La met¨¢fora del extranjero
BERNAB? L?PEZ GARC?A y CARLOS CELAYA
Fue hace 10 a?os, el 1 de julio, cuando Espa?a se dot¨®, por primera vez en m¨¢s de un siglo, de una Ley de Extranjer¨ªa. Las d¨¦cadas, por alguna raz¨®n lit¨²rgica, suelen ser buenos momentos para hacer balances, y es hora de hacerlos. Hace 10 a?os, en Espa?a hab¨ªa unos doscientos mil extranjeros, de los cuales tan s¨®lo un tercio eran inmigrantes econ¨®micos procedentes de pa¨ªses del Tercer Mundo. A¨²n no est¨¢bamos integrados en la Comunidad Europea, no se hab¨ªa refrendado nuestro ingreso en la OTAN, los casos de racismo eran resi4uales y la situaci¨®n econ¨®mica promet¨ªa felicidades a la gente. Y otro asunto importante: la pol¨ªtica todav¨ªa era un contrato entre representantes y representados. O casi.Duranie esta d¨¦cada hemos visto c¨®mo cambiaban esas circunstancias. El n¨²mero de inmigrantes se ha multiplicado, la construcci¨®n de la Uni¨®n Europea ha consolidado en Espa?a un lugar de estrat¨¦gica frontera, los s¨ªntomas de desprecio han aumentado, y algunos sectores sociales se sienten por completo al margen de un crecimiento econ¨®mico que saben real, pero que no les toca. Tambi¨¦n la crisis pol¨ªtica ha desmejorado el contrato entre pol¨ªticos y ciudadanos: vino la desesperanza, y no son pocos los que se sienten expropiados de las decisiones. As¨ª es m¨¢s o menos el territorio en el que residen hoy unos 500.000 extranjeros (el 1,2% de la poblaci¨®n total), algo m¨¢s de la mitad de origen extracomunitario. No son ni pueden ser ajenos a lo que pasa. Es m¨¢s: los inmigrantes, de alguna forma, son una met¨¢fora Personalizan el de lo que pasa. cambio. En ¨¦l se ven las transformaciones que no, suelen tener rostro: el mercado laboral es distinto y hostil; la econom¨ªa es incomprensible para, muchos; nuestra inseguridad es considerable; nuestra identidad cultural cede paso a identidades fragmentadas. La respuesta a los inmigrantes simboliza la incertidumbre. Lo que dicen los partidos pol¨ªticos, los Gobiernos, los energ¨²menos malditos del racismo, los pastores buenos del mestizaje, es tan incierto y deslavazado y tan deshilachado y tan r¨¢pido como el resto de, las cosas que decimos ante muchas otras circunstancias.
De todo esto cabe sacar dos conclusiones. La primera es que en estos 10 a?os en Espa?a se ha consolidado una pol¨ªtica inmigratoria m¨¢s bien proteccionista, en sinton¨ªa con el resto de pa¨ªses de la Uni¨®n Europea. Esa pol¨ªtica vive dos rupturas: de funcionalidad una, de legitimidad la otra. De funcionalidad, porque est¨¢ organizada para trabajadores ocasionales, invitados, cuando la realidad de los hechos pedir¨ªa que estuviese organizada para pobladores que se asientan. De legitimidad, porque, al igual que otros asuntos de calado, la pol¨ªtica de inmigraci¨®n es percibida por algunos grupos sociales m¨¢s desfavorecidos como algo que viene desde arriba, sin consultar, en lo que no tenemos mucho qu¨¦ decir.
