M¨¢scara Azteca y el Doctor Niebla (y 6)
(Despu¨¦s del golpe )
16. AncianitasA las siete menos cinco minutos de la tarde, las ancianas cierran la pasteler¨ªa y se transportan a la trastienda. Una larga mesa de caoba de casi quince metros cobija tres tel¨¦fonos grises conectados a una serie de aparatos de manera, bastante artesanal. El despacho no se hab¨ªa usado en varios a?os y bajo la tenue luz gris¨¢cea que entra por las ventanas sucias las mujeres se sientan y comienzan a trabajar. A veces se mueven sobre un esquema que el Doctor Niebla les provey¨®, otras simplemente improvisan.
-?Marta?, ?qu¨¦ crees?, lo que me acaban de contar. equivocada, se?ora, aqu¨ª... la esposa del ministro de Gobernaci¨®n le pone los cuernos con el jefe de los gobiernos... Qu¨¦ chinga.
-Se?ora, ?con qui¨¦n quiere hablar?
-La verdad es que era sabido, ese g¨¹ey es muy puto. Si le gustan las camisas rosas, de norecitas, nom¨¢s le falta andar con pompones de majoretes por la calle, aunque dicen. que en el patio de su casa...
-Pinche red telef¨®nica, las pinches ratas se andan comiendo los cables. Quiere uno hablar con su oficina y aparece cualquier pendejada.
-Bueno, pues eso es lo de menos, ?qu¨¦ crees que me contaron?
-?Qu¨¦? -pregunt¨® el ciudadano en el tel¨¦fono. Como sabiamente hab¨ªa dicho en su d¨ªa Oscar Wilde, lo ¨²nico que no se puede resistir es la tentaci¨®n. De todas las creaciones del Doctor Niebla, la m¨¢s sangrienta, ya ni la burla perdonaba, era la de Ias abuelas". Una terceta de viejitas, trotskistas de origen polaco, muy tamizadas por cincuenta a?os de exilio en M¨¦xico, que eran due?as de una pasteler¨ªa colonia Anzures .
Bajo la sutil diercci¨®n de Doc, las viejitas, llamadas en orden de edad y afiliaci¨®n ala IV internacional: Anja, katherina Mar¨ªa y Sonja , de las seis de la tarde a las once de la noche se trransmutaban en sangrientos fantasmas de la calumnia telef¨®nica .Apoyadas por un codificador apoyado en El paso, Texas que el doc le hab¨ªa regalado , y que imped¨ªa la deteccion de la llamada de rutendo al posible detector al la centrel telef¨®nica de Manila en Filipinas llamaban por tel¨¦fono ,por ejemplo al subjefe de la Polic¨ªa Municipal Judicial del DF...
17. Aerolitos
La operaci¨®n hab¨ªa sido complicada tom¨® tiempo. Primero introducir, unas horas antes de la impresi¨®n, un texto ajeno en el libro de texto gratuito de historia, aparentemente intrascendente que sustitu¨ªa un poema del poeta rom¨¢ntico ir Manuel Payno:
En la Parte inferior de un aerolito, f¨¦rreo mensaje de otros mundos, aparecen las huellas de la atm¨®sfera rota, pero tambi¨¦n la fecha de la muerte del tirano. Los incr¨¦dulos lo pueden constatar todos los d¨ªas, en la piedra lunar que hoy cobija el p¨®rtico del palacio de Miner¨ªa. Lamentablemente la comprobaci¨®n exige que se agachen.
Luego, la fase dos, porque evidentemente ninguno de los bur¨®cratas percibi¨® la sustituci¨®n y el libro se distribuv¨® entre losbres ni?os mexicanos normalmente; y desde luego los autores del libro no lo leyeron, y claro est¨¢, lo m¨¢s probable es que ni siquiera lo ley¨® el autor, y desde luego ninguno de los ni?os pobres y mucho menos sus maestros. En el laberinto del poder y de sus recientes campa?as de hispaniolizaci¨®n de la historia de M¨¦xi co (?por que este eterno amor de los bur¨®cratas estatalistas mexicanos por manipular la historia?), doscientos redactores, medio millar de censores le hab¨ªan metido la mano al texto, quitando aqu¨ª y all¨¢ distorsionando y sustituyencio, refraseando, ejecutando a Vicente Guerrero y magnificando a Iturbide, haciendo crecer a Cort¨¦s y volviendo a quemarle los pies a Cuauht¨¦moc, beatificando al virrey Velaseo y volviendo a fusilar a Hidalgo, cura engre¨ªdo y padre de varias decenas de hijos naturales.
De tal manera que el poema se infiltr¨® f¨¢cilmente. Luego s¨®lo se trataba de hacer correr el rumor.
-Pero ?c¨®mo?, ?no ha visto usted el poema de la p¨¢gina 167?
-?Y no se. ha dado usted cuenta de que est¨¢ firmado DN? DN: Doctor Niebla, g¨¹ey.
-No, hombre, si en la ¨¦poca de Payno, no llamaban as¨ª el Palacio de Miner¨ªa y adem¨¢s los aerolitos no estaban ah¨ª; si los aerolitos son de principios de siglo.
-?Ha visto el poema?, dicen que s¨ª, que la fecha de la muerte de nuestro actual presidente...
Decenas de mirones en las siguientes semanas, observ¨¢ndose con gestos de complicidad unos a otros, se acercaban a los aerolitos de hierro que se exhib¨ªan en el exterior del Palacio de Miner¨ªa, utilizado en los a?os anteriores a la dictadura como sede de la
Feria del Libro, y se inclinaban para buscar en el hierro la fecha, por dem¨¢s inexistente.
. ?sa era la clave, que la fecha no exist¨ªa, por lo tanto los polic¨ªas no pod¨ªan borrarla. Hasta para una dictadura resulta imposible eliminar lo inexistente. Sin embargo, cuando comenzaron a producirse colas ante los aerolitos, por m¨¢s que las autoridades hab¨ªan retirado el libro de texto de las escuelas, cre¨¢ndose as¨ª dos millones y medio de problemas con los ni?os y sus padres, los gobiernos decidieron retirar ese aerolito y por si las dudas tambi¨¦n los otros dos.
Con lo cual el rumor quedaba plenamente confirmado.
Los confinadores se divid¨ªan entre optimistas y pesimistas. Los optimistas dec¨ªan que el presidente morir¨ªa en diciembre, los pesimistas le daban dos a?os m¨¢s, pero le auguraban una enfermedad dolorosa y larga.
.18. Mon¨®logos con sabor de final
En invierno los amaneceres son tard¨ªos, el sol necesita r¨ªa al menos hora y media para empezar a brillar rompiendo el smog, fragmentando m¨ªnimamente la masa gris plomizo que inm¨®vil se mantiene sobre la ciudad m¨¢s grande del mundo; un rayo de luz rascuache entr¨® por la ventana del cuarto 314 del Hotel Ilusiones, en la colonia de los Doctores. A media cuadra, en la esquina de avenida Cuauht¨¦moc, un batall¨®n de granaderos se desplegaba en las aceras como una bandada de ping¨¹inos laboriosos; se ajustaban los chalecos antibalas y los oficiales repart¨ªan a uno de cada diez escopetas con balas explosivas. A una cuadra, tres polic¨ªas judiciales se santiguaron, luego uno de ellos murmur¨® algo en un tel¨¦fono celular.
Baj¨® el volumen dela grabadora en la que escuchaba Like a bird in a wire de Leonard Cohen para escuchar mejor a los polic¨ªas.
-Compadre, las cosas se est¨¢n poniendo de la chingada, menos mal que no se puede morir tantito, morir un poco, morir a medias; se muere o no s¨¦ muere -dijo ¨¦l Doctor Niebla en voz alta y calma aunque rasposa mirando al espejo y tratando de afeitarse. A su lado, apoyado en la jabonera, un walkie con la frecuencia de las radiopatrullas hab¨ªa recogido durante media hora de intercomunicaciones previas el dispositivo con el que se cercaba el hotel.
-Nada insuperable, Doc. De todas maneras, si nos lleva la chingada, eso ya estaba previsto -contest¨® M¨¢scara Azteca del otro lado del espejo estir¨¢ndose el ment¨®n para que la gillette pasara por la garganta..
Saroyan hab¨ªa dicho que millones de personas no quer¨ªan morir sin ver Nueva York, pero ellos, M¨¢scara Azteca, El Doctor Niebla, Jos¨¦ Daniel Fierro, ya la hab¨ªan visto varias veces y segu¨ªan sin querer morir.
Lo que es m¨¢s, nadie deber¨ªa morir viendo el DF envuelto en un cielo que se hab¨ªa vuelto azul brillante y surcado por nubes pachonas, bondadosas.
La sonrisa de uno, que era la sonrisa del otro, se duplic¨® en una doble imagen, cabrona, irreverente, luminosa. Era un sonrisa que surg¨ªa desafiante bajo el bigote.
-S¨®lo me molesta la idea de que si me matan a m¨ª, maten a los dos. Carajo, deber¨ªa haber previsto este triste final o al menos, ya deber¨ªa decidirme por ser alguno -dijo Jos¨¦ Daniel Fierro, dijo M¨¢scara Azteca, dijo el Doctor Niebla.
Luego, encendi¨® la mecha retardada que iba hacia el paquete de dinamita, abri¨® la pared falsa y se desliz¨® por ella sonriendo.
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