Casi un Profesional
Aparte de Chuck Berry, pocos artistas del rock han puesto tanta inquina en destruir su reputaci¨®n como Bob Dylan Uno puede atribuir sus desastres cinematogr¨¢ficos a decisiones err¨®neas, puede arg¨¹ir que la pobreza sonora de muchos de sus discos corresponde a una voluntad de hacer audio verit¨¦, pero no hay manera de disculpar esos 20 a?os de actuaciones desastrosas, donde muchas veces masacra sus grandes canciones con total insensibilidad, respaldado por desconcertados m¨²sicos que no han podido ensayar y que no entienden ese suicidio art¨ªstico. Se ha especulado con un secreto deseo de vengarse de ese p¨²blico que tantas veces se resisti¨® a sus bandazos ideol¨®gicos o est¨¦ticos, pero su persistencia -lleva a?os embarcado en lo que ya se conoce como La gira interminable- supera todo grado conocido de sadismo. Al menos, con Berry se trata de pura taca?er¨ªa, de tocar con los acompa?antes disponibles; con Dylan, que cada a?o acumula millones de d¨®lares en concepto de derechos de autor, no se hallan explicaciones coherentes que no entren de lleno en el dominio de las patolog¨ªas.Sin embargo, a Dylan se le perdona todo y m¨¢s. Esta gira de 1995 se ha convertido en un curioso acontecimiento sociol¨®gico y emocional. Tiene Dylan en los medios brigadas de admiradores que tal vez ya no sigan la evoluci¨®n del rock, pero que defienden a muerte la honestidad de sus referentes culturales. Est¨¢n luego los que han o¨ªdo campanas y juntan a Dylan con Vietnam, los hippies y todos los clich¨¦s de los sesenta. Y una nueva oleada de adictos a los mitos que confunden el reconocimiento hist¨®rico con la adoraci¨®n de los errores, dado que Dylan es Dylan y nunca puede ser menos que genial.Crueldad
Bob Dylan
William. Temple (guitarra, voz), John Stigler (guitarra); Anthony Mart1n (bajo); Winston Augustus (bater¨ªa). La Riviera, Madrid, 19 de julio.
El ¨ªdolo ignora a tan respetables seguidores con la misma crueldad que trata a sus sufridos fans. Es tan indiferente a los cadetes de West Point como a los invitados a la inauguraci¨®n presidencial de Bill Clinton o a los madrile?os que han pagado 4.500 pesetas por el privilegio de o¨ªrle de cerca. Lo de ignorar a la prensa, prohibir c¨¢maras o negarse a saludar a sus fieles son s¨ªntomas de que en su antipat¨ªa no discrimina a nadie.
Pero ?un milagro! Bob Dylan se presenta esta noche con una banda que no insulta los o¨ªdos. Se trata de un cuarteto que, sigue los esquemas setenta?eros de banda de bar. Es decir, no tiene la densidad viscosa de los arreglos originales, pero sabe construir un cl¨ªmax y crear una aceptable alfombra de decibelios para que no se pierda el impacto de la voz. La voz de Dylan es peor que la de cualquiera de sus imitadores, pero en esta ocasi¨®n parece sentirse centrado y seguir los textos con moderada emoci¨®n.
No olvida el segmento ac¨²stico, que comienza con Tangled up in blue y se cierra con Love minus zero / No limits.
Van cayendo las canciones, casi todas las que el com¨²n de los dylanianos desear¨ªa, con desigual fortuna. Por ejemplo, el din¨¢mico Tombstone blues surge sin chispa, como si los int¨¦rpretes hubieran engullido un valium.
Cuando lleva una hora y media pasadas, se retira. Sin embargo, el viejo gru?¨®n debe sentirse satisfecho. Reaparece con Like a Rolling Stone y es ins¨®lito comprobar que lo que era originalmente un elaborado insulto, la trituraci¨®n de la reputaci¨®n de alguien que se cruz¨® con Dylan, es actualmente un extra?o himno generacional, donde calvitos y melenudos parecen optar por el deseo de ser "un canto rodado, un completo desconocido". Pero de semejantes ambig¨¹edades est¨¢ hecha la atracci¨®n del rock. Todav¨ªa desaparecer¨¢ y volver¨¢ a salir un par de veces. Por esta noche, a pesar del calor antillano y del desagradable overbooking, Dylan ha cumplido con las esperanzas.
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