Revuelta antiliberal
FRANCIA SE halla en un aut¨¦ntico estado de excepci¨®n no declarado a causa de la respuesta espont¨¢nea, masiva e incontrolada del sector p¨²blico, y no s¨®lo de ¨¦ste contra los dr¨¢sticos planes de reformas del primer ministro, Alain Jupp¨¦. Dado que las leyes francesas no prev¨¦n servicios m¨ªnimos ni siquiera en el sector p¨²blico que atiende necesidades b¨¢sicas, el pa¨ªs vecino se ha visto arrastrado a una paralizaci¨®n general que afecta ya a todos los sectores de su econom¨ªa y abre una grav¨ªsima crisis pol¨ªtica a pocas semanas del nombramiento del segundo Gobierno de Jupp¨¦.Pero la revuelta francesa, que, seg¨²n los ¨²ltimos sondeos, es apoyada por el 63% de la poblaci¨®n, es mucho m¨¢s que un pulso a los recortes del gasto p¨²blico y a las rebajas introducidas en la Seguridad Social y el sistema de pensiones. En realidad, es la primera gran movilizaci¨®n popular contra. el proyecto de la Uni¨®n Europea y los acuerdos de Maastricht. Su relevancia trasciende con mucho las fronteras franceses. Por primera vez, lo que empez¨® en algunos peque?os pa¨ªses de la periferia europea como voto antieurope¨ªsta en referendos y protestas localizadas y sectoriales contra los objetivos econ¨®micos de la unificaci¨®n se convierte en una protesta masiva en el coraz¨®n mismo de la UE. En el pa¨ªs que, con Alemania, forma el n¨²cleo sin el cual la Europa unida proyectada hace cuatro a?os nunca podr¨¢ existir.
El Reino Unido puede descolgarse del proceso. Otros pa¨ªses -lamentablemente, tambi¨¦n Espa?a- pueden quedar descolgados por fuerza mayor econ¨®mica o social en el primer gran intento de la historia de unificar pol¨ªtica y econ¨®micamente un continente en el que las divisiones provocaron a lo largo de los siglos guerras terribles y matanzas sin igual. Pero sin Francia y Alemania juntas en el primer gran paso, ¨¦ste no se dar¨¢ nunca. Las cada vez mayores reservas de la poblaci¨®n alemana a la moneda ¨²nica fueron un primer aviso de que la resistencia a Maastricht se estaba extendiendo desde pa¨ªses perif¨¦ricos ricos al coraz¨®n mismo del proyecto.
Las huelgas que paralizan la vida francesa desde hace nueve d¨ªas tienen una causa fundamental, la misma que la referida oposici¨®n de los alemanes a sacrificar el marco, y es el miedo al futuro que desde aquel 10 de diciembre de 1991 en que se firm¨® el Tratado de Maastiricht se ha ido extendiendo por el continente tras los momentos euf¨®ricos de la ca¨ªda del muro y el hundimiento del comunismo.
La mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica francesa sabe que las reformas anunciadas son necesarias. Pero su imposici¨®n draconiana, motivada por la urgencia que establece el calendario de la convergencia europea, ha llevado a que afloren con fuerza las tendencias estatistas y antiliberales, que gozan de amplio predicamento en la sociedad francesa. El hiperproteccionismo social franc¨¦s no es ni financiable ya ni viable en un mundo de econom¨ªa global. Pero su desmantelamiento en dos a?os provoca los traumas que estos d¨ªas est¨¢n manifest¨¢ndose con toda crudeza en las calles de todo el pa¨ªs.
Es muy probable que Juppe haya cometido un grave error pol¨ªtico al presentar todas estas reformas que tanto afectan a los ciudadanos en un solo paquete y de forma simult¨¢nea. Ello ha hecho crecer la marea popular para que se olviden o ampl¨ªen los plazos fijados en una situaci¨®n muy distinta a la actual, aplazando sine die, si es preciso, los proyectos acordados en Maastricht. Pero las reformas imprescindibles durmieron durante los a?os de bonanza econ¨®mica en los cajones del poder en Par¨ªs porque nadie: quer¨ªa ser el primero en decir verdades que no gustan y aplicar pol¨ªticas que duelen. Y ahora, con el miedo a la recesi¨®n y la falta de fe en sus l¨ªderes y en el propio proyecto europeo, no queda tiempo para seguir ignor¨¢ndolas. El primer ministro, quiz¨¢s sin mucho tacto, pero con coraje, las ha puesto sobre la mesa. De que pueda implantarlas y no se vea obligado a volverlas, a archivar depende en gran parte el futuro de la Uni¨®n Europea. Porque se acumulan los indicios de que hipot¨¦ticos aplazamientos pueden acabar en la suspensi¨®n de este proyecto hist¨®rico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.