Huesos de brontosaurio
La m¨¢s grande de las bandas de rock and roll del planeta, dicen los creyentes. La m¨¢s ingeniosa estafa del planeta rock, responden los infieles. Cada cuatro a?os, los Stones sacan un disco y se echan a la carretera. Se montan un escenario posapocal¨ªptico donde se disimula un tele prompter que apunta hasta las presentaciones, no sea que Mick se quede en blanco. Y el circo se pone en marcha.Qu¨¦ emoci¨®n. La misma pregunta de siempre: ?Est¨¢n bien o est¨¢n mal los Rolling Stones? No es que importe realmente: en sus conciertos, la m¨²sica no constituye lo esencial. Al menos comparado con la emoci¨®n de comprobar d¨®nde qued¨® aquella fantas¨ªa de los sesenta que promet¨ªa que el rock te mantendr¨ªa eternamente joven (las maquilladoras har¨¢n el resto). M¨¢s el perverso placer de paladear las paradojas de la historia: los chicos malos, los que eran objetivo de las polic¨ªas de todo el mundo, son ahora respetables supervivientes que ven abrirse las puertas de los palacios presidenciales y pasan aduanas sin abrir maletas. Glorioso.
Inevitable el identificarse con semejantes pillos. Con ese Keith Richards al que la pose de bandido del rock empieza a petrificarse en carne arrugada y pelos gris¨¢ceos, ese Keith Richards que todav¨ªa insiste en venderse como cantante contra todas las evidencias. Imposible no sentir un ambiguo deleite al contemplar a Mick Jagger meneando el culo en su imitaci¨®n de la gallina mojada: sabemos que, ¨ªntimamente, Mick piensa que la suya tal vez no sea la forma m¨¢s digna de ganarse la vida, pero se traga su cinismo superior y accede una vez m¨¢s a escenificar la ceremonia que nos hace felices.
En su descargo, urge se?alar que ellos podr¨ªan funcionar en piloto autom¨¢tico -como ha ocurrido muchas veces a lo largo de los pasados 20 a?os- y nadie notar¨ªa la diferencia entre simulacro y pasi¨®n. Les pierde el prurito de demostrar qui¨¦n es qui¨¦n y se esfuerzan. Por ejemplo, su disco m¨¢s reciente, Voodoo lounge, resulta mucho m¨¢s convincente de lo habitual. En vez de trabajar al ritmo del caracol, se concentraron y resolvieron la papeleta en unas semanas, acicateados por Don Was, un productor que tambi¨¦n ejerce de fan. Esa reconciliaci¨®n con lo mejor de su historia les ha llevado a modificar su repertorio de directo, repescando esas canciones y esos sonidos de su primer decenio que antes ignoraban, en su af¨¢n de demostrarse contempor¨¢neos, "no vivimos del pasado".
Ellos, que hab¨ªan renunciado a esos discos turbulentos en favor de un sonido confortablemente adiposo y exento de audacias, han comprendido hacia d¨®nde sopla el viento y han desempolvado aquellas grabaciones a?ejas, buscando las esencias de los Stones cl¨¢sicos, lo que les hizo ¨²nicos y apasionantes.
Pero lo que les hizo grandes no fueron simplemente unos arreglos, una forma de grabar, una peculiar aproximaci¨®n a los modelos negros. Era la correspondencia entre la m¨²sica y lo que viv¨ªan, aquel torbellino de vicios, problemas, renuncios, fugas, putadas.
Esos paseos por el borde del precipicio son ahora el combustible de sus descendientes, de grupos como The Black Crowes o Primal Scream, que han le¨ªdo todos los libros y visto todas las pel¨ªculas sobre el chal¨¦ de Redlands, Brian Jones, Altamont, T¨¢nger, el retiro en la Costa Azul, Marianne Faithfull y Anita Pallenberg. Ahora, los Stones viajan en familia.
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