Las tierras de Juan
"Juan Goytisolo es premiado por los gitanos" (de los peri¨®dicos).Conoc¨ª a Juan Goytisolo en el oto?o de 1960, cuando me llev¨® a su casa de Par¨ªs Heberto Padilla, entonces ca¨ªdo en la primera de sus desgracias pol¨ªticas, recurrentes como una fiebre tropical. Iba yo rumbo a Mosc¨² con la primera delegaci¨®n cubana que viajaba a la nueva Meca. Hab¨ªa llovido todos los d¨ªas anteriores con esa lluvia persistente. de septiembre en Par¨ªs, en que las hojas muertas se convierten en una "masa de detestable podredumbre", seg¨²n Poe. Pero ese d¨ªa sali¨® el sol, y recuerdo que fue la primera vez en mi vida que vi el cielo sobre los puentes de Par¨ªs como una belleza prometida. Esa tarde conoc¨ª a Juan Goytisolo, desde entonces Juan a secas.Juan ya era conocido en Cuba, y yo mismo hab¨ªa publicado en 1958, en la revista Carteles, un cuento suyo, tan' bien hecho que me sorprendi¨® encontrarme al joven maestro nada vanidoso. Al contrario, era tan acogedor como su apartamento. Ya Juan conoc¨ªa a Padilla de Par¨ªs, pero s¨®lo sab¨ªa de m¨ª por referencias: Lunes de Revoluci¨®n, que yo dirig¨ªa, y un libro de cuentos del que Padilla le hab¨ªa hablado. En esa ocasi¨®n le llevaba a Juan un ejemplar de ese mi primer libro, reci¨¦n publicado en La Habana.
Cuando regres¨¦ a Par¨ªs un mes m¨¢s tarde Juan ya hab¨ªa recomendado mi libro a la editorial Gallimard, donde lo public¨® Roger Caillois en su colecci¨®n La Croix du Sud, llamada a veces La Cruz del Gueto. Era donde iban a parar los libros de los escritores hispanoamericanos, y las tapas eran de un amarillo ominoso: no faltaba m¨¢s que la estrella de David. Pero Juan siempre consegu¨ªa que los libros en espa?ol que le interesaban fueran publicados. Aunque su poder era m¨¢s limitado de lo que muchos cre¨ªan, se gan¨® la enemiga de m¨¢s de un escritor no aceptado por Gallimard que quer¨ªa aparecer, como la rosa de Tejas, aun de color amarillo. Esta parte de la "buena vida" de Juan en Par¨ªs, seg¨²n sus enemigos en cierne (una imaginaria copa de champ¨¢n en el desayuno, los mejores vinos inventados para el almuerzo, champ¨¢n de nuevo para la cena: esta vez de una falsa Veuve Cliquot), la describ¨ªan los refus¨¦s sin sal¨®n como un exile dor¨¦, cuando todos los exilios, bien lo s¨¦, son de Dor¨¦, ilustrador de Dante.
George Orwell quer¨ªa, cuando conoc¨ªa a una persona extraordinaria (como un soldado republicano que vio una vez en Barcelona poco antes de ser herido), no volverla a ver. Era su manera de evitar que el enga?o se le hiciera desenga?o. Afortunadamente, yo hab¨ªa visto a Juan tres veces: dos veces en Par¨ªs y una vez m¨¢s en La Habana a fines de 1961. Lunes ya hab¨ªa desaparecido, el suplemento ahogado en las olas de esa frase oce¨¢nica: "Con la revoluci¨®n, todo. Contra la revoluci¨®n, nada". Hab¨ªamos formado parte del todo y ahora ¨¦ramos la nada. Yo estaba sin empleo (era un desempleado del socialismo, teor¨ªa que con un golpe de dedo no abolir¨¢ el desempleo) y pude acompa?ar a Juan en un paseo por el campo cubano. Era diciembre y llov¨ªa y el sol no apareci¨® en el viaje. Juan no pudo disfrutar del tr¨®pico. -pero disfrut¨® a los tropicales.-
Como siempre en Barcelona y en Par¨ªs visit¨® los barrios m¨¢s humildes de La Habana y, aunque era un invitado oficial, se las arregl¨® para conocer al pueblo cubano de cerca: otro tanto ha b¨ªa hecho Lorca 30 a?os antes. Pero aqu¨ª Juan sufri¨® un espejismo del sol del r¨¦gimen y crey¨® que la cara cubana que ve¨ªa no era el car¨¢cter cubano que emocion¨® a. Lorca hasta el delirio, sino el espejo de la vera efigie de Castro: si un simio miraba a la luna (del espejo) se reflejaba un falso ap¨®stol. La rumbosa "revoluci¨®n con pachanga" como la describi¨® Carlos Franqui. (Como se sabe, los grandes del exilio son muertos yertos para el r¨¦gimen). En su segundo viaje a Cuba Juan comprob¨®, s¨®lo seis a?os m¨¢s tarde, que era ya tarde para ese ma?ana imaginario. Padilla, despu¨¦s de todo, ten¨ªa raz¨®n: aun en el tr¨®pico el "socialismo es tristeza".
