Dinamitero
La adicci¨®n al poder est¨¢ muy bien documentada desde los cl¨¢sicos griegos. El grado de aferramiento suele marcar la diferencia entre normalidad e insania. En Polonia hay un ejemplo.Como muchos otros vecinos suyos de la Europa ex sovi¨¦tica, los polacos decidieron en las urnas, en septiembre de 1993, dejarse gobernar por los antiguos comunistas, convertidos en socialdem¨®cratas por los signos de los tiempos. Tambi¨¦n mediante sus votos, eligieron, en noviembre pasado, un nuevo jefe del Estado, precisamente en sustituci¨®n de Lech Walesa. El antiguo campe¨®n del movimiento Solidaridad no ha digerido ni lo uno ni lo otro. Ni las urnas. Cruzado de un anticomunismo hormonal y adulado por una especie de corte de los milagros, a Walesa le sigue pareciendo que el t¨ªmido pu?ado de conversos que gobierna Polonia por mandato popular es una banda de sicarios del Kremlin, pero del Kremlin de antes. El mismo juicio le merece el presidente electo, Aleksander Kwasniewski, otro ex comunista pasado al mercado, que cometi¨® la torpeza de mentir sobre su grado acad¨¦mico y ante quien a pesar de todo perdi¨® las elecciones de noviembre. Walesa ha dicho que no asistir¨¢ ma?ana a la toma de posesi¨®n de su sucesor.
La progresiva concepci¨®n mesi¨¢nica del poder por parte del todav¨ªa presidente polaco -el salvador es ¨¦l, naturalmente- le ha ido haciendo incompatible con las reglas del juego democr¨¢tico, por poco arraigado que todav¨ªa est¨¦ en su pa¨ªs. Su vocaci¨®n absolutista y de dinamitero pol¨ªtico -de la que han sido v¨ªctimas preferentes a lo largo de los a?os sus propios y antiguos afines- ha dominado sobre cualquier otra faceta de su vida p¨²blica desde que fuera elegido, para la jefatura del Estado, en noviembre de 1990.
Hasta hoy mismo, el antiguo electricista de los astilleros de Gdansk ha ido escalando pelda?os. De desestabilizador profesional ha llegado a convertirse en una aut¨¦ntica anomal¨ªa en la vida pol¨ªtica de su pa¨ªs. Una anomal¨ªa que muchos de sus civilizados conciudadanos no se merecen.
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