Casa grande

Resulta reconfortante en la era de la publicidad y venta de imagen, encontrar un grupo de artistas que sea capaz de sorprendernos y hasta de entusiasmamos gracias a su trabajo callado, y tenaz. M¨¢s conocidos en el extranjero que en su propia tierra, los Losada forman una extensa familia madrile?a dedicada por entero al flamenco, desde el responsable, Tito, al benjam¨ªn, Pino, hijo del anterior. Y ¨¦stos, junto al resto de los componentes del clan, brindaron una noche excelente que mereci¨® una asistencia de p¨²blico m¨¢s generosa.Fue un espect¨¢culo casi perfecto tanto en esquema como en desarrollo, una exhibici¨®n sin efectismo de lo que debe ser un montaje moderno y actualizado que no se salga ni una pulgada de la m¨²sica estrictamente flamenca. En la primera parte, los tres nombres cimentadores de esta gran casa mostraron con seriedad un tratamiento en concierto de palos fundamentales como la sole¨¢, las alegr¨ªas, las buler¨ªas o el taranto. Pero el esp¨ªritu de rigor no exclu¨ªa elementos evolucionados en las ideas y en la instrumentaci¨®n.

Jos¨¦ Losada, El Vaqui, se consolida como un int¨¦rprete vers¨¢til que pasa de la guitarra y bajo al la¨²d y la percusi¨®n con parecida destreza. Diego ha reafirmado y pulido su toque, alcanzando un estilo innovador y personal. La presencia de Tito es aparentemente modesta, aunque su mano oculta se ocupa del m¨¢s m¨ªnimo detalle. Los anteriores, se pusieron despu¨¦s al frente del amplio cuadro de acompa?antes, y con eficacia y sin protagonismo provocaron momentos de altura en todas sus intervenciones. La menuda figura de Bel¨¦n Fern¨¢ndez se volvi¨® nuevamente gigante por soleares, tambi¨¦n el baile del joven Miguel El Toleo, procedente de Barcelona, encontr¨® su sitio en este teatro de Madrid. Las voces de los cantaores: potente la de Gabarre, dulce la de Guadiana y tostada con canela de La Chonchi, contrastaron con los ecos desgarrados, ambos a su modo, de Ram¨®n el Portugu¨¦s y El Sordera, hijo.