La segunda conclusi¨®n es que en estos, 10 a?os, paralelamente al aumento de actos tildados de racistas (en unos casos con justeza y en otros casos sin ella) no se ha perfilado por arte de los antirracistas o de los partidos pol¨ªticos una respuesta m¨¢s contundente que un gen¨¦rico eslogan: No al racismo. Pero no todo lo es. ?Podr¨ªa ser lo mismo un skin-head o un l¨ªder de extrema derecha que cual qui¨¦ r ciudadano afectado por la crisis, disminuido en sus potencialidades econ¨®micas y pol¨ªticas, que descarga ira ante el paso de cualquier excusa?- Los antirracistas lo entienden en su planteamiento te¨®rico, pero no en su estrategia pol¨ªtica. Los antirracistas se concentran en el violento o el ide¨®logo. Es loa ble, pero no muy eficaz. Al violento le corresponde el C¨®digo Penal y la c¨¢rcel. Al ide¨®logo, la argumentaci¨®n y los votos. Pero el latido de desencanto que nutre a los expropiados del mercado o de la pol¨ªtica es otra cosa que no merece ser criminalizada y que requiere m¨¢s es fuerzo pol¨ªtico.
Hay una t¨¢rea ingente por hacer respecto a la inmigraci¨®n. Y no todo pasa por retocar la Ley de Extranjer¨ªa (eliminando las, discriminaciones que establece y ese tufo a siervo de la gleba en que convierte al extranjero, casi asignado a due?o y a ?esidencia), por enviar trenes multi¨¦tnicos, ni por financiar campa?as para ser todos iguales pero diferentes. En primer lugar: hay que repensar la pol¨ªtica de inmigraci¨®n. Y ello reconociendo lo hecho: un proceso de regularizaci¨®n en 1991 correcto y realista, una pol¨ªtica de cupos medida y adaptada a la realidad migratoria y laboral. Repensarla in Espa?a y en el resto de Europa. Podemos abrirnos o cerrarnos m¨¢s, es una opci¨®n. Aunque los flujos de personas procedentes de pa¨ªses extrac¨®munitarios ni son una maldici¨®n divina ni as¨ª deben ser percibidos. No es f¨¢cil cerrar las fronteras, pero sin duda podemos disponer de muchos medios para impedir los flujos incontrolados. cerr¨¢ndose al extranjero habremos solucionado nuestro problema? Por otro lado, si ante el inmigrante olvidamos nuestra forma de entender la libertad, ?qui¨¦n ser¨¢ el pr¨®ximo extranjero entre nosotros? Hay, adem¨¢s, que politizar el discurso.
La lista de justificaciones econ¨®micas, sociales ¨® demogr¨¢ficas es tan larga para aceptar como para rechazar la inmigraci¨®n. Pero la pol¨ªtica no s¨®lo son justificaciones: tambi¨¦n son argumentes para elegir. La extrema derecha esgrime una raz¨®n de peso para el rechazo: no quieren que -los extra?os a nuestra comunidad ganen peso en ella. Politizar el discurso es no tener miedo a dar otras razones de peso. ?Te nemos un argumento (no justificaciones econ¨®micas, demogr¨¢ficas o sociales, que las hay: Espa?a es el pa¨ªs con menor n¨²mero de hijos por mujer de Europa: 1,2 en 1991, y a este ritmo, entre otras cosas, nos faltar¨¢n cotizan tes para asegurar nuestras pensiones de ma?ana) los que pensamos que la inmigraci¨®n es positiva para esta comunidad? ?Somos capaces de explicarlo? Por ¨²ltimo, es necesario saber qui¨¦n debe pelear m¨¢s para hacer estas cosas. Es asunto de todos, pero el mundo de la izquierda es especialmente responsable? si no sabe entender, canalizar y explicar los cambios, ya no sirve entonces para mucho. Y en Espa?a la izquierda, ante la inmigraci¨®n, ha ca¨ªdo con demasiada frecuencia en el mesianismo m¨¢s inconsistente. Deber¨¢ pensar en ello: saber que hay que dedicar m¨¢s tiempo a los corazones inseguros y no tanto a los violentos: m¨¢s tiempo a entender los problemas de quienes se sienten expropia dos y menos a minimizar sus te mores. Pues son muchos (uno de cada tres espa?oles) los que tienen la visi¨®n err¨®nea de que en nuestro pa¨ªs hay igual o m¨¢s in migrantes que en Francia o Ale mania (teniendo Espa?a 10 veces menos), m¨¢s o menos el mismo porcentaje de los que piensan que son demasiados.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.