Otra vez santa Teresa
?ste es un raro renacer: surgen descubrimientos, pol¨¦micas, atrevimientos que ya uno hab¨ªa visto en aquella infancia; y que tambi¨¦n hab¨ªa visto borrar y aplastar. Este era otro pa¨ªs, y fue derruido, y cuesta mucho tiempo reconstruir lo perdido. Santa Teresa era epil¨¦ptica: lo dice ahora el neur¨®logo Esteban Garc¨ªa-Albea, y no a otra cosa, dicho por otros a los que repudiaba, se refer¨ªa Am¨¦rico Castro cuando iniciaba su ensayo con las palabras "ni cl¨ªnica ni emp¨ªreo" ("La m¨ªstica y humana feminidad en Teresa la santa", 1929, en Santa Teresa y otros ensayos, de Historia Nueva; una versi¨®n m¨¢s amplia, cuidada y corregida se public¨® en Tiempo de Historia); y cuando Te¨®filo Ortega, tambi¨¦n por entonces, se refer¨ªa a la pobre santa Teresa y explicaba que la pena proced¨ªa de las cosas que se estaban diciendo de ella (lo cito de memoria; puede ser err¨®neo). Era un tiempo para m¨¦dico, quiz¨¢ por la influencia de Freud y por la extensa actividad de Mara?¨®n; y era frecuente aplicarlas a las biograf¨ªas y a los estudios hist¨®ricos. Tampoco escapaba a Freud Teresa, y entre las explicaciones cl¨ªnicas estaba, tambi¨¦n, la de la histeria.Y el componente sexual. En ella, en san Juan, en otros m¨ªsticos. Y en los heterodoxos, o declarados como tales: en los alumbrados, en las monjas de la Encarnaci¨®n Benita. Es hist¨®ricamente cierto que el sexo mandaba en algunos casos, como en los sucesos del convento de San Pl¨¢cido, que sigue, herm¨¦tico, en un barrio dif¨ªcil y frecuentado por el m¨¢s pobre vicio: en la manzana madrile?a de San Roque-PezMadera. Alguna vez he visto su orden, su patio fresco, la sombra de alguna benedictina, desde la terraza de un edificio inmediato que tambi¨¦n tiene los cimientos hist¨®ricos. Qui¨¦n dir¨ªa que a ese convento entraba un rey, por un pasadizo subterr¨¢neo, para juntarse con una profesa. En cuanto a que hubiera sublimaci¨®n sexual en los m¨ªsticos, entonces no se dudaba. Hoy se niega hasta la sublimaci¨®n sexual freudiana, y repito la cita a Mara?¨®n, que lo divulg¨® por su cuenta en ensayos como Sexo, trabajo, deporte.
Algunos de los escritos de la mujercita de ?vila parecer¨ªan, en efecto., trasunto de una sexualidad ignorante de lo que era, como pasa (pasaba) con ni?os o adolescentes. El ¨¢ngel "en forma corporal" con "un dardo de oro" que parec¨ªa tener "un poco de fuego" que le parec¨ªa "meter por el coraz¨®n muchas veces y que me llenaba a las entra?as": "Era tan grande el dolor que me hac¨ªa dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grand¨ªsimo dolor que no hay que desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios". No puede extra?ar que la primera que relacionase p¨²blicamente este parecido con otro tipo de ¨¦xtasis fuera la princesa de Eboli, que tan bien lo conoc¨ªa y de manera pol¨ªticamente incorrecta (con Antonio P¨¦rez) que fue enviada por el rey Felipe al confin de su propia villa de Pastrana. Villa no exenta de nada: en ella est¨¢ la cueva con suelo, mesa y paredes de calaveras humanas donde dorm¨ªa san Juan de la Cruz. Tampoco pueda extra?ar que, ingenuamente, los teresianos de este mundo encontrasen que lo del dardo no era una imaginaci¨®n o un milagro inmaterial, porque, despu¨¦s de muerta la virgen castellana, encontraron que su coraz¨®n ten¨ªa una cicatriz "larga y profunda que lo divide casi enteramente", causada por el poderoso ¨¢ngel.
"?Qu¨¦ torbellino agotador ¨¦ste del ¨¦xtasis!", comentaba Te¨®filo Ortega en 1930, "si los ojos est¨¢n quietos, no as¨ª el coraz¨®n, pues venablos de goces lo atraviesan, produci¨¦ndole dulces desgarraduras" (Nuestra luz en torno, CIAP, Madrid). Toda Es pa?a estaba atravesada por esos pregoneros de la sublimaci¨®n. La de un Lorenzo Valla, en De voluptate, principios del XV: "?Qui¨¦n duda que la mejor denominaci¨®n que pueda darse a la bienaventuranza es la de placer? De lo cual se desprende que han de aspirar al placer en s¨ª mismo, no a la honestidad, aquellos que quieren gozar tanto en ¨¦sta como en la otra vida". Lo estoy citan do, tambi¨¦n, de Am¨¦rico Castro. No es de extra?ar que los buenos padres inquisidores desconfiasen de todo esto tanto como dudaba la material y rural princesa de ?boli. Y la gente del pueblo. O sea, de un cierto pueblo: el que era capaz de leer los escritos de Teresa y no dejaba de comentar los con esa alusi¨®n al materialis-mo y esa burla por el otro que, son caracter¨ªsticas continuas del espa?ol.
Al mismo tiempo parece peculiar del espa?ol la urgente adaptaci¨®n a las modas de su tiempo para interpretar toda su historia, todo, su pasado. No creo que hoy fuera posible aceptar la palabra "feminidad" con que Castro quiere colocar en su ¨¢mbito temporal y permanente a Teresa. Aparte de la modificaci¨®n de la palabra, que m¨¢s tarde se escribi¨® "femineidad", est¨¢ el concepto: lo fem¨ªneo ha sido rechazado como un invento de la dominaci¨®n masculina o como una atribuci¨®n de funciones y caracteres temporales que contribuir¨ªan a esa dominaci¨®n o a ese servicio. No es extra?o que se piense as¨ª: qued¨¢ndome a¨²n en santa Teresa, hace poco he o¨ªdo o le¨ªdo una cr¨ªtica de su frase sobre la estancia de Dios entre los pucheros ("Dios es Dios, y entre pucheros anda") como una nueva relegaci¨®n de la mujer a la cocina. En cambio, cuando habla un hombre-hombre, como Castelar, ?d¨®nde est¨¢ Dios?: "Grande es Dios en el Sina¨ª... ".
En lo que parece haber acuerdo entre todos, aqu¨¦llos y ¨¦stos, es en la negaci¨®n de la sexualidad. Hay que aceptar que Franco, que ten¨ªa en su mesa el brazo incorrupto de la santa (y, al final, en su lecho de muerte, entre otros objetos t¨ªpicos espa?oles frente a la muerte: el manto de la Virgen del Pilar), dict¨® tambi¨¦n en Espa?a la muerte del psicoan¨¢lisis (Lo vivo y lo Muerto del psicoan¨¢lisis, escribi¨®, r¨¢pidamente, L¨®pez Ibor: el primero, el original); el despego por la sexualidad ha sido notorio, y hoy conoce un nuevo auge. Con respecto a su santa, ya lo repudiaban los dos autores republicanos en que me baso. Ortega, comentando el "Vivo sin vivir en m¨ª...": "La carne, que nos repleg¨® a talla miserable y condici¨®n villana; la carne, que pleg¨® nuestra cara con un gesto servil, manso y plebeyo" (Agua viva, Ediciones Rayfe -de Raz¨®n y Fe, jesuitas-, en 1940: an¨®tese la fecha, y la opresi¨®n nueva en la vida del autor).
Ahora, Esteban Garc¨ªa-Alba rechaza tambi¨¦n los componentes sexuales en los ¨¦xtasis de Teresa: "Hay que liberarla de esas interpretaciones maliciosas" (s¨®lo conozco a¨²n del estudio la cr¨®nica publicada el d¨ªa 24 en este peri¨®dico por Rafael Ruiz, enteramente fiable). No es la negaci¨®n de la sexualidad lo que m¨¢s me inquieta de este estudio: no es, como digo, el primero, y est¨¢ tambi¨¦n en la nueva corriente de represi¨®n, sino su calificaci¨®n de "maliciosas" a las interpretaciones. ?Por qu¨¦ maliciosas? ?Volvemos a negar que la fuerza sexual sea una parte trascendental en el ser humano, capaz de transformarle en cualquier cosa, santo o asesino, cuando no tiene su cauce normal? No le veo la raz¨®n. No hace falta releer a Freud (y creo que s¨ª: que se le cita de citas, a veces de sus enemigos cristianos o nazis o de otras grandes sectas renacientes), sino, simplemente, leer los peri¨®dicos. A veces, para los m¨¢s capaces de atenci¨®n, merece el esfuerzo de escucharse a uno mismo, aunque sea m¨¢s dif¨ªcil.
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