El cibercapitalismo americano
En 1980, William Gibson, un joven norteamericano, acu?¨® el t¨¦rmino ciberespacio. Era un escritor de ciencia-ficci¨®n que hablaba entonces de una milagrosa realidad m¨¢s all¨¢ de la pantalla. Una realidad sin propiedades tangibles pero de un in¨¦dito poder. No sab¨ªa mucho Gibson de los computers por experiencia propia. Escrib¨ªa sus libros a m¨¢quina y sus previsiones no constitu¨ªan tanto el centro de sus sue?os como una extremosidad al estilo del sue?o americano. Su ficci¨®n inclu¨ªa un universo donde se plasmar¨ªan los principios de la utop¨ªa de Am¨¦rica y que ha empezado a instalarse ya.No es preciso enfatizar el promiscuo bazar humano, cultural y mercantil que se expande m¨¢s all¨¢ de la frontera electr¨®nica para imaginar su impacto inmediato. En ese cosmos se encuentran accionando ya cerca de 50 millones de habitantes que van creciendo a raz¨®n de un 15% mensual, m¨¢s de 160 naciones, cientos de miles de empresas, actividades y emociones incontables que reproducen las peripecias pasionales y el comercio de los hombres a la velocidad de la luz. La palabra "ciber", seg¨²n un estudio del Instituto Nexis, se utiliz¨® en diarios, revistas y televisi¨®n 1.205 veces en enero de 1995. Un a?o antes se hab¨ªa mencionado 464 veces y s¨®lo 167 veces en 1993.
Actualmente, adem¨¢s de las miles de empresas que anuncian sus productos en la World Wide Wibe, un ¨¢rea visual del Intemet, hay m¨¢s de mil peri¨®dicos y revistas proyectados en la pantalla. Pero, adem¨¢s, quien no posee un E-mail o correo electr¨®nico en Estados Unidos empieza a dar que pensar. O es un retr¨®grado o no pertenece a la clase social que socialmente cuenta. No s¨®lo los millones de usuarios crecen aceleradamente en Estados Unidos, el resto del mundo registra la misma tendencia. Espa?a es de los pa¨ªses desarrollados con menos usuarios de Internet, pero su ascenso ha sido del 1.650% en un par de a?os. En Jap¨®n, en Nueva Zelanda, en varias partes de Europa, el incremento ronda el 1.000%. Una corriente migratoria hacia el nuevo continente cibern¨¦tico ha desbordado las previsiones de viaje hacia cualquier otra tierra prometida. La nueva tierra, sin embargo, no es un territorio neutral. Para unos es el comienzo de un nuevo mundo con la potencialidad de una comunicaci¨®n igualitaria, integradora, pacifista, mientras para otros ser¨¢ la causa de una simplificaci¨®n en las relaciones interpersonales, de nuevas hegemon¨ªas y marginaciones que ampliar¨¢n la desigualdad.
Entre ambas visiones hay una respuesta m¨¢s concreta. El ciberespacio est¨¢ dise?¨¢ndose sobre un patr¨®n t¨ªpicamente americano. La realidad que se anuncia con las autopistas de la informaci¨®n y el desarrollo de la telem¨¢tica se aviene como un dise?o a la medida de sus estilos y pensamientos. La preeminencia del hogar sobre la calle, de lo privado sobre lo p¨²blico, del individualismo utilitario sobre el afectivo, del conocimiento pragm¨¢tico sobre la especulaci¨®n, del negocio -sea laboral o recreativo- sobre todas las cosas.
En la utop¨ªa del ciberespacio se encuentra la sustancia primitiva de la utop¨ªa que dio origen a la fundaci¨®n de Estados Unidos. Esa tierra a la que se arriba es un paisaje de vastas oportunidades y fronteras como lo fue y es Am¨¦rica. En ese lugar, se dice, podr¨¢ edificarse una nueva colectividad democr¨¢tica, tolerante, igualitaria en la que el individuo y la difusi¨®n del poder ser¨¢n las categor¨ªas imperantes pero, a la vez, los derechos de propiedad y la deriva econ¨®mica acentuar¨¢n las consecuencias del mercado libre. El ciberespacio reproduce los caracteres de la Arcadia pol¨ªtica, pero su dial¨¦ctica tiende pronto a reproducir el proceso del modelo social mercantil, competitivo y desigual.