Ya en esta visita a Cuba yo hab¨ªa desaparecido en el exilio -o quer¨ªan convertirme en un desaparecido- Juan fue a un panel de la televisi¨®n para hablar de la literatura cubana. En la antesala, uno de esos comisarios de la cultura (que, cosa curiosa, vive ahora en el nuevo exilio: el para¨ªso de los quedados) le advirti¨® que no mencionara siquiera mi nombre. Juan prometi¨® que no lo har¨ªa y cumpli¨® su palabra: s¨®lo habl¨® de Tres tristes tigres varias veces. La cara del comisario fue el espejo de su ¨¢nimo.
Juan regres¨® a Par¨ªs desilusionado temprano de la Cuba castrista, pero al tiempo se hizo portador de muchas esperanzas, puestas ahora en sentido contrario. Escribi¨® en todas partes lo que hab¨ªa visto y o¨ªdo en Cuba, pero ha protegido a toda clase de disidentes: sociales, sexuales y a las v¨ªctimas de todo totalitarismo. Juan fue al verdadero sitio del sitio, Sarajevo. No donde tiraba el barman del Floridita sus deliciosos proyectiles derretidos (al amor del daiquiri), sino donde ca¨ªan obuses asesinos de mujeres y ni?os. Mientras tanto, en La Habana, los escritores cnistianos daban su auto de fe castrista, pero apenas se inquietaban por Bosnia potque all¨ª los muertos "afortunadamente viajaban en tercera" -que es siempre el vag¨®n de los musulmanes-. O m¨¢s cerca el Madrid de los gitanos que, como los "negritos de La Habana", son buenos para hacer m¨²sica, y para poco m¨¢s.
Todav¨ªa, casi treinta anos m¨¢s tarde, Juan ayuda a los escritores cubanos envi¨¢ndoles pluma y papel, y en casos m¨¢s lamentables hasta una camisa decente. Sus amigos de La Habana, los que viven, los que han sobrevivido al sectarismo, lo reconocen como un benefactor: lo s¨¦ porque he visto sus cartas. Pero Juan no quiere hacer p¨²blicas sus buenas obras, y tal vez tenga raz¨®n. Pero cuando se escriba su biograf¨ªa y se cuente su vida, habr¨¢ que hacer contar estas manifestaciones de su personalidad.
La obra, ya considerable, de Juan Goytisolo se divide en tres etapas. Un naturalista en Par¨ªs que culmina con la primera de sus obras maestras, La isla, una novella perfecta. Cuando el exilio voluntario se hace cr¨®nica de viajes, como Campos de N¨ªjar (que un curioso comisario africaniz¨® en La Habana como ?Cantos del Niger!) o como un recuento pol¨ªtico cubano en Pueblo en marcha. Cuando el exilio se vuelve destierro el autor deviene Juan sin tierra: es aqu¨ª qu¨¦ el narrador y el autor se confunden en la b¨²squeda de un refugio no s¨®lo de las letras, sino en las formas de vida. Juan encuentra su tierra, justamente, en el mundo musulm¨¢n en general y en particular en el Magreb, en Marruecos: Marraquech es el oasis de su. desierto particular y Makbara es su mejor momento, su monumento.
Juan Goytisolo es un escritor a¨²n m¨¢s interesante como explorador de las islas literarias. No es extra?o que uno de sus h¨¦roes sea un, ingl¨¦s condenado por su propia sociedad como un hereje por su af¨¢n ¨¢rabe. Me refiero a Richard Burton, un autor tan olvidado por la Inglaterra de Isabel la Segunda que para saber d¨¦ qui¨¦n se habla hay que decir, sir Richard Burton, sin confundirlo con el actor que usurpa su nombre: el primero es un escritor de prirnera fila; el otro, con m¨¢s estilo que estilo. Juan, con un pie en, tierra, recobr¨® al verdadero Burton con la misma cuidadosa exactitud que devolvi¨® a Espa?a de entre los muertos literarios a Blanco White, curioso nombre para un cura de sotana blanca en su sudario ingl¨¦s. Hay que apuntar que Blanco era biling¨¹e y Burton arabista pol¨ªglota. Juan habla varios idiomas con facilidad y felicidad sin que se le note.
El ensayo que Goytisolo dedic¨® a Burton es, en su brevedad, la mejor biograf¨ªa que he le¨ªdo sobre este ingl¨¦s que en tiempos imperialistas se atrevi¨® a ser un ser humano. Uno de mis orgullos literarios es que Juan me dedicara esta pieza de resistencia que marca el inici¨® feliz de una, relaci¨®n, estrecha entre el escritor espa?ol y la literatura inglesa m¨¢s oculta.
Pero me interesa a¨²n mas otro momento: cuando Goytisolo contamina y nuina con su humor la escritura. Juan el, como persona, de un humor muy particular, dado a adornar su conversaci¨®n diaria con una iron¨ªa capaz de comprenderlo todo, que todo lo tolera menos la estupidez humaripL y su m¨¢s baja forma, el racismo. Conozco pocos espa?oles -no, pocos hombres- con la capacidad de Ju¨¢n de trascender, desde siempre, el racismo. Para ¨¦l no hay blancos ni negros ni ¨¢rabes ni jud¨ªos: s¨®lo hay formas diversas del ser humano. A veces ni siquiera discernibles como grupos, tribus o naciones. (?C¨®mo distinguir a un bosnio musulm¨¢n de un bosnio cristiano? Solamente los define el racismo serbio). Los gitanos son un ejemplo, de su s¨®lida solidaridad, como lo demuestran ahora en su homenaje a Juan. Para Juan s¨®lo hay individuos y, cuando los trata, seres vivos. Por eso se opone a toda pol¨ªtica para la que el mejor enemigo es el enemigo muerto -o peor, torturado-. No he visto en los treinta y cinco a?os que conozco a Juan una muestra de mezquindad ni de envidia, literaria o no. Solamente su hostilidad siempre manifiesta hacia los imb¨¦ciles, los snobs y los oportunistas, en su forma de al tos literatos o chismosos de al dea. Juan, que por sus credenciales (sus se?as de identidad justamente) podr¨ªa darse golpes de pecho pol¨ªticos con el pe?¨®n de Cibraltar, ha seguido siendo ¨¦l. migmo tal. como su vida misma lo cambia. Marraquech y Par¨ªs son siempre sus derroteros, pero, no sus derrotas.
En su escritura s¨ª ha cambiado. Ahora a su sentido del rid¨ªculo lo ha convertido en, un sentido del humor cada vez m¨¢s agudo pero menos hiriente. Comenz¨® este humor, libre en Paisajes despu¨¦s de la batalla y culmina con su descacharrante biograf¨ªa de la Sagrada Familia, la madre de todos los marxistas contada corno si el miembro m¨¢s prominente de la familia Marx fuera Groucho. La saga de los Marx, desde su primera l¨ªnea ("Quarda, Carlo!") hasta la ¨²ltima (que pudiera haber sido "Goodbye, Charlie!"), es un alarde de humor pol¨ªtico m¨¢s all¨¢ de los pol¨ªticos que se dejan la barba.Dice Juan todo de Carlos, entre lo humano del. biografiado, y lo divino en que lo han, querido, convertir todos sus bi¨®grafos: Marx sin for¨²nculos. Es por eso que nuestro Juan sin tierra se encuentra, en un final, que no puede componer la cr¨®nica familiar del hombre convertido en un monolito solemne (no hay m¨¢s que ver su tumba en el cernenterio de Highgate en Londres, en que, la cabeza de Marx se convierte en ?otra escultura de la isla de Pascua!) porque se lo impide la risa que desmorona todo monumento. Y termina Juan diciendo al lector al dec¨ªrselo ¨¢ s¨ª mismo: "?Nunca escribir¨¢s La saga de los Marx!". Cuando. es eso exactamente lo que ha hecho: una saga que es una soga para ahorcar a los solemnes que corren a la zaga, de Marx. Juan Goytisolo no ha derrumbado el monumento (todav¨ªa est¨¢ ah¨ª, aunque no est¨¢ la URSS), pero ha hecho mella en el monolito. Eso se llama s¨¢tira menipea. M¨¦nipo, nacido esclavo, era. uno de los personajes favoritos de ese humorista capital que se llam¨® Karl Marx. Su fantasma recorre ahora el mundo para hacemos morir de risa sard¨®nica.
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