Almuerzo con Azor¨ªn
En la localidad alicantina de Altea ("?no es all¨ª donde vive Marisol?"), hay una cuidadosa editorial de libros (Aitana), un estupendo chiringuito playero (El Cranc), una tienda con piezas de cer¨¢mica muy bien seleccionadas y, para regocijo veraniego en la Platja de L'Olla, un c¨¦lebre castillo de fuegos artificiales. De todo eso se ocupan, al comp¨¢s de las estaciones, los esposos Barranqu¨ª. A ellos les debo, am¨¦n de la amistad, el hecho de tener entre las manos una nueva edici¨®n de las P¨¢ginas escogidas (1917), de Azor¨ªn, en volumen de Aitana prologado por Lozano Marco y con ep¨ªlogo-homenaje (inteligente, fino, generoso e ir¨®nico) de Mario Vargas Llosa.Abro el libro y, al azar, leo: "Estos hombres buenos y esc¨¦pticos son terriblemente sensuales; m¨ª t¨ªo hab¨ªa comprado por la ma?ana en la plaza los aprestos de la comida, escogi¨¦ndolos con cari?o, regateando el precio, sopes¨¢ndolos, remir¨¢ndolos, acarici¨¢ndolos. Y luego, su sensualidad consist¨ªa (adem¨¢s de o¨ªr la m¨²sica de Rossini) en devorar beatamente los garbanzos, la carne grasa, las patatas redonduelas y nuevas". En honor del sobrino, devoramos verduras de la huerta con anchoas, boquerones fritos, sepia guisada y finas lonchas de to?ineta. Mestre Josep, el cantar¨ªn autor de El libro del buen arroz, nos hubiera tratado de salvajes al ver que le pon¨ªamos entrada a un suculento plato de arroz negro, para acabar brindando con un cop¨®n de helado de turr¨®n.
Al lado, el mar; muy azul. Mas al punto se le a?ade al o¨ªdo, masticando despacio, lo propio del contagio indolente: casi en calma. Con el sol justo para contemplar de lleno la inmensidad, abanicada la mirada, mientras tanto, por una brisa suave. As¨ª, da tiempo para todo: para verlo y saberlo desde tan cerca. 0 para all¨ª sacarle punta, con todo el tiempo por delante, a la destartalada ambig¨¹edad de los fen¨®menos estivales: te descuidas, y pasas a no estar a lo que ten¨ªas que estar, que para eso estamos de vacaciones, y al instante resulta que, a fin de comenzar por lo ocioso, ya ninguno sabemos de qu¨¦ se habla, por m¨¢s que alguno escriba "abanicada la mirada", delante de Azor¨ªn, y ni eso mis mo le cause risa. Bueno, pero tambi¨¦n se habla del pedaleo macizo de Indur¨¢in, de la expulsi¨®n del terreno de juego del futbolista venezolano Tortolero (puro hermetismo ¨¦pico, camaradas, el de los admirados comentaristas deportivos); y se habla del oleaje sensual que se acaba de devorar a un grupo de ba?istas alemanes ("no est¨¢ muy lejos de aqu¨ª"), de la voz inocente de ?ngela Rodicio desde Sarajevo y, al comprobar que el vino Casta Diva se acaba, se puede hablar incluso del frenes¨ª que tuvo aquel d¨²o musical de Las Hermanas Ten con Ten. Con redoble y perd¨®n, da lo mismo lo que acaba dando lo mismo. Pues, por mucho o poco que aqu¨ª se diga, todo quisque ya vive en otra ¨¦poca: por navidades o as¨ª. Y, al lado, el mar; muy azul, y casi en calma.
"?Caramba!"
Entre las p¨¢ginas de Azor¨ªn, se desperezan viejecitos que exclaman "?caramba!" a cada dos por tres y que van siempre muy bien afeitados, sonidos de herrer¨ªa y de almirez, jugadores d¨¢ndose el tute en el casino local, balanceo de mecedoras, mozuelas de caras ovaladas y labios rojos, hidalgos que han de vender la mansi¨®n solariega, sordos portazos, paseantes bullangueros, gui?os p¨²dicos a Montaigne y siluetas predispuestas a reflejar en sus ce?os un dejo de fruncimiento, mientras la luz de la luna ba?aba las fachadas de las casas.
Higiene de comienzos de siglo, para que no olvidemos ad¨®nde vamos y de d¨®nde venimos. Con di¨¢logos de filos¨®fica sencillez. Por ejemplo, uno le pregunta al otro: "?Y por qu¨¦ no se aburre usted?". Y el otro le responde al uno: "?Toma! Porque yo paso el d¨ªa distra¨ªdo". Pulcritud de estampa antigua. B¨²squeda de una bondad no relacionada con ning¨²n fin que no sea el m¨¢s firme, el del principio: lo natural. Como natural parece que el meticuloso Azor¨ªn le se?ale al lector que tal palabra ha de ser pronunciada "enf¨¢ticamente" y tal otra con serenidad resignada. Eso era didactismo en vena. Eso era realidad aseada, al tiempo que cruj¨ªan los troncos en la chimenea, por Navidades o as¨ª, para iluminar la opacidad sin mancha de unas vidas ordenadas.
Al lado, el mar; muy azul, y casi en calma.
Babelia
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