Lo han conseguido
Cre¨ªan los tupi-guaran¨ªs que la "Tierra sin Mal" se hallaba hacia el oeste, y hacia el oeste part¨ªan hasta que, en medio de su ¨¦xodo, descubr¨ªan que el camino iba entretejiendo nuevas formas de comunidad con las que pod¨ªan conformarse, evitando as¨ª la extenuante b¨²squeda de una incierta utop¨ªa.Ya han llegado. Lo han conseguido. Ya no tiene sentido preguntarse qu¨¦ es lo que pretenden, qu¨¦ otra cosa pudiera satisfacerles. La aplicaci¨®n de una estrategia de contrapoder en una sociedad avanzada les fue alejando de cualquier posibilidad de alcanzar sus "objetivos estrat¨¦gicos"; pero mientras lo intentaban fueron descubriendo lo que en realidad es la gran conquista de la violencia en Euskadi: un "territorio liberado" que descansa sobre las garant¨ªas del sistema democr¨¢tico, al tiempo que lo niega. Una sociedad dentro de la sociedad. En ese "territorio" el mundo se lee en determinadas p¨¢ginas; la fiesta, el rito, la arrogancia encuentran su d¨®nde y cu¨¢ndo, y se vocean consignas que ensordecen. Sectarios o esquizoides, con gestos crispados o ademanes moderados, algunos salen de ese territorio propio para algunas facetas de su vida; -otros ni siquiera necesitan salir. ?Para qu¨¦ van a dialogar o negociar? Al fin y al cabo negociar supondr¨ªa -desbaratar el "territorio" conquistado a cambio de la reinserci¨®n de sus presos y exiliados, y de una tan improbable como comprometida "salida" pol¨ªtica. Con lo que hoy tienen son m¨¢s felices: se sienten m¨¢s aut¨¦nticos.
Ninguna de las formulaciones estrat¨¦gicas que se han dado en ETA ha contemplado su propia desaparici¨®n, ni siquiera como hip¨®tesis remota. La violencia termina adue?¨¢ndose de quienes la emplean o la secundan, imponiendo formas de organizaci¨®n y expresi¨®n que garanticen su perpetuaci¨®n. La voluntad de las personas queda anulada, y las estructuras de la violencia hacen pr¨¢cticamente imposible la renuncia colectiva y expresa a las armas. La disidencia siempre t¨ªmida es expulsada por la fuerza centr¨ªfuga de la espiral, y anulada cualquier posibilidad de que se convierta en alternativa. Llegados a este punto, toda aproximaci¨®n dialogante genera un doble efecto: por una parte, es saludada como se?al de victoria; por la otra, les incita a mantener la distancia, ese foso de separaci¨®n que garantiza su propia pervivencia. Habitan en la escalera: en cuanto te acercas a su pelda?o escalan un par de pelda?os m¨¢s.
Al pie de esa escalera, quienes consideran los ¨²ltimos acontecimientos como un infeliz episodio de coyuntura est¨¢n incurriendo en un error de bulto. Por inexorable que nos parezca el avance hacia la paz, la democracia es m¨¢s lenta de movimientos que la violencia, en especial cuando los dem¨®cratas nos mostramos torpones y c¨¢ndidos, u oportunistas y audaces. Marginada la violencia a lo largo de a?os de eficaz esfuerzo, justo en el momento en que entre los partidos democr¨¢ticos se esbozaba la idea de orientar, la tarea futura hacia la reconciliaci¨®n y la reinserci¨®n, la violencia ha roto el ritmo de los acontecimientos, ha conseguido quebrar la unidad de los dem¨®cratas. Durante los ¨²ltimos meses la violencia ha experimentado una grave mutaci¨®n; tan grave que ha conseguido descolocar las respuestas de los dem¨®cratas.
La violencia callejera no tiene una ra¨ªz difusa, sino que es la consecuencia de un temprano y sistem¨¢tico encuadramiento de j¨®venes; una respuesta a la necesidad de pertenencia m¨¢s adolescente. Que algunos dirigentes hayan optado por no presentarse a la reelecci¨®n para la Mesa Nacional de HB no es s¨®lo el reflejo de discrepancias, sino la demostraci¨®n de que en el MLNV se conoce a los elegidos siempre antes de las elecciones,. incluso antes de que se presenten las candidaturas. La reiterada disposici¨®n a hacer sufrir las consecuencias del "conflicto" a pol¨ªticois, el desparpajo con que ni siquiera ven necesario apelar a la teor¨ªa marx¨ªana de la plusval¨ªa para defender el secuestro de Aldaya, y la inusitada escalada verbal en la que sus portavoces parecen emular el estruendo armado no son meros datos de coyuntura, sino la constataci¨®n de que un,importante cambio -a peor- ha tenido lugar ante nuestros propios ojos, y todav¨ªa seguimos desconcertados.
Entre los partidos democr¨¢ticos vascos y en el seno de algunos de ellos, se ha desatado una pol¨¦mica en tomo al di¨¢logo que resulta tan est¨¦ril y confusa como imperdonable. Por saludable que sea la discrepancia, es muy dudoso que ¨¦sta lo sea para alguien. La mejor soluci¨®n siempre ser¨¢ la dialogada, pero no se sabe de nadie que haya conseguido dialogar con alguien que no deseara el di¨¢logo. Y el problema es que hoy, en Euskadi, una misma paltarbra refleja intenciones diametralmente opuestas. Hay quienes emplean el, t¨¦rmino di¨¢logo como argumento para perpetuar la violencia, y hay quienes dialogan con aquellos que comparten el deseo de paz. Como hay quienes propugnan una "paz con contenidos" sugiriendo un trueque que en s¨ª mismo legitima la violencia, y quienes desean, simple y llanamente, vivir en paz.
?Es l¨ªcito conformarse con vivir en paz? Un extra?o sentimiento de culpa recae no s¨®lo sobre el nacionalismo democr¨¢tico, sino sobre parte del socialismo vasco. Est¨¢ imponi¨¦ndose un demoledor principio: s¨®lo lo "pol¨ªticamente" ¨²til es ¨²til de verdad; s¨®lo lo "pol¨ªtico" es verdad. En su versi¨®n m¨¢s mezquina, el camino hacia la paz se presenta lleno de oportunidades que no se pueden desaprovechar. El eterno retomo: la violencia vuelve a ser presentada -incluso por firmantes del Acuerdo de AjuriaEnea-, como la demostraci¨®n m¨¢s palpable de la existencia de un "contencioso". Las pretendidas "soluciones pol¨ªticas" constituyen en realidad el programa pol¨ªtico que ETA y HB no terminan de redactar, porque de hecho no necesitan ning¨²n programa pol¨ªtico.
La capacidad de persuasi¨®n de la violencia es tan descomunal, y a la vez tan sutil, que podemos terminar sucumbiendo ante el complejo de sentimos intransigentes. Deben ser tan poderosas las razones que incitan a alguien a secuestrar o a matar que, en un generoso esfuerzo de comprensi¨®n, podemos terminar acept¨¢ndolas como propias. En nuestro particular ¨¦xodo interior, los vascos no hemos hallado todav¨ªa la "Tierra sin Mal", aunque una de nue9tras tribus se haya asentado ya al otro lado del abismo. Seguramente no la hallaremos nunca. La convivencia de un trecho recorrido en democracia posee la virtud de dar valor al presente, a lo que tenemos. Y lo que tenemos, todo lo que tenemos y merece la pena, est¨¢ a este lado del abismo. Dejemos de tender puentes hacia el otro lado, que sean ellos los que, en su caso, los tiendan. Porque, en definitiva, esos ser¨¢n los ¨²nicos puentes v¨¢lidos.
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