De juzgado de guardia

Una corrida de juzgado de guardia. Una estafa como la copa de un pino, un fraude con alevos¨ªa, una burla y un enga?o insoportables; una desverg¨¹enza que exigir¨ªa que alguien -el juzgado de guardia, por ejemplo- determinara responsabilidades por un atraco tan burdo a los espectadores.Los seis toros del Marqu¨¦s de Domecq no eran blandos ni mostraban invalidez; estaban enfermos, borrachos, drogados o apaleados. No era su comportamiento la consecuencia de la falta de fuerzas o de casta, sino inducido por causas extra?as. El primero salt¨® al ruedo y se ech¨® tres veces antes de entrar al caballo; el sobrero, del mismo hierro, rod¨® sin rubor por la arena. El segundo padec¨ªa, et¨ªlico, y tambi¨¦n fue devuelto; el segundo sobrero, m¨¢s sobrio, fue muy manso. Los cuatro restantes no se manten¨ªan en pie, quer¨ªan morirse all¨ª mismo y se despanzurraban como bultos inertes en la arena. Los cinco primeros no fueron picados, y la suerte de banderillas se convirti¨® en un bochornoso simulacro.

No hay derecho a semejante desverg¨¹enza. No es justo que estafen a esta afici¨®n con tan evidente descaro. Y el problema, claro, es que, finalizada la corrida, se acab¨® la rabia; muerto el toro, cada uno a su casa y hasta la pr¨®xima. Hasta la propia autoridad, desconsolada, mostraba su desconfianza ante el resultado de los an¨¢lisis de las v¨ªsceras de los toros lidiados y sus posteriores consecuencias.

Resulta dif¨ªcil entender c¨®mo una figura del toreo como Espartaco, que elige ganader¨ªa e impone condiciones, no es el primer interesado en averiguar qu¨¦ les pasaba a los toros, y prefiere perderse en el silencio y manchar su brillante historial con tan oscuro espect¨¢culo. Resulta lamentable comprobar c¨®mo todos -desde la autoridad hasta los toreros- son c¨®mplices de la estafa y permiten tama?o desafuero. ?D¨®nde est¨¢ el honor del ganadero Marqu¨¦s de Domecq? ?D¨®nde la dignidad del empresario? ?D¨®nde la de Rivera Ord¨®?ez?

Lo que ocurri¨® en el ruedo no resiste unas palabras a excepci¨®n de la labor de Manolo S¨¢nchez, muy decidido, aunque estuvo toda la tarde con la directa puesta, con una sorprendente celeridad que desdibuj¨® su animosa actuaci¨®n. Espartaco y Rivera Ord¨®?ez ejercieron de celadores de hospital para evitar que sus toros no se cayeran de la camilla. El veterano, muy desangelado; el joven, valiente, pero c¨®mplice, al final, del bochorno.