨ªa, no sea que flaqueen y se marchiten, as¨ª tampoco las encendidas emociones de los abertzales habr¨¢n de responder ante el tribunal de la raz¨®n. Por lo visto, todo es cuesti¨®n de sentimientos o intereses y los sentimientos e intereses son igualmente respetables, tanto los que fomentan una tranquila convivencia como los que inducen al asesinato. Ciudadanos racionales y ciudadanos viscerales, no importa que unos tengan m¨¢s raz¨®n (al menos, m¨¢s razones) que otros. Pero el caso es que, si no nos enfrentamos a trav¨¦s de argumentos, ?por qu¨¦ otros medios y bajo qu¨¦ otro ¨¢rbitro com¨²n e imparcial pondremos t¨¦rmino al enfrentamiento?
Dice el Evangelio que el buen pastor se alegra m¨¢s por la vuelta al redil de la oveja descarriada entre cien que por la permanencia de las otras noventa y nueve. En su reciente versi¨®n vasca, la par¨¢bola cuenta que esa oveja, lejos de haberse perdido, arremete cada d¨ªa a dentelladas contra el resto de la grey. As¨ª las cosas, el buen pastor vasco se apena sin duda del quebranto sufrido por las dem¨¢s. Pero, como si ella sola encarnara los valores convenientes a todo el reba?o, acaba al fin consintiendo los b¨¢rbaros desmanes de la oveja agresiva.
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