F¨²tbol
Compran y venden jugadores; los insultan o los adoran, de acuerdo con los tantos que encajan o seg¨²n los goles que marcan. Los aman porque son negros, o rubios, pero de pronto los insultan porque son negros. Se enamoran y se desenamoran a capricho, seg¨²n triunfen o no las pantorrillas. Ellos nunca se equivocan; en la tribuna, enarcan las cejas o muestran ese aire altanero y triunfal que tienen los que siempre parecen haber previsto los fallos o los aciertos de los otros. Pasa en la vida y pasa en el f¨²tbol. Los entrenadores les duran lo que les dura el ¨¦xito, y cuando el equipo empieza a fracasar se deshacen de sus fichas como quien descarta calderilla. Han trabajado sin otro control que el de su libre albedr¨ªo han formado una y casta de dinosaurios que se define por algunos de los elementos c¨¦lebres enquistados en las filas de ese multitudinario club de los directivos: Ruiz-Mateos, Jes¨²s Gil, Cuervas, Roig. Les r¨ªen las gracias, porque son carne de declaraci¨®n, y media Espa?a vive pendiente del "y t¨² m¨¢s" que, es cada domingo por la noche la capacidad de algunos de ellos para insultar a ¨¢rbitros, jugadores o entrenadores. A los que se equivocan. A veces hacen incursiones en la pol¨ªtica, y entonces se arrellanan en sus sillones fofos y pontifican contra esto y aquello como si fueran los primeros enterradores de lo que ellos mismos consideran un pa¨ªs putrefacto. Se han pasado la vida teniendo raz¨®n, culpando a todo Dios, como espa?oles de antes, con su puro y con su pasacorbatas. Ahora, por fin, han recibido el varapalo de la ley, y han huido despavoridos de la afici¨®n que nunca supo antes tan bien como ahora que los equipos tambi¨¦n descienden por culpa de sus directivos. Ya era hora de que los jugadores y los entrenadores vieran por fin c¨®mo pierden, y c¨®mo se equivocan, los que siempre les han mandado.
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