En teor¨ªa, dentro de la Net, todos pueden decir lo que se les antoje, de acuerdo con la ley, y agruparse en comunidades. Pero, a la vez, no todos logran hacerlo con la misma suerte. Si la historia de la sociedad norteamericana ha promovido m¨¢s la desigualdad que la igualdad, el ciberespacio camina hacia una configuraci¨®n paralela. Esta ¨¦poca antisocial, conservadora o de revoluci¨®n de las ¨¦lites se corresponde con un nuevo apartheid para aquellos que tienen poco acceso al mundo inform¨¢tico o no lo tienen en absoluto.
La participaci¨®n democr¨¢tica, el ¨¦xito social, la retribuci¨®n laboral se encuentran hoy directamente asociados al manejo de los ordenadores. La comunicaci¨®n importante, la informaci¨®n privilegiada, la oportunidad de la transacci¨®n o el intercambio, las ocasiones de prosperar se vinculan al uso de los computers y as¨ª ser¨¢ m¨¢s y m¨¢s en los a?os que vienen. Muchos disponen de ordenador, pero muchos otros no saben siquiera de qu¨¦ se habla cuando. oyen mencionar el "ciberespacio". Para empezar, hay siete millones de norteamericanos que no tienen tel¨¦fono. El abaratamiento de los aparatos, el desarrollo del mercado de segunda mano, ciertas facilidades institucionales en escuelas y centros p¨²blicos pueden contribuir a acrecentar el 32% de los hogares que hoy poseen un ordenador, pero no llegar¨¢n a redimir las carencias de otros millones. La telem¨¢tica se convierte, junto a sus clarines de progreso, en una nueva ocasi¨®n de segregaci¨®n.
Un c¨¢lculo realizado por la Redacci¨®n de la revista Wired en mayo de 1994 establec¨ªa que el modelo de usuario actual es un hombre en tomo a los 33 a?os y unos ingresos de unos 12 millones de pesetas anuales. Puede que el modelo se rebaje, pero ya una nueva ¨¦lite del mundo, tal como ha descrito Christopher Nash en su obra p¨®stuma The revolte of the elites, se ha establecido con redoblada fuerza. El juego del Monopoly arrasa en Norteam¨¦rica y ya el 1% de los americanos posee el 46% de la riqueza nacional.
El mundo occidental en bloque ha tomado una deriva de marginaci¨®n social y racial, reforzada desde el neoliberalismo norteamericano, que fractura la poblaci¨®n en dos especies. El rechazo de los emigrantes en territorios como Estados Unidos, el abandono de los pobres a su destino, la extensi¨®n en general de los principios darwinianos en los presupuestos legislativos encuentran un correlato en las barreras del cibermundo. Muchos millones de habitantes quedar¨¢n fuera de ese alveolo productivo que alardea de libertad.
Supuesto mundo libre, despu¨¦s de todo, porque si el Estado no est¨¢ muy presente todav¨ªa en las liberadas autopistas de la comunicaci¨®n, lo estar¨¢ inexorablemente cada vez m¨¢s. Los controles sobre el Internet ya han aparecido buscando legitimarse en nombre de la pureza de las costumbres o contra el crimen que circula en su interior. Contra las transgresiones, la Administraci¨®n democr¨¢tica de Clinton ha proyectado la instalaci¨®n del Clipper Chip en cada computer, un dispositivo que identifica al emisor de mensajes dentro de la red y lo mantiene al alcance de los servicios de inteligencia. El ciberespacio, como el espacio intemacional a secas, ser¨¢ cada vez m¨¢s controlado por el poder, y la idea de intimidad, como sucede en Estados Unidos, no dejar¨¢ de pertenecer a la fantas¨ªa. De hecho, no hay una sociedad m¨¢s seguida mediante v¨ªdeos, grabaciones sonoras y fichas electr¨®nicas que la sociedad norteamericana. Documentos en poder de la Administraci¨®n o en manos de chantajistas particulares.
De su parte, las grandes corporaciones imponen ya sus fuerzas en el cibermercado. En ese mundo, la competencia extrema es la ley absoluta y su universo reproduce la cruda escena del mercado callejero. Las grandes empresas de telecomunicaci¨®n que se han hecho cargo o dominar¨¢n las autopistas no tienden, adem¨¢s, a establecer sus redes indiscriminadamente. No las instalan en las zonas atrasadas, en los medios rurales o en los barrios bajos de las urbes. Aun teniendo un aparato en una zona subdesarrollada, no habr¨¢ posibilidad de conexi¨®n para ¨¦l. El mercado lo decide sin paliativos. Lo que se est¨¢ formando en el futuro social, en suma, no es, pues, un ciberespacio desprovisto de intenci¨®n, sino un territorio que prolonga el capitalismo americano.
El Net cumple, adem¨¢s, el simulacro en Estados Unidos del encuentro persona a persona en una sociedad donde rozarse en un supermercado o acariciar por la calle al ni?o de otro puede dar motivo respectivamente para disculparse o para ser sospechoso de desviaci¨®n sexual. El ciberespacio permite la comunicaci¨®n con alejados, pero no tanto para acercarlos sino para utilizarlos, y la complejidad del ser humano se disgrega en un contacto que reh¨²ye el compromiso cara a cara.
Un 30% de los norteamericanos viven solos y su n¨²mero no deja de crecer. Un 80% de los que usan el Internet van buscando contactos humanos de los que carecen en una vida donde la relaci¨®n es breve y simplificada.
El nuevo mundo del ciberespacio est¨¢ hecho a la medida de esa conducta. Los americanos resisten poco la intensidad de una convivencia y se divorcian o se mudan de residencia con facilidad; los americanos rechazan la profundidad de un pensamiento, la complejidad de la historia, el, intelectualismo. El pensamiento americano es simple, pragm¨¢tico, eficaz, busca resultados visibles: la clase de comunicaciones que la red ofrece de manera sint¨¦tica y veloz.
Nacer¨¢n otros elementos peculiares entre los nuevos medios, pero el trasvase del arquetipo americano se proyecta con nitidez sobre la ciber-red planetaria. No es indiferente que el 90% de la informaci¨®n que circula por la red es en ingl¨¦s y que el software de manejo, con Microsoft o Mosaic, sea absolutamente americano. Hasta ahora, Estados Unidos hab¨ªa colonizado el mundo por encantaciones musicales, por oleadas cinematogr¨¢ficas, por inversiones monetarias contabilizables, por su excepcional astucia vendedora. Lo que se desarrolla en la actualidad no es la filtraci¨®n del modelo americano gota a gota, sino la implantaci¨®n de una naturaleza en cascada. La llegada de una categor¨ªa planetaria a total.
Am¨¦rica fue ¨¦l continente para una experiencia de organizaci¨®n social en un territorio por estrenar. El c¨ªberespacio con su talante individualista, competitivo, exc¨¦ntrico, pragm¨¢tico, mercantil es la Ciberam¨¦rica. ?Bueno, malo, regular, indiferente? A cada uno, seg¨²n sus gustos, le queda juzgar lo que puede ser la definitiva conversi¨®n del planeta a aquella biblia. Nunca la doctrina de EE UU podr¨ªa haber so?ado con una evangelizaci¨®n del mundo m¨¢s decisiva. De haber conquistado alguna galaxia, los americanos habr¨ªan izado su bandera y desplegado sus valores. La galaxia Gutenberg estuvo en sus manos. Pero la audiovisual en la era de la telem¨¢tica es patrimonio suyo. El ciberespacio planetario es en esencia la nueva Am¨¦rica del a?o 2000. La ficci¨®n de Gibson hace pocos anos ser¨¢, en el siglo XXI, la realidad de una Ciberam¨¦rica.
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