El reinado de los banqueros
El seminario de Davos se ha convertido en el verdadero Parlamento Europeo; tanto, que los norteamericanos hablan alto en ¨¦l, como conviene en la asamblea de una de las regiones de un inundo en el que han reconquistado una posici¨®n dominante. Nadie presta atenci¨®n a los debates de Estrasburgo o de Bruselas, pero lo que se dice en Davos, en presencia de la aristocracia de los empresarios y los banqueros, es importante y puede acarrear decisiones a la hora de invertir. Nuestros l¨ªderes pol¨ªticos terminar¨¢n por darse cuenta de que liemos vuelto al antiguo r¨¦gimen: la aristocracia son los banqueros; el clero, los medios de comunicaci¨®n, y el Estado llano es la poblaci¨®n, reducida a la condici¨®n de consumidora. Estado llano que, al no ser nada, como dec¨ªa Siey¨¨s, puede tener deseos de convertirse en algo o incluso en todo.El discurso de los banqueros debe ser escuchado, comprendido y criticado a la vez. Lo que hay que entender es que la formidable ola tecnol¨®gica y la llegada de numerosos competidores nuevos hacen imposible mantener las pol¨ªticas nacionales de reconstrucci¨®n de los a?os cincuenta y sesenta. Tienen raz¨®n al decir que hay que pensar globalmente, y m¨¢s concretamente, que saldr¨¢n vencidos quienes no inviertan y crean posible una estrategia defensiva de protecci¨®n de los intereses creados. El neoconservadurismo a la francesa, la incapacidad para liberar recursos para la inversi¨®n p¨²blica y el papel paralizador de corporaciones y burocracias aliadas llevan inevitablemente a crisis graves y a una ca¨ªda del nivel de vida que desencadenan problemas sociales y pol¨ªticos cr¨®nicos. Pero se equivocan, se equivocan gravemente, al pensar que una pol¨ªtica econ¨®mica se reduce a la inversi¨®n. El desarrollo es resultado de tres factores: la inversi¨®n es, en efecto, el primero; el segundo es el reparto, es decir, la integraci¨®n social; y el tercero, la conciencia nacional y c¨ªvica, la conciencia de pertenecer a un todo dirigido por una voluntad pol¨ªtica. Si uno de estos factores impide la existencia de los dem¨¢s, amenaza o hace fracasar el desarrollo. Es comprensible que los norteamericanos lo olviden a veces, ya que ejercen la hegemon¨ªa mundial y, por consiguiente, tienen una fuerte conciencia pol¨ªtica y nacional que les hace olvidar en ocasiones que su sociedad est¨¢ atravesada por fuertes tensiones e incluso por fuerzas de descomposici¨®n. Los europeos tienen otra experiencia hist¨®rica, y tambi¨¦n los norteamericanos; eligiendo a Clinton quisieron conquistar una mejor integraci¨®n social, y se dar¨¢n cuenta de que no puede abandonarse su pa¨ªs a demagogos tan ricos como irresponsables, como Perot o Forbes. Nosotros, los europeos, no podemos pasar por esta fase de globalizaci¨®n fren¨¦tica. Los nuevos pa¨ªses industrializados tampoco, y por eso son nacionalistas. Nuestro problema es pasar de una socialdemocracia agotada y corporativizada a una nueva pol¨ªtica de integraci¨®n social y de lucha contra la marginaci¨®n. El Reino Unido quiso seguir la v¨ªa norteamericana; no sac¨® ninguna ventaja. Al igual que Estados Unidos, sustituy¨® una parte de su paro por el desarrollo de una pobreza extrema y reconoci¨® su fracaso al aceptar una devaluaci¨®n que reduce los costes salariales, y, por tanto, el nivel de vida popular, y que acent¨²a m¨¢s las distancias entre clases, tradicionalmente grandes en ese pa¨ªs. No podemos lanzarnos hoy a una pol¨ªtica ultraliberal sin riesgos o problemas sociales graves, como los que vive cada vez m¨¢s Francia, o sin una crisis pol¨ªtica como la que desencaden¨® Berlusconi en Italia.
Se trata de entrar en una sociedad posliberal, es decir, de volver a crear controles sociales y pol¨ªticos de la actividad econ¨®mica para evitar rupturas sociales, el desarrollo de la marginaci¨®n y el aumento de las desigualdades sociales. Pero, apenas se enuncian estas ideas, surge la pregunta: ?c¨®mo hacerlo? Porque lo que observamos hoy es, por un lado, las exigencias del mercado mundial, y por otro, la resistencia de categor¨ªas bien organizadas y que representan intereses creados, privados o p¨²blicos, en vez de la defensa de las v¨ªctimas o la aparici¨®n de nuevas categor¨ªas de intereses. ?Hay que concluir, pues, que no se puede escapar a la gran limpieza, a un periodo de ultraliberalismo, antes de que tomen cuerpo nuevas fuerzas sociales y pol¨ªticas? Esta respuesta parece muy tentadora; invocan el ejemplo ingl¨¦s y norteamericano: despu¨¦s de Thatcher, muy pronto Tony Blair; despu¨¦s de Reagan, Clinton, que, a pesar de sus fracasos, no es un ultraliberal, pero que se deja llevar por la formidable recuperaci¨®n econ¨®mica de Estados Unidos.
De hecho, esta respuesta no debe ser aceptada completamente ni rechazada del todo: las inversiones importantes, la competitividad y el dominio de las nuevas tecnolog¨ªas son imperativos absolutos. Sin ellos s¨®lo se puede repartir penuria. Pero las econom¨ªas son tanto conjuntos de consumo como sistemas de producci¨®n, y el consumo, sobre todo de productos nuevos, supone confianza. ?sta, cuando ya no hay crecimiento, supone sentimiento de participaci¨®n en el poder de decisi¨®n y, por tanto, de asociaci¨®n, y la protecci¨®n contra los riesgos inherentes a todo cambio social. ?ste es el centro del problema. El desarrollo de la posguerra y su modelo keynesiano se basaron en la asociaci¨®n de los tres elementos de desarrollo que he indicado antes; no veo ninguna raz¨®n imperiosa para pensar que la situaci¨®n actual es completamente diferente. En cambio, todos ven d¨®nde est¨¢ la debilidad de este razonamiento: las fuerzas de reivindicaci¨®n social y de integraci¨®n nacional no existen. Y lo que es peor, el esp¨ªritu de los tiempos niega a menudo la necesidad e incluso la posibilidad de que existan. Ocup¨¦monos de estos dos problemas sucesivamente.
La idea europea, estrechamente asociada a la de apertura internacional de la econom¨ªa y cuyo papel es, por consiguiente, muy positivo, ha acarreado una consecuencia negativa: ha hecho creer que los Estados nacionales son obst¨¢culos para el progreso, lo cual ha llevado a los l¨ªderes europeos, a menudo socialdem¨®cratas, a favorecer el dominio de los banqueros y a contentarse con un Parlamento Europeo sin poder. Hay que afirmar con fuerza que la integraci¨®n econ¨®mica europea exige tanto la libre circulaci¨®n de capitales como el fortalecimiento de los sistemas pol¨ªticos nacionales, es decir, el tratamiento de los problemas sociales all¨ª donde existen instituciones democr¨¢ticas. El ejemplo alem¨¢n es en este sentido importante, pero hay que subrayar la fuerza de los actores econ¨®micos, patronal y sindicatos, en Italia. Probablemente, Italia tendr¨¢ ma?ana una central sindical ¨²nica -o al menos que a¨²ne a la CGIL y la CISL-, con una fuerza comparable a la de la DGB; ¨¦sa es la mejor oportunidad de progreso para Italia. Espa?a y Francia, y tambi¨¦n el Reino Unido, padecen de una gran debilidad de sus
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sindicatos y quiz¨¢ tambi¨¦n de un capitalismo demasiado financiero, mientras que el Deutsche Bank, por ejemplo, act¨²a como banquero de las industrias qu¨ªmica y automovil¨ªstica alemanas. En cambio, la renovaci¨®n de la vida pol¨ªtica parece m¨¢s dif¨ªcil y no se ve claramente en ning¨²n pa¨ªs, especialmente en Alemania, donde la imagen del SPD se ha vuelto muy confusa. Ello hace pensar que los pa¨ªses de Europa occidental carecen ante todo de reivindicaciones sociales, que no deben ser conservadoras, como se vio en Francia en diciembre.
Lo que lleva al segundo problema: ?c¨®mo hacer renacer la voluntad de integridad nacional? Aqu¨ª hay que detenerse en las fuerzas pol¨ªticas, y en concreto, en los movimientos de lucha contra la marginaci¨®n o a favor del reparto del trabajo. En Francia sorprende el impresionante desfase entre unos partidos pol¨ªticos sin militantes y desacreditados y la generosidad de las asociaciones humanitarias. Los Restaurantes del Coraz¨®n, creados por Coluche para distribuir comida a las personas sin recursos, viven gracias a 22.000 militantes desinteresados y redistribuyen el 93% de los recursos que recaudan, gran parte de los cuales procede de instituciones europeas. Ning¨²n partido pol¨ªtico de Francia tiene tantos militantes, porque todos son partidos de electos, no de militantes. No es concebible pensar que la vida pol¨ªtica no ser¨¢ renovada a corto plazo por fuerzas generosas y de protesta.
Lo que bloquea nuestro desarrollo es la debilidad del consumo que acarrea el capitalismo financiero, m¨¢s preocupado por las aventuras internacionales rentables que por el desarrollo nacional. No es del todo parad¨®jico decir que all¨ª donde los sindicatos son d¨¦biles o conservadores, la necesidad m¨¢s urgente es la de reanimar la vida social y pol¨ªtica, y m¨¢s concretamente, las reivindicaciones. Lo que, por el contrario, me parece imposible es dar una prioridad duradera a la uni¨®n monetaria, necesaria seguramente, por encima de la recuperaci¨®n de la demanda interna y la lucha contra la desigualdad y la marginaci¨®n. Pero a?ado al mismo tiempo que esto s¨®lo es posible si los Estados corporativistas y subvencionadores son sustituidos por Estados inversores y a la vez preocupados por la equidad y la justicia social. En todo caso, ya no se puede reducir la pol¨ªtica a la econom¨ªa y no se puede creer ya que el crecimiento econ¨®mico regula los problemas sociales. La intensificaci¨®n de las reivindicaciones sociales es hoy una condici¨®n necesaria de la recuperaci¨®n econ¨®mica.
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