?Dimisi¨®n de don Ram¨®n?
La confusa noticia de la difusa retirada del profuso Ram¨®n Mendoza ha escindido a la afici¨®n en dos bandos afines: el de los esc¨¦pticos y el de los incr¨¦dulos. Los primeros dicen que su dimisi¨®n no sena un acto voluntario, sino una imposici¨®n financiera: el patr¨®n ya no tiene quien le avale. Los incr¨¦dulos van m¨¢s lejos; sostienen que don Ram¨®n no se concibe a s¨ª mismo como ex presidente, y que s¨®lo podr¨ªa ser desalojado del palco por una acci¨®n combinada, de los marines, los cosacos, los gurkas y la legi¨®n extranjera. Establecida una cabeza de puente en su despacho, un pelot¨®n de cobradores del frac le asaltar¨ªa cada vez que hiciese el gesto de llevarse la mano a la cartera;. entonces, un agente doble gritar¨ªa: ?fuego! y, aprovechando la confusi¨®n, una columna de cerrajeros cambiar¨ªa r¨¢pidamente las aldabas del club.Por si lo que dicen que dijeron que dijo se cumple, quiz¨¢ convenga improvisarle una despedida y proclamar que su mayor virtud, la osad¨ªa, ha sido tambi¨¦n la probable causa de su infortunio. Es justo reconocer que, al menos, siempre fue partidario de huir hacia delante; as¨ª, en vez de buscar la excusa de la austeridad para pedir a, la afici¨®n el sacrificio imposible del aburrimiento por falta de ¨ªdolos, decidi¨® no privarla de ninguno: hoy trajo a Schuster, ma?ana a Sabonis, despu¨¦s a Prosinecki, luego a Laudrup y Redondo; todo, menos aceptar un reparto de segundones.A pesar de ello, su mayor defecto no ha sido su prodigalidad, sino su tendencia al canibalismo: un impulso maligno le llevaba a engullir, uno por uno, a sus m¨¢s estrechos colaboradores. Este repetido acto de voracidad ha seguido siempre un mismo protocolo. Primero, los idealizaba sistem¨¢ticamente, ya fuesen financieros, ejecutivos, diplom¨¢ticos o entrenadores. Hasta el momento mismo de la firma de sus contratos, todos ellos eran la quintaesencia de la virtud. Dos meses m¨¢s tarde, el que le parec¨ªa guapo se convert¨ªa en un figur¨ªn, el que le hab¨ªa parecido alto resultaba ser un patoso, y aquel que era tan listo, terminaba siendo un embaucador. A continuaci¨®n, convenientemente desacreditados, hac¨ªa con ellos lo mismo que Saturno-con sus hijos: se los com¨ªa. Alguien -debi¨® decirle que ni siquiera ¨¦l mismo pod¨ªa equivocarse tanto.
Quiz¨¢ alguna voz amiga deba decirle ahora que, si sigue atornillado al sill¨®n, puede acabar como aquel corneta indobrit¨¢nico que encarn¨® Peter Sellers en la pel¨ªcula El guateque. Primero, disparar¨¢n contra ¨¦l los enemigos; luego, ante su cargante propensi¨®n a resucitar, acabar¨¢n fusil¨¢ndole los lanceros bengal¨ªes, los h¨²sares de Su Majestad, sus compa?eros de promoci¨®n, el productor, el guionista y, finalmente, una delegaci¨®n mundial de prestamistas hipotecarios.